En
un pueblo donde viví había un campesino al que odiaba. Había decidido que antes
de abandonar el pueblo le tiraría una piedra a la cara. Una tarde lo vi volver
a casa del trabajo en su carro. Yo estaba entre unos árboles y no me vio. Pero
de pronto detuvo el caballo y paró el desvencijado carro del trabajo.
Se
quedó un buen rato totalmente inmóvil. Y poco a poco me fui dando cuenta de que
estaba escuchando el silencio de la tarde que lo envolvía; la paz que únicamente
puede oír el hombre solitario. Entonces me fui sigiloso.
(Harry Martinson. Entre luz y oscuridad)