jueves, octubre 22, 2009

Next Stop: Petaluma

Algunos poetas tuvieron que retornar a sus países durante la madrugada. Ignatius Mabasa, por ejemplo, se despidió muy temprano antes de partir a Zimbabue, al igual que la poeta iraní Ziba Karbassi. Otros -unos pocos-partieron a otras ciudades de Gringolandia antes del viaje definitivo. Los que nos quedamos, saltamos a la carretera y arrancamos hacia Petaluma por la 101. Alrededor de 35 millas al norte del puente Golden Gate, en el condado de Sonoma. Aquí, Donna Bero -de la Librería Pública de San Francisco- nos esperó en su casa ubicada en uno de los ranchos. De Petaluma no conocía ni el nombre, pero mi inevitable pulso de viajera-investigadora arrojó datos interesantes como que al sureste de Petaluma se hallaba el sitio del establecimiento estacional prehistórico de Miwok y las tribus de Pomo. De hecho Petaluma es una transcripción del lúuma del peta que significa la parte posterior de la colina, y refiere probablemente a la proximidad de Petaluma a la montaña de Sonoma. Además me enteré que este sector es uno de los favoritas de los cineastas en cuanto a locaciones, y que una de las películas rodadas aquí fue Lolita (1997) dirigida por Adrian Lyne con el segundo guión adaptado de la novela de Vladimir Nabokov. Ya sólo con esos datos, el día estaba ganado.

Vista de la entrada a los ranchos

Con los anfitriones: Donna Bero y su esposo

Partimos del hotel Rex en varios autos. Yo me embarqué en el estaba Jack Hirschman, el poeta israelí Chiky Arad, Bárbara Warden y el conductor, quien luego me enteré que era el cantautor Jonathan Richman (quien tocó antes de mi participación ayer, y al cual no alcancé a ver). Lo más chistoso del caso fue que todos fuimos cantando. A mi me dio por cantar boleros y rancheras, y él me sorprendió con una canción de José Alfredo Jiménez. Yo no sabía que él era Jonathan Rischman y empecé a decirle que se mande una canción entera, que no tenga verguenza de cantar, que no importaba si le salía mal, al fin y al cabo sólo era para divertirnos. Él sólo sonrío y me dijo que lo hará en el rancho, que no me preocupara, que hasta trae su guitarra.


El paisaje era amplio y lleno de colinas. El clima mucho más caliente que en San Francisco. Y de rato en rato se veían unas casetitas de frutillas cuyas vendedoras era migrantes mexicanas. Los letreros a las entradas de los ranchos eran de madera y algunos estaban desgastados, pero justamente eso le daba un cierto encanto. Al llegar fue otra historia. El lugar era tan grande que cada uno podía tomar el camino que quería. Había comida, caballos, ríos, senderos. De rato en rato alguien tocaba la guitarra o se recostaba sobre el césped a leer un libro.

Barbara La Morticella, John Landry y Neeli CherkovskiCon BárbaraAggie FalkJack enseñándonos un juego con dados y palabrasCon Tarek EltayebDe der a izq. Alexander Skidan, su traductora y el traductor de la poeta palestinaaquí y ahora El trovador infaltable

Con Jesse y Neeli

Muchas cosas que destacar, entre ellas haber conocido por fin a Jesse, la pareja de Neeli, un pintor filipino con quien tuve la dicha de conversar por largo rato. Ambos llevan una relación de muchísimos años y se nota que Jesse le da el equilibrio necesario a Neeli. Lo entiende y complementa muy bien.

También conocí a una bailarina de folk, ya mayor, y no pude evitar verme dentro de muchos años -si es que sigo viva-. Cuando la vi inmediatamente escribi: De la bailarina/ sólo queda la postura / el cabello largo / los pies arqueados / y el movimiento de su sombra / en la pista de la memoria.

Jack por su parte, como siempre arrancando sonrisas . Jack es el alma de las fiestas. Quien lo ha visto bailar y cantar sabe de lo que hablo. Soy muy feliz de ser su shunguita poet como él me llama. Justo hoy hacíamos un recuento desde que nuestras vidas se cruzaron. Nuestra amistad avanza sólida. Lo quiero mucho. Él es de los que más me ha apoyado en cada paso que he dado. Cree mucho en mí y me alimenta con sus consejos y experiencia cada vez que puede. Ámbar se regresa a México mañana. La voy a extrañar. Aunque ella dice que de seguro nos volvemos a encontrar, que yo ya tengo mi puestito en Chiapas. Lo que más me gusta es su frontalidad para decir las cosas, su autenticidad. El día de nuestra lectura en el Palacio de Finas Artes, le dije en el autobús que me gustaba su vestido, y me confesó que se trataba de su pijama. Se había puesto porque una vez alguien le dijo que le quedaba bien, y es cierto, era un vestido largo y bordado a mano con hilos de muchos colores. Es justamente esa espontaneidad, ese no tenerle miedo a encarar las cosas, a llamarlas por su nombre, lo que la vuelve tan cercana a mí. Le digo que ya empecé a leer su libro y que estoy fascinada (lo digo en serio, ayer en Vesuvio lo leía como una condenada), pero aún no llego a la parte en que ella insite que me gustará, sobretodo porque me voy a identificar con muchas cosas. Léete "cuando era hombre", me dice, "ya verás, ese capítulo te va a encantar."
Con Ámbar Past
Antonieta Villamil es otra mujer preciosa. Vino con su compañero (también se llama Mark). Y pude conocerla más a fondo. Desde que se puso a trabajar en mi libro nuestras conversaciones casi se limitaban a mis poemas, a los formatos de edición, a las traducciones, etc. Pero hoy conversamos largo. Claro que no sé en qué momento Antonieta se tornó muy triste y empezó a hablar cosas un tanto extrañas (algunos pensaban que ingirió algún alucinógeno). Lo cierto es que empezó a exprimir recuerdos de su natal Colombia, de Medellín, del olor a café, de su familia, de su hermano asesinado por los paracos, mucho dolor acumulado. Antonieta me recuerda físicamente a mi tía Mery, y creo que inconcientemente eso hace que la vea como familia.
Con Antonieta Villamil

Ella también empezó a verme como familia. A ratos me decía que yo podría ser su hija (Antonieta vivió una escena dolora de pérdida hace muchos años). Y por momentos así sentía que me veía. Trataba de cuidarme del frío mientras sus ojos trataban de darme un abrigo casi casi desesperado a pesar de sus pasividad. Luego sacó un instrumento en forma oval y meciéndolo empezó a cantar su poesía, yo la acompañé improvisando versos. Y en seguida eso se volvió una fiesta donde Antonieta y yo nos quebrábamos la voz y los demás escuchaban atentos. También me levantaté por un momento y empecé a danzar con mi pañuelo .
Con Antonieta y su compañero
Por último llegó a mis manos esa especie de cuaderno en el que cada uno iba dejando su huella. Yo en la pintura soy nula, pero por ahí hice uno que otro garabato con corazón. Un gran esfuerzo para quien sólo pinta con palabras y movimientos. Menos mal me tocaron colores fuertes. La intensidad es lo que nos salva.
huellas, huellas y más huellas chuecas
Entrada la noche, todos retornamos. Regreso con Jack en el auto de Lee. Seguimos el auto donde va Aggie. Imposible perderlos de vista con ese letrero en la ventana. Salimos de Petaluma y regresamos a San Francisco. Regresamos al puente Golden Gate. Regresamos a casa. Regresamos a la niebla. Literalmente.