
"Diminuto como una mota de polvo, el punto, ese mínimo picotazo de la pluma, esa miga en el teclado, es el olvidado legislador de nuestros sistemas de escritura. Sin él, las penas del joven Werther no tendrían fin y los viajes del Hobbitt jamás se acabarían. Su ausencia le permitió a James Joyce tejer el Finneagans Wake en un círculo perfecto y su presencia hizo que Henri Michaux comparara nuestro ser esencial con esta partícula, "una partícula que la muerte devora". El punto corona la realización del pensamiento, proporciona la ilusión de una conclusión, posee una cierta altanería que surge, como Napoleón, de su minúsculo tamaño. Como estamos, siempre, ansiosos por empezar, no pedimos nada que nos indique el comienzo, pero necesitamos saber cuando parar; este pequeñísimo memento mori nos recuerda que todo, incluso nosotros, debemos algún día detenernos."
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Alberto Manguel, Nuevo elogio de la locura, Emecé Editores, Argentina, 2006