
- ¡Eh! Deniro, por qué no te arrancas con una de las tuyas.
Y Eduardo iba, les hacía una de sus imitaciones y los clientes agradecidos, le invitaban a uno o dos tragos. El tiempo fue pasando, y por el rostro de Eduardo parecía que hubiese pasado dos veces. El alcohol, la mala vida y las peleas le fueron degradando física y mentalmente. Debido a una infección de encías, fue perdiendo dientes. Luego, se rompió la nariz al caerse por unas escaleras y a los pocos meses, le vaciaron un ojo de un botellazo. Ya no se parecía en nada a Robert De Niro, la gran cantidad de cicatrices y golpes recibidos le habían deformado tanto el rostro que cuando hacía sus imitaciones ya nadie reconocía al actor en él y no le veían la gracia. Le siguieron llamando DeNiro, más que nada, por la fuerza de la costumbre aunque muy pocos se acordaban de que hubo un tiempo en el que se pareció asombrosamente al gran actor. Un día apareció tirado en un callejón con cinco puñaladas. Parecía la escena final de uno de esos films sobre mafia italiana en los que De Niro siempre era el protagonista