"Es muy fácil decir que los otros son el infierno, pero cuando el infierno viaja contigo mismo, lo más prudente que puedes hacer es retirarte del mundo y dedicarte a escribir un dietario. Pero hasta escribir en mi caso es una manifestación obscena del más cochino cinismo. Porque después de todo, para qué voy a engañarme, yo he llegado a la escritura no por una tierna afición infantil o por algún que otro noble o desinteresado motivo, sino más bien obligado por las circunstancias, casi porque no me quedaba otro remedio. A la literatura -qué hermosa palabra en boca de otros- he llegado porque mientras escribo no hago daño a nadie y al menos no corro el riesgo de ensuciar aún más, con mi ruindad y egoísmo y fondo moral de rata, la ya de por sí ensuciada vida. Pero la verdad es que ni escribiendo hallo la pretendida paz de espíritu. No sé quién dijo que Dios no anda por ahí dando tumbos con unos prismáticos y espiándonos, sino que está en cada uno de nosotros. En mí, desde luego, no está. No tengo ni tendré ya nunca paz alguna de espíritu. A Dios le di un viaje de muerte en el muelle viejo de Veracruz. No hallaré nunca ya esa paz. No la hallé en la vida, no la encuentro en la escritura. Ignoro si existe algo más que no sean la vida o la literatura. La vida no interesa. No sé quién dijo que es para los criados. Y la literatura no es más que un consuelo -interesante sí, pero a fin de cuentas un consuelo- para quienes se sienten desligados de la vida y razonablemente desesperados. Merezco este infierno."
(fragmento de 'Lejos de Veracruz')