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Entre las múltiples anécdotas, cuenta mi madre que mi abuelo, a la mañana siguiente de una buena juerga, todavía chuchaqui (resacoso), solía irse a alguna fonda en la que sirvieran los típicos platos levantamuertos, algún caldo de 31 o mondongo (calavera) que lo reanimara. Pero jamás se iba solo, siempre se iba acompañado de su negra, como él llamaba a mi madre. Por lo que desde ese entonces, cuando apenas era una niña, la negra fue su compañera fiel. Mi abuelo tomaba el caldo y mi madre se entretenía con la calavera. Me parece una hermosa imagen recreada en mi cabeza. Por eso cada vez que puedo le pido a mi madre que me la cuente completita y con detalles.
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El viejito era único. En la foto, basta ver su mirada serena, perdida en el vacío, y esa sonrisa pura contrastando con su frente amplia y marchita... y yo sobre sus piernas. La niña de cachitos es Andrea, mi hermana.
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A tu salud, viejito lindo, donde quiera que estés!