Creo
que lo que le reprocho a los libros, en general, es eso: que no son libres. Se
ve a través de la escritura: están fabricados, están organizados,
reglamentados, diríase que conformes. Una función de revisión que el escritor
desempeña con frecuencia consigo mismo. El escritor, entonces, se convierte en
su propio policía. Entiendo, por tal, la búsqueda de la forma correcta, es
decir, de la forma más habitual, la más clara y la más inofensiva. Sigue
habiendo generaciones muertas que hacen libros pudibundos. Incluso jóvenes:
libros encantadores, sin poso alguno, sin noche. Sin silencio. Dicho de otro
modo: sin auténtico autor. Libros de un día, de entretenimiento, de viaje. Pero
no libros que se incrusten en el pensamiento y que hablen del duelo profundo de
toda vida, el lugar común de todo pensamiento.
No
sé qué es un libro. Nadie lo sabe. Pero cuando hay uno, lo sabemos. Y cuando no
hay nada, lo sabemos…