Algunos poetas tuvieron que retornar a sus países durante la madrugada. Ignatius Mabasa, por ejemplo, se despidió muy temprano antes de partir a Zimbabue, al igual que la poeta iraní Ziba Karbassi. Otros -unos pocos-partieron a otras ciudades de Gringolandia antes del viaje definitivo. Los que nos quedamos, saltamos a la carretera y arrancamos hacia Petaluma por la 101. Alrededor de 35 millas al norte del puente Golden Gate, en el condado de Sonoma. Aquí, Donna Bero -de la Librería Pública de San Francisco- nos esperó en su casa ubicada en uno de los ranchos. De Petaluma no conocía ni el nombre, pero mi inevitable pulso de viajera-investigadora arrojó datos interesantes como que al sureste de Petaluma se hallaba el sitio del establecimiento estacional prehistórico de Miwok y las tribus de Pomo. De hecho Petaluma es una transcripción del lúuma del peta que significa la parte posterior de la colina, y refiere probablemente a la proximidad de Petaluma a la montaña de Sonoma. Además me enteré que este sector es uno de los favoritas de los cineastas en cuanto a locaciones, y que una de las películas rodadas aquí fue Lolita (1997) dirigida por Adrian Lyne con el segundo guión adaptado de la novela de Vladimir Nabokov. Ya sólo con esos datos, el día estaba ganado.
Vista de la entrada a los ranchos
Con los anfitriones: Donna Bero y su esposo
Partimos del hotel Rex en varios autos. Yo me embarqué en el estaba Jack Hirschman, el poeta israelí Chiky Arad, Bárbara Warden y el conductor, quien luego me enteré que era el cantautor Jonathan Richman (quien tocó antes de mi participación ayer, y al cual no alcancé a ver). Lo más chistoso del caso fue que todos fuimos cantando. A mi me dio por cantar boleros y rancheras, y él me sorprendió con una canción de José Alfredo Jiménez. Yo no sabía que él era Jonathan Rischman y empecé a decirle que se mande una canción entera, que no tenga verguenza de cantar, que no importaba si le salía mal, al fin y al cabo sólo era para divertirnos. Él sólo sonrío y me dijo que lo hará en el rancho, que no me preocupara, que hasta trae su guitarra.
El paisaje era amplio y lleno de colinas. El clima mucho más caliente que en San Francisco. Y de rato en rato se veían unas casetitas de frutillas cuyas vendedoras era migrantes mexicanas. Los letreros a las entradas de los ranchos eran de madera y algunos estaban desgastados, pero justamente eso le daba un cierto encanto. Al llegar fue otra historia. El lugar era tan grande que cada uno podía tomar el camino que quería. Había comida, caballos, ríos, senderos. De rato en rato alguien tocaba la guitarra o se recostaba sobre el césped a leer un libro.
Barbara La Morticella, John Landry y Neeli CherkovskiCon Bárbara
Aggie Falk
Jack enseñándonos un juego con dados y palabras
Con Tarek Eltayeb
De der a izq. Alexander Skidan, su traductora y el traductor de la poeta palestina
aquí y ahora
El trovador infaltable
Con Jesse y Neeli
Muchas cosas que destacar, entre ellas haber conocido por fin a Jesse, la pareja de Neeli, un pintor filipino con quien tuve la dicha de conversar por largo rato. Ambos llevan una relación de muchísimos años y se nota que Jesse le da el equilibrio necesario a Neeli. Lo entiende y complementa muy bien.
También conocí a una bailarina de folk, ya mayor, y no pude evitar verme dentro de muchos años -si es que sigo viva-. Cuando la vi inmediatamente escribi: De la bailarina/ sólo queda la postura / el cabello largo / los pies arqueados / y el movimiento de su sombra / en la pista de la memoria.