Cuelgo
un cuadro en la pared. Enseguida me olvido de que allí hay una pared. Ya no sé
lo que hay detrás de esa pared, ya no sé que hay una pared, ya no sé que esa
pared es una pared, ya no sé qué es eso de una pared. Ya no sé que en mi
apartamento hay paredes y que, si no hubiera paredes, no habría apartamento. La
pared ya no es lo que delimita y define el lugar en que vivo, lo que le separa
de los otros lugares donde viven los demás, ya no es más que un soporte para el
cuadro. Pero también me olvido del cuadro, ya no lo miro, ya no sé mirarlo. He
colgado el cuadro en la pared para olvidar que allí había una pared, pero al
olvidar la pared, me olvido también el cuadro. Hay cuadros porque hay paredes.
Es necesario olvidar que hay paredes y, para ello, no se ha encontrado nada
mejor que los cuadros. Los cuadros eliminan las paredes. Pero las paredes matan
los cuadros. O, si no, habría que cambiar continuamente, bien de pared, bien de
cuadro, colgar de continuo otros cuadros en las paredes, o cambiar el cuadro de
pared todo el tiempo.
Georges
Perec.
Especies de espacios. 1974