El
indio no es el que mira usted
en
el catálogo de turismo,
cargando
bultos
o
llevándole comida a la mesa.
Tampoco
el que ve desde la ventanilla
y
pide monedas haciendo malabares,
ni
el que habla una lengua muy otra
y
resiste fríos nocturnos.
No,
el indio está adentro,
y
a veces se le sale, acéptelo,
aunque
lo entierre en apellidos,
aunque
lo socave bien
y
niegue su manchita de infancia,
ahí
está, acéptelo.
Y
si aparece esa agua rancia,
voraz,
el aguardiente que inflama,
ya
verá que le sale,
el
indio empuja con su fuerza de siglos,
emerge
ardoroso y se le sale,
con
lo guardado,
con
lo que dura doliendo.
No,
no es otro,
el
indio soy yo,
a
ver, repita conmigo.