martes, julio 01, 2008

Juan Carlos Onetti - Cuando ya no importe

Arrancó julio... y en Kitu las mañanas son cada vez más calurosas, mientras que por las noches el frío se vuelve más despiadado que de costumbre. Por otro lado, hasta finales de este mes todos los escritores cuyos nacimientos rememore, corresponderán al signo de cáncer. Digo esto porque que yo también soy cáncer, y más allá de creer o no en influencias astrales, me seduce la idea de pensar que ciertos rasgos pudieron unirme a ellos. No es una regla ni mucho menos, pero me consta que uno que otro cangrejo que conozco, sí presenta rasgos de carácter similares a los míos. Destaco tres: arriesgada, apasionada y terca como una mula. Habrán las excepciones de la regla, claro está.

En fin, me alegra empezar con un escritor que me gusta muchísimo. Se trata del uruguayo Juan Carlos Onetti (Montevideo, 1 de julio-Madrid 30 de mayo, 1994). Premio Nacional de Literatura en 1963, Premio de la Crítica en 1979 y Premio Cervantes en 1980. Autor de novelas magníficas como El Pozo (1939), El Astillero (1960), Juntacadávres (1964), Cuando ya no importe, entre otras (En total, Onetti escribió 11 novelas, 47 relatos, al menos 116 ensayos y varios poemas). Onetti supo aprender de otro gran escritor, uno de mis favoritos, del maestro William Faulkner. Los temas y la atmósfera que van configurando la producción de Onetti son comunes y sórdidos: la soledad, la prostitución, la rutina, el dinero.
Hoy celebro tu legado mi querido Onetti.
¡A tu memoria!

Cuando ya no importe (Juan Carlos Onetti)

6 de marzo

Hace una quincena o un mes que mi mujer de ahora eligió vivir en otro país. No hubo reproches ni quejas. Ella es dueña de su estómago y de su vagi­na. Cómo no comprenderla si ambos compartimos, casi exclusivamente, el hambre.
Nos consolábamos a veces con comidas a las que buenos amigos nos invitaban, chismes, discusiones sobre Sartre, el estructuralismo y esa broma que las derechas quieren universal, saben pagar bien a sus creyentes y la bautizan postmodernismo. Participábamos, reíamos y adornábamos con nuestras risas las frases ingeniosas. Aquellas cenas a las que no podíamos aportar ni un solo peso ofrecían a un posible observador, tal vez a uno de los comensales que pagaban su parte de la cuenta, un aspecto admira­ble. Porque merecía admiración la astucia con que ella y yo, sin dejar de reír despreocupados, robábamos pancitos que cabían en la cartera de ella o en alguno de mis bolsillos. Así nos asegurábamos un desayuno seco para cuando despertáramos mañana en la cama de la pensión.
Se fueron acumulando los días casi miserables para triunfar convenciéndola de que yo había nacido para fracasado irremisible.
La muchacha pasaba todo su tiempo en la cama para ahorrar fuerzas, retener calorías. Tal vez estuviéramos en invierno. Creo, no lo aseguro. Y así:
ella acostada y yo caminando, ida y vuelta, por la avenida buscando tropezar con algún ser muy amigo al que no me humillara pedirle dinero. Y recuerdo que ya no se trataba de conseguir un peso para que comiéramos. Nunca consulte en los periódicos a cuanto estaba la canasta familiar. Pero en aquellos días el mínimo indispensable había trepado a cinco pesos.
Pocas veces lo conseguía, no por negativas sino por desencuentros. Mis incursiones en la ciudad solo excluían a los niños. Nunca hice distinciones por sexo. Pocas mujeres encontré.

Juan Carlos Onetti, Cuando ya no importe, Ed. Alfaguara, 2002.