Esta última semana ha sido maravillosa. Nuevas puertas, rostros, voces se han abierto. He aprendido mucho estos últimos días: sitios de poder, gente guerrera, conocimiento ancestral. Demasiados regalos como para digerirlos en tan poco tiempo. Pero sigo alimentando en mi cabeza un par de proyectos que se van consolidando. Y de los que no hablaré en mucho tiempo -al menos no explícitamente-, hasta cuando sea algo más concreto. Pero tiene que ver con una gran historia. GRAN GRAN historia.
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Con la danza vuelo. La música y los movimientos de mi cuerpo son la posibilidad de ser el animal que yo disponga. Jaguar, serpiente, quinde, cuviví. La danza me vuelve menos fragmentada. Cabeza, pies, manos, corazón. Bum bum. Como Taruka solía decirme: no se baila con los pies sino con el corazón. Y es cierto. El corazón es el gran director de la orquesta. Él es quien va marcando el ritmo. Bum-Bum. Bum-Bum. Mi tambor es muy fuerte. Todos llevamos un tambor adentro. Pero no todos lo saben.
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Estoy feliz. TULLPUCUNA está ensayando mucho. Se vienen varias fechas imporantes en nuestro calendario andino y queremos bailar entregando el corazón, dejando nuestro mensaje a los lugares a los que vayamos. Varias presentaciones a la vista. La del 21 de junio será la más importante. Inti Raymi. La fiesta del Sol. Jatari Jatari. Bailaremos en el Itchimbía para activarlo. Ya empezamos a practicar con el grupo de música andina Sury. Todos ellos son de Otavalo. Y hemos hecho un muy buen equipo.
Ellos tocan y cantan. Nosotros bailamos. Pero al cabo de un rato la emoción nos gana y todos acabamos formando un círculo, todos bailando y cantando. El domingo no teníamos donde ensayar y mama Tullpu ofreció nuestra casa. Entonces todos subimos con sampoñas, guitarras, charangos, bandolines, armónica, flautas y violín a la terraza. Sasá y Memo también vinieron. Juntamos leña y carbón, cortamos muchos plátanos maduros y los pusimos a asar. Empezamos por la tarde. Y fuimos testigos de cómo las montañas se iban perfilando entre la niebla a medida que caía la noche.
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Memo nos invitó el otro día a su casa, allá en la quebrada seca. Memo ha sido una verdadera bendición en el camino. Memo es mucha luz, mucha luz. Memo ha aparecido en el momento justo. Memo sido el puente para esa GRAN historia a la que me refería. Memo es un guerrero. Mitad lobo. Mitad Halcón. Memo es muchas luz, igual que sus padres. Doña Marina, gran mujer, ella vivió en carne propia los abusos contra el runa en las haciendas, ella luchó junto a mama Tránsito Amaguaña. Y qué decir de su padre: Don Chugchurillo, último mishquero de Pomasqui. Amigo fiel del penco, del arte de sacar el "agua miel", el chaguarmishque. Y su bisabuelo de 105 años. Y su familia: 50 que danzan -entre grande y chicos- vestidos de pumas, soplando ocarinas, moviendo sonajas, despertando conciencias. 

De izq. a der. Memo, Yo, Chío, Marina, Pao, Karlita
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Definitivamente todos los sitios a los que he viajado me han dejado grandes enseñanzas, pero ninguno como mi tierra. Por más que quisiera desligarme, sentirme ajena (cosa que no quiero en absoluto), no podría. No me refiero a lo que pasa en la Gran Ciudad, a vista y paciencia de todos (y en donde también disfruto, cómo no), se trata de algo que va más allá. Si tan sólo pudiese explicarlo, si tan sólo pudiesen experimentar las cosas que aquí he experimenado, las historias y gente que he conocido. Soy muy afortunada, estoy conciente. Y cuando vivo cosas como las que viví en la quebrada seca el otro día, pienso, por ejemplo, en Nietzsche. ¿Qué hubiese pasado si el filósofo llegaba a conocer a la familia de Memo? Seguro se hubiese replanteado muchas cosas, muchas muchas cosas. Talvez yo lo haga por él.
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Nuevamente pienso en Nietzsche. ¿Hubiese sido el mismo de haber conocido a los herederos de Collaguaso, de Atahualpa o la Quilago? Seguro que no. Ahora mismo veo a Memo retándolo a tomarse San Pedro frente al fueguito sagrado. Nietzsche, sentado sobre la tierra, me mira incrédulo. Yo sonrío desde mi sitio, y muevo la cabeza invitándolo a tomar la medicina. Tómate -le digo-. Y, una vez que retornes, me cuentas qué te dijo Zaratustra.
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Gato Negro me envió un paquete hace varios días. Gato Negro es un verdadero anarquista. No de los de boca sino de los que se preparan, se organizan y luchan por cumplir su ideal, algún día. No hablo de formas: de música, de ropa, de discursos vacíos. No. Hablo de conenido, de propuestas, de argumentos. Gato Negro es un verdadero libertario. Gato Negro forma parte de una linda historia que tuve hace mucho tiempo. Gato Negro es un buen muchacho. Gato Negro es mi amigo. Gato Negro no sabe que me enamoré de un viejo policía en el país que él literalmente detesta. Gato Negro no entendería. Gato Negro me envió un paquete hace varios días. Una carta escrita con su puño y letra, varios fanzines y un libro: La Estética Anarquista de André Reszler. Gato Negro me pidió que le responda máximo hasta el jueves. Y han pasado varios días y no le he respondido. Tengo todas las ganas de hacerlo. Y lo haré. No sé que estará pensando. Pero evidentemente estará molesto por dentro. Pero no podía hacerlo. No me gusta que me impongan fechas, y menos que lo haga un anarquista. Mark nunca me ha impuesto nada. El policía jamás me ha impuesto nada. Sigo llena de paradojas.
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Entré a la librería en la que no hace mucho, por anotar en mi libreta algunos aforismos de Heráclito, me amenzaron con sacarme, pues estaba prohibido tomar apuntes y yo no obedecí. El punto es que esta vez me encontré con un nuevo libro de Alejandra Pizarnik en el estante. En realidad era una recopilación de su prosa. Lo abrí, leí un par de párrafos y me enganché tanto que quise comprarlo, pero no tenía más que un par de dólares en el bolsillo. Así que me senté en una esquina y empecé a leerlo. No sé cuánto tiempo pasaría, pero llegué a leerme casi la mitad. Me olvidé del mundo entero. Sólo eran las palabras de Alejandra en ese momento. No quise tener problemas con el librero, así que si alguna frase me gustaba, la repetía mentalmente al menos cinco veces hasta memorizarla. Dos de ellas pude escribirlas en mi teléfono celular, burlando al vigilante. Me sentía extraña. Coño, no estaba hurtando ningún libro, pero sentía algo parecido sólo por camuflar a Alejandra en mi celular. Ni siquiera recuerdo el título del libro. Pero al cerrarlo, y al devolverlo al estante, quise besar a Alejandra y darle las gracias. Encontré nuevas razones para quererla. Espero regresar una de estas tardes para acabar el libro.
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Alejandra también era un animal nocturno.