con Danny y Mijaíl
Café Juglar. Viña del Mar, 2012
Alrededor del medio día, Danny y yo nos encontramos en la estación Pajaritos, que es de donde partían las conexiones a otras ciudades. A nosotros nos interesaba avanzar hasta Viña del Mar, puesto que ahí nos esperaría Mijaíl, su amigo de quien me habló dos días antes, el otro músico de Mantagua con quien pronto emprendería un viaje por Sudamérica. Salimos de la estación y nos ubicamos a lado derecho de la carretera para tratar de jalar dedo, pero todos los automóviles iban repletos y, al parecer, los camiones no estaban dispuestos a parar. Olvidé que era feriado y muchísima gente de Santiago pasaría el fin de semana largo en Valparaíso, Viña o cualquier pueblito del litoral central. Tras varios intentos decidimos que era mejor, sobre todo por el tiempo, viajar en cualquier bus de línea. Danny no había comido nada desde la mañanita, así que le regalé el sánduche que yo había llevado como provisión. Averiguamos los pasajes y todos estaban por los aires, los muy cabrones habían elevado al doble o triple del precio regular. De todas maneras no teníamos otra opción así que nos subimos al bus que estaba ya partiendo. Danny logró que nos cobraran 1000 pesos menos que a los demás. Nos sentamos en asientos separados. El día era soleado y el cielo de un azul intenso. Me quedé dormida un tramo del viaje hasta que me despertó una llamada de Mark, a quien conté mi próximo destino en tierras chilenas (por un momento olvidé que la madre de Álvaro me había prestado su celular por si alguna emergencia). Me gusta hablarle a Mark sobre mis próximas rutas, sobre cómo se va desarrollando el camino. Se puso contento y me deseó las mejores de las suertes. Cuando llegamos a Viña tuvimos que caminar un buen tramo desde la estación hasta el Café Juglar, donde Mijaíl nos esperaba. Tenía mucho calor y estaba sedienta. Me cambié las botas por unas sandalias y cuando iba a pedir un vaso de agua, la botella de cerveza ya estaba dispuesta sobre la mesa.
exteriores del Café Juglar
Danny y Mijaíl
Danny nos presentó en seguida. Saludamos. Entonces le pregunté por su nombre.
-¿Mijaíl, por Bakunin?
-No, por Bukalov. A mi madre le gusta mucho ese escritor. ¿Lo conoces?
- Sí.
-Escribió, entre otros, "El maestro y Margarita".
-Claro que sí.
-Por eso me puso Mijaíl. Aunque en el fondo, en mi familia, todos tengamos el corazón anarquista.
Mijaíl se veía taciturno y creí que era por la resaca. Danny quiso servirnos cerveza a los tres, pero Mijaíl dijo que hasta el momento estaba con agua porque había bebido mucho la noche anterior y que incluso aún temblaba. Sin embargo su argumento le duró una sola ronda, porque a la siguiente los tres ya estábamos brindando por los nuevos caminos. Mijaíl trajo un plato con limón al que exprimimos dentro de nuestros vasos. Por un buen rato nos quedamos disfrutando de la brisa que entraba por el bar. Me sentí tranquila y a gusto, mientras ellos conversaban yo sabía que mi intuición no había fallado, se trataba de unos tipos sencillos, inteligentes, bohemios, unos niños viejos, al igual que yo sentían el peso de la vida, y por ello mismo trataban de sacarle la vuelta con el disfrute de las pequeñas cosas. Al verlos ahí, con sus guitarras escoltándolos, supe que no había encontrado mejores compañeros de ruta.