
Mark estudia los pájaros disparados por mi mente. Él los atrapa en el aire, besa sus heridas y luego los impulsa para que sigan volando. Ideas como pájaros mutilados. Plumas difuminando nuestros rostros. Nunca nadie ha aceptado los matices de mi pensamiento sin querer adaptarlos a los suyos. Por eso lo quiero a mi lado. Porque no trata de pintarme colores a su antojo. Pero siempre me muestra los contrastes. Yo también cuando le digo que no todo es negro ni blanco. Ni que mis pies serán azules para siempre (él cree que son rojos color ladrillo). A veces quisiera preguntarle de qué color es su memoria. Qué color se impone mientras está dormido. Entonces pienso en el vestido amarillo con que siempre me sueña. El amarillo que según Borges era el color que jamás lo traicionaba, el que lo acompañó desde niño luego de ver tras los barrotes al poderoso tigre de Bengala. ¿Qué color me será fiel si un día llego a quedarme ciega? ¿Me asusta la oscuridad? No, no me asusta (sí me asusta) -CARLA, me invoco frente al espejo. Mi nombre juega con las sombras. Carla y no Clara, me digo. Colocado en otro orden mi nombre sería más luminoso. Pero significa fortaleza (me consuelo). El poder de camuflarme entre las sombras. ¿De qué color es la filosofía?, le pregunto a Mark. Gris, me responde, por las cualidades del claroscuro. ¿De qué color es el Tiempo? ¿Nuestro Tiempo? Todo se basa en la percepción, me respondo a mí misma. La luz es relativa. Mark me abraza y bailamos juntos como dos espectros bajo el reflejo de la luna. Teoría del color: donde hay luz hay color. Si ha de faltar la luz que no nos falte la memoria. Tono. Saturación. Brillo. Tengo un arcoiris atorado aquí en mi pecho.