Danny, Mijaíl, Carla
(Mantagua, Chile, oct. 2012)
Días de total intensidad. Hace poco regresé a Santiago luego de haber
estado en un torbellino de experiencias maravillosas, reconfortantes, un
respiro necesario en mi vida. Tantos rostros, tantas canciones, el océano a las
ocho de la noche, el tren más lento del mundo, la cantina más vieja de Valpo,
la Canela, que es la perra más humana, la que mejor conoce la ciudad, las putas
y borrachos del Liberty en el barrio del Puerto cantando a viva voz Julio
Jaramillo. Tantas anécdotas que he terminado un diario entero escrito a mano.
Un diario que perdí, y que afortunadamente lo encontró un librero, Víctor Hugo,
que resultó haber sido amigo de un poeta muerto tras el que yo andaba buscando
pistas: Juan Luis Martínez, quien siempre hablaba del pajarístico, el lenguaje
de los pájaros, y que al igual que yo, robaba libros, o mejor dicho los
rescataba. Puertas que conducen a más puertas. He conocido Valparaíso, Viña del
mar, Con Con y Reñaca de la mano de dos locos extraordinarios: Danny y Mijaíl,
músicos de corazón con quienes fuimos cantando de pueblo en pueblo, subidos en
los microbuses, en los restaurantes y en las cantinas. Hemos bebido como si
fuesen a clausurar todas las 'botillerías', hemos hecho buenas migas con los
perros vagabundos que nos escoltaron cada madrugada, hemos visto la luna desde ángulos
que nunca creí posibles desde mi hamaca en Mantagua. Benditos sean los hogares
improvisados, la madera encendida por la que no pasamos frío, bendita sea la música
y el virtuosismo de corazón, benditos sean los seres decadentes que no han
perdido la ternura, bendito el tequila Rancho Alegre del que todos dudamos pero
todos compartimos al final, benditos los decibeles del cielo y los pentagramas
hechos de cables de luz, bendita la microdesafinación de todos los instrumentos
vivos, ¡Bendito sea el Silencio! y benditas mis manos que han aprendido a tocar
lo más sencillo, donde se halla el corazón del mundo, su verdadero latido.