Con Mark, su sobrino Sergio, su tío Armando, Don Héctor (esposo de su tía abuela), su cuñado Rudy, y nuestro amigo Carl. E tutto qua, SF. 2009
(...) Hasta entonces no había conocido a la familia de Mark más que por historias y referencias. Me gustaban sobretodo las anécdotas de Doña Josefina, su abuelita mexicana (Mark tiene ascendencia polaca y libanesa por parte de su madre, y mexicana por la de su padre). Desde que lo conocí, siempre se ha referido a ella con ternura y orgullo. "Pos mi abuela era bien chingona, y tú me das recuerdos de ella". Se me hace que sí. Nomás de escucharle que en lo chiquita que era no tenía miedo de caminar o viajar por donde se propusiera, me entran unas ganas enormes de saber cómo pensaba o qué decía en aquel tiempo. Por eso hoy me puse contenta porque se dio la oportunidad de saber más sobre su vida. Mark me avisó que su tío, el hermano de su padre, que vive en Los Ángeles, lo visitaría esta noche en North Beach. Mark iba a estar trabajando, pero desde luego que no iba perderse la oportunidad de saludar a su familia, así que iba a aprovechar la hora de la cena para verlos. Me dio mucho gusto por él, pero más contenta me puse cuando me dijo que le encantaría que yo los acompañase en la cena. Y así fue. :)
Mark y su sobrino Sergio, atrás su tío Armando
Nos reunimos en
E tutto qua. Allí me presentó a su tío Armando, a Don Héctor (esposo de la hermana de su abuela), a Rudy (su cuñado), y Sergio, su sobrino (que ya lo conocí en Tosca en 2008). A la mesa se unió viejo Carl para acompañarnos. Qué bonito cuadro el que vivimos, carajo. Su tío con su bigote, y Don Héctor con esa amabilidad tan propia de nuestras culturas. Me sentí muy a gusto y en familia. De repente comenzaron a brotar historias de antaño, y esa fue la mejor parte. Yo iba anotando lo que podía, pero hablaban tan rápido que mi mano no alcanzaba su ritmo. Aun así guardo excelentes historias en mi diario. Historias que me dejan oler a un San Luis Potosí viejo, sus callecitas y plazas y los viajes en burro de los que comentaba Don Héctor. Fue él mismo que me contó que más tarde aparecieron los autos y Doña Josefina, la abuelita de Mark, no dudó en aprovechar acortando distancias para poder conocer otros lugares. Ella, junto a su hermana Mela -esposa de Don Héctor- solían comprar tickets de autobús en San Luis, y cruzando la frontera se iban como un mes viajando por el norte. Cuentan que en alguna ocasión, ellas compraron un ticket de 30 días en la compañía de buses
Greyhound, y que luego de su ruta regresaron a San Luis, y Doña Josefina se dio cuenta que aun les quedaba unos días válidos para viajar, y ni corta ni perezosa... agarró las maletas y nuevamente se embarcó, sin importar cansancio y distancia... porqué ni modo perder su cupo. :)
Mark conversando con su tío
Don Armando me contó otra anécdota. Resulta que él había comprado una casa aquí, en EE. UU., y doña Josefina lo visitó por un tiempito y aparentemente vio las casas sin decir nada (ella solía decir que no hablaba inglés, pero bien que entendía todo), luego se regresó a México. Tres meses después, su hijo Armando tocó la puerta de la casa de su madre, en San Luis, pero se llevó una sorpresa cuando vio que la persona que le abrió era totalmente desconocida. Entonces le preguntó inmediatamente por doña Josefina, y la respuesta fue que ya no vivía ahí, que ahora vivía más abajo, y cuando le enseñaron la casa... él se dio cuenta que se trataba exactamente de la misma casa que ella había visto tres meses atrás por el norte. Fue ella mismo quien luego había dibujado los planos, pero al ojo, sin medidas exactas, y ella misma quien había comprado el cemento para la construcción. Esa era la viejita valiente y decidida por la que guardo cariño como si hubiese sido directamente una de las mías.
Luego vino el tema de la poesía, y Mark se cruzó la calle y compró en City Lights Books dos ejemplares de mi poemario para regalárselos, y yo se los firmé ahí mismito. Ellos leyeron un par de poemas, incluyendo el que está dedicado explícitamente a Mark, y me dijeron que les había parecido muy bueno. Qué bonito saber que un ejemplar se va para L.A. y él otro para San Luis. Mi abuela también escribía poesía, dijo Mark. Y es cierto, ya antes me lo había contado. Pero ahora que tenía el enlace directo con su tío, le pregunté si era posible que en algún momento me pudiese pasar sus textos. Y dijo que sí, que encantado. "A mi mamá le gustaba escribir, no poemas tan intensos como estos, pero unos muy buenos también". Los quiero leer. Luego intercambiamos direcciones y abrazos, y la invitación de don Héctor por si algún día nos animamos a visitarlo en México. Mark nunca ha ido por allá, y dudo mucho que vaya. O quien sabe, soñar no cuesta nada y a lo mejor terminamos recorriendo juntos esas callecitas imaginadas de San Luis Potosí, reconstruyendo esos viajes en burro de los que doña Josefina fue testigo en su tiempo.