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Le pregunté a la muchacha si podía fumar en mi cuarto. Mirando la pantalla de su computadora, me dijo que no, que lo sentía mucho pero que ya no tenía disponible ningún cuarto de fumador. O espere un momento, exclamó con innecesaria euforia, sí hay uno pero temo que es para personas discapacitadas. No hay problema, soy escritor, quise decirle pero sólo me quedé callado y ella me explicó que el cuarto estaba provisto para huéspedes en sillas de ruedas. A mí eso no me importaría, le dije. Permítame un momento, y lo consultó en susurros con un tipo bastante amanerado. Su jefe, supuse. No hay problema señor Halfon, sólo necesito que firme aquí, junto a la equis, y sin leer qué diablos era, inmediatamente firmé..
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Como un Gulliver cualquiera, como Alicia en un exótico país de maravillas o, aún mejor, como Blanca Nieves dentro de la cueva de los siete enanos. Así me sentí. Todo estaba más cerca del suelo. La cama, el escritorio, la televisión, la mesa de noche, el lavabo, el inodoro, hasta el pequeño agujero por donde se mira quien toca la puerta me llegaba a la cintura. Había rieles por todas partes y una rampa en la ducha. Estoy en un circo invisible, pensé, encendí un cigarro. Me gustó sentirme sumergido en un terreno más literario, o quien sabe, talvez sólo me gustó sentirme más grande..
Eduardo Halfon, El Boxeador Polaco, Ed. Pre-textos, Valencia 2008.