viernes, abril 20, 2012

Vicente Gil Gil: un librero de pura cepa


en "La Celestina"
 photo by Mark. Madrid. 2012

Madrid, 17 de abril de 2012

De camino al Barrio de las Letras, nos encontramos con una joya de librería. Se trata de la librería teatral “La Celestina”, cuyo dueño y librero resultó ser un experto en la materia, pero sobre todo un gran tipo. Vicente Gil Gil, es de aquellos hombres a quienes se les reconoce de entrada su vocación y pasión por los libros, el papel antiguo, las cosedoras de madera o las imprentas que sacan a la luz ediciones difíciles de conseguir o que están fuera de circulación. La Celestina está especializada en libros de teatro español y extranjero, dedicando especial atención al Siglo de Oro.
 Colecciones completas de La Farsa, El Teatro Moderno, entre muchas otras.


 Vicente se mueve a diario entre los estantes de su pequeño universo ubicado en la Calle Príncipe, número 17, diagonal al Teatro de la Comedia. Parecería que nunca se queda quieto. Entre sala y sala, Vicente ubica, reagrupa, acomoda, organiza. Su rostro es serio, pero su seriedad se quiebra cuando empezamos a hablarle de autores, de títulos que enseguida reconoce, o cuando ya ganada su confianza, empezamos a leer párrafos de Anton Chéjov, Samuel Beckett, August Strindberg o cuando le pregunto sobre un librillo de  Edgar Allan Poe que está encima de su escritorio. “Ese lo parí yo”, me responde. Y es cierto, Vicente fue quien sacó una edición especial de “El Cuervo” en papel verjurado, de la marca conqueror, hecha con motivo del Día del Libro en Madrid, hace dos años.


 Vicente tiene  un humor afilado, preciso. Responde con las palabras justas. De rato en rato entran clientes y parecería conocerlos a todos, incluso a los que no conoce. “Ese es el que siempre pregunta por todo y nunca se lleva nada, quiere que le guarde libros, pero nunca vuelve. Si al menos si se bañara…” Cuando le pregunto cuántos años lleva como librero, me responde 30, así, como si nada. 30. Y yo pienso que hoy en día, con esta jodida crisis y con tanta alternativa frente al libro de papel, con tanta librería que sustenta sus ventas en los best sellers, mantener una librería independiente y de libros de segunda mano, durante 30 años en seguido, es todo un acto de resistencia. No soy la única que lo reconoce. El año pasado, los Premios ADE (Asociación de Directores de Escena de España) que desde 1987 reconocen a los profesionales del teatro, le otrogaron a Vicente el Premio «Adolfo Marsillach» por una labor teatral significativa, y específicamente por su librería.

foto de archivo de Vicente

Aprovecho que Mark, otro amante y coleccionista de libros, conversa con Vicente para revisar los estantes. Deseo encontrar algo que me atrape, aunque esta vez pienso más en mi madre, quien hace poco más de un año empezó a estudiar teatro, para luego crecer a pasos agigantados. Siempre supe que esa era su pasión y me encanta verla involucrada con las tablas. Tiene un brillo único. Ahora mismo está en la preparación de un par de monólgos y se me ocurre que este es el lugar ideal para llevarle algún recuerdo. Encuentro un monólogo de Eugene O'Neill y junto a él “La violación de Lucrecia” de William Shakespeare, ambos encuadernados por Vicente. Mark alcanza a verlos y me dice que los tome ambos, que ese será su regalo para mi madre. Sonrío y le agradezco.

dos amantes de libros

Sigo buscando y encuentro uno que me llama la atención “La conversación de los tres caminantes”, de Peter Weiss, pero al querer comparlo, Vicente me dice que ese, precisamente, no está a la venta, que es el libro que está al momento leyendo. Una lástima, pienso, pues el primer párrafo ya me ha enganchado: Eran hombres que únicamente caminaban caminaban caminaban. Eran grandes, eran barbudos, llevaban gorras de cuero y gabardinas largas, se llamaba Abel, Babel y Cabel, y mientras caminaban hablaban entre ellos…”. Inicialmente acepté, o mejor dicho, aparentemente acepté, porque no quise resignarme, entonces seguí revisando más libros para ver si ya con una cantidad apropiada Vicente aceptaría vendérmelo.

Por mi parte encontré  dos libros: “Artaud: La enajenación y la locura” de J. Durozi y “Lola Montes” de Cecil Sain/Laurent. Mark encontró para mí una bonita edición de “Ubu, Rey” de Alfred Jarry, con dibujos y textos teóricos del autor, y “Allá voy, aquí vengo” de William Saroyan, autor armenio-californiano que Mark me descubrió, y de quien me leyó el primer párrafo del libro: “Yo soy un hombre solitario, dijo el mentiroso: aislado de mí mismo, separado de mi familia, de mis compatriotas, de mi patria, de mi mundo, de mi tiempo, de mi cultura. Sin embargo, aunque no soy creyente y no creo en nada de lo que se refiere a Dios, excepto en la existencia de un dios indefinible, inaccesible, que cuida de todas las cosas y que se encuentra en todas las cosas, no estoy separado de Dios.” 


Al parecer Saroyan había escrito numerosas obras y cuentos cuyos temas giraban en torno a los primeros años de vida de un hijo de inmigrantes pobres armenios, retratando el universo provinciano del oeste de los Estados Unidos. Sus historias fueron muy populares durante los años de la gran Depresión.


 Entra un nuevo cliente, al parecer Vicente lo conoce y le muestra un libro que, por su belleza, idioma y diseño, Mark y yo nos regresamos a ver de manera cómplice, iluminados. Se trata de un libro antiguo. Vicente nos dice que se trata de un faccísmil del  “Libro de horas  de la virgen tejedora”, valorado en 4000 euros, pero que lo está vendiendo en 2000. ¡Madre mía! se me sale. Él sonríe y dice que eso no es nada, que lo que en realidad debería costar (o me imagino se refiere al original) es 15.000. Allá entre ustedes los entendidos, le digo sonriendo, y le pido que, ya que evidentemente no soy una compradora potencial de ese libro, si al menos puedo revisarlo. Me dice que sí. 


El cliente se ha ido. Y nuevamente quedamos sólo Vicente, Mark y yo en la lbrería.  Hablamos más relajados de nuestras vidas (Vicente también estuvo sobre tablas durante muchos años), de poesía, de Sarah Kane… y de repente Vicente nos da un regalo: se trata de un cuadernillo de Charles Chaplin, que incluyen tres cuentos del autor. Pero el regalo es aún más grande porque Vicente dice nos quiere leer el primero. Mark y yo nos sentimos honrados y nos acomodamos en seguida sobre la mesa principal, entonces Vicente comienza a leernos Ritmo: Una historia de hombres en movimiento macabro, y logra trasladarnos en cuestión de segundos a 1938 y aun escenario de la guerra civil española. Al terminar, Mark sugiere que sería un bonito gesto que yo le leyera a Vicente uno de mis poemas, Vicente está de acuerdo así que le leo Funambulismo.


Es hora de seguir con nuestra ruta, nos depedimos con un fuerte abrazo y ya casi al abrir la puerta, Vicente me extiende dos libritos más, uno para mi madre y otro para mí, dice. Leo los títulos. Se trata de “Los dos gemelos venecianos” de Carlo Goldoni, y “Adiós Srta. Ruth” de Emlym Williams. Le agradezco, y mientras nos alejamos pienso que de vivir aquí, en Madrid, esta librería sería para mí otro refugio, un pequeño universo donde, sin lugar a dudas, también tendría cabida.