(Vilhelm Hammershøi)
Tras
veinte horas de encierro en ese cuartucho de Paramaribo, decidí acercarme a la
ventana y retirar la cortina. Lo que me movió a hacerlo fue el sonido
perturbador de unas cadenas. Cuando vi lo que había del otro lado, supe que en
realidad se trataba de unos pájaros cuyo aleteo producía ese peculiar sonido.
Me sorprendió muchísimo pues nunca había escuchado un aleteo similar. Sin
embargo, como ya era de noche, y por el movimiento constante de los supuestos pájaros,
no los pude ver con precisión. Me tomó varios minutos darme cuenta que en
realidad eran murciélagos, y que se disputaban los mangos frescos que colgaban
como bombillos de un árbol navideño que alguien olvidó desarmar. Cuando por fin
los murciélagos se vieron satisfechos, aparecieron en escena varios pájaros que
también producían el mismo ruido en su aleteo. Ya no sabía qué pensar, en ese
punto dudaba de todo, y no era tan descabellado que, después de todo lo que había
pasado los tres últimos días, el sonido perturbador de las cadenas estuviese
dentro mí.