photo by Mark Álvarez. Caffe Trieste. SF
¡Qué onda viejo!, dice Mark desde su asiento, y enseguida el cubano se voltea, nos sonríe y se acerca con pasitos entrecortados para saludarnos, balanceándose como un pingüino morenito y perdido entre las calles de North Beach. Pero de perdido no tiene nada. Desde hace dos años que lo conozco y su rutina sigue siendo la misma: llegar al Caffe Trieste con unos cuantos centavos apretados en el puño, y luego de ocupar el baño, bordear las mesas con cara de compungido a ver si algún cliente -por lo general foráneo- se conmueve y le suelta alguna moneda. Se llama Rafael Alfonso, pero casi nadie conoce su nombre. Mark descubrió que tiene 75 años, que llegó hasta segundo grado en la escuela y que trabajaba de lavaplatos en su natal Espíritu Santo. Llegó aquí en 1980, luego de haber estado 6 años preso en Cuba. Pequeñito, sin dientes y con un par de lentes grandes, el "viejo cubano" es otro personaje indiscutible del barrio. Casi nunca lo veo hablando con nadie, y una de las principales razones es que no sabe inglés. Por eso, cada vez que puede se da el gusto conversando conmigo y con Mark, al menos un ratito. Aun así, en ocasiones me cuesta entenderlo, pero siempre hay una gran empatía.
Mark y Rafael
Al viejo le encanta sacar la lengua de cariño (fíjese en las otras fotos también)
De un tiempo para acá, también me he convertido en su traductora, a fin de que los muchachos de Trieste lo puedan entender. El otro día el cubanito me agradeció porque, de no haber estado presente, tranquilamente se hubiese pasado 10 minutos o más tratando de explicarle a Hakim que, además de su pan, necesitaba un vaso pequeño de agua y un tenedor. Así que desde ahora, cada vez que el viejo se acerca a la fila, Hakim voltea y me dice: ¡Por favor, muchacha! y entonces yo me levanto y me acerco a ayudarlo. Pero a pesar de que Rafael tiene la pinta de andar mendigando, Mark -quien con frecuencia le da algo plata para que vaya a comer, dice que lo conoce por muchos años más y sabe que Rafael sí tiene un lugar para vivir, y que además lo acompaña una mujer que "cuida" del cheque que le pasa el gobierno. Sin embargo, como vive en otro barrio, en North Beach sólo se lo ve durante el día con su puñadito de centavos y su cara de hambre. Por eso todos en el barrio lo ayudan. "Se va a cualquier lugar -dice Mark-, por ejemplo a Molinari y le dan un sánduche, luego a Puccini y le dan un café". Su táctica le funciona de maravilla. Incluso a veces es mejor de lo que espera. Como el otro día, cuando Luis, el músico que vive en Casa Melissa y con el que canté una vez en Enrico's y Specs, le entregó una funda llena de alimentos; el viejo no creía en nadie, estaba que saltaba de la felicidad.
El viejo y Luis
A veces lo observo y me pregunto si dentro de todo es feliz. Al menos es gratificante cuando lo veo sonreir a causa de alguna de las bromas que Mark le hace. Rafael es muy tierno, pero muy coqueto también. Siempre le hace guiños y señas a Mark refiriéndose a mí. Te gusta, le preguntó M. el otro día señalándome a mí. Y el cubano, ni corto ni perezoso sacó toda su galantería. Hablamos de mujeres, de nostalgias y de sueños. Y luego, como si se diera cuenta de algo importante que tiene que hacer, vuelve a la realidad y entonces abre su mano, nos enseña las monedas y nos las deja en la mesa como diciendo que nos las regala. Siempre hace eso. "Es muy vivo, dice Mark, pero a veces falla, porque así como consigue algún billete, hay otros que se lo sacan del bolsillo sin que se de cuenta. Como el otro día, cuando Larry, fue más rápido y agarró el billete que M. le iba a dar al cubano. Larry sólo bromeaba, luego se lo devolvió, y le dijo que en estas cosas no puede descuidarse un sólo segundo. Y es cierto, para quien tiene trucos de sobrevivencia, la velocidad es una cualidad inevitable.
Mark y el viejo
Mark dice que a veces quisiera comprarle un boleto de avión para que pueda regresar a Cuba, ya que el mismo Rafael le confesó que es su deseo porque extraña mucho su tierra y su gente; aunque claro, de su gente sabrá Dios lo que ha pasado en tantos y tantos años. Pero a pesar de ello Rafael mantiene la gracia innata del pueblo cubano, y en su corazón sigue latiendo el ritmo de su añorada Isla. Mark me cuenta que hace un año le enseñó algunos videos de música vieja cubana en youtube. "Oooh shet, se emocionó mucho al recordar a Antonio Machín, dice M., y luego se puso a llorar hablando de su mamá y de Cuba". Yo también lo vi emocionarse cuando juntos cantamos una partecita de Lágrimas Negras el otro día, mientras compartíamos un pan de almendras y un cafecito a media tarde. Yo también vi a su madre en sus ojos, y la resignación de seguir jugando a niño autista, a pingüinito moreno balanceándose en las calles de North Beach, y a pesar de su sonrisa, llorando de vez en cuando algún recuerdo.