viernes, octubre 23, 2009

Ali Mongo y los 40 platillos

Ali Mongo es ante todo pintor. Y uno muy bueno. Su taller se divide entre la mesa de entrada de Caffe Trieste y la mesa de fondo del bar Specs, donde diariamente monta y desmonta sus pequeños cuadros para venderlos mientras sigue pintando. Y pintando. Y pintando. Porque lo que más hace Ali las veinticuatro horas del día, los siete días de la semana, los doce meses del año... es pintar. Pinceles, acuarelas, cartulinas y su infaltable coñac es todo lo que necesita. Su rostro se parece al del escritor mongol Byambyn Rinchen pero en versión bohemia. Delgado, chaparrito y eterno conquistador, a sus 76 años -y luego de haber recorrido 87 países- Ali se siente más lúcido que nunca (con Mark comentamos que Ali es de los pocos locos cuerdos de North Beach), lo único deteriorado es su oído. Ali está cada vez más sordo (la causa fue la explosión de una bomba en medio de la guerra cuando era pequeño y de la cual terminó huyendo), pero él sabe que poco importa eso cuando tiene su propia orquesta tocando en su interior. Ali tiene estilo. Siempre lleva algún pañuelo, un chaleco, un sombrero. Y nunca se lo encuentra enfermo ni decaído. El secreto: coñac y comida sana, según sus propias palabras. Comida que él mismo prepara, porque además de pintor Ali es un chef autodidacta, igual que en sus otros oficios -algunos ya no vigentes- (curandero, músico, político underground, asistente de un capitán de barco, contrabandista, etc., etc., etc.) y un gran observador, por supuesto, dotes del buen viajero.

Ali en Caffe Trieste

Ali en Specs

Con Ali nos llevamos de maravilla. Quizá por eso me hizo parte de ese selecto grupo de personas que han probado su sazón. Ali me invitó a almorzar hoy en su casa, que -como la mayoría de artistas en el barrio- en realidad es un cuarto de hotel. Ali es otro de los que respeta y quiere a Mark, por eso me dice que lo llame para comer todos juntos, pero M. hoy trabaja, así que voy sola y con el estómago completamente vacío, pues he escuchado comentarios de que la comida de Ali es buena, pero abundante. Con Ali hay un nexo muy bonito de camaradería, y ya sabe que conmigo no surten efecto sus tácticas de seducción (Ali es un amante compulsivo de las mujeres), más bien soy yo la que de vez en cuando le ayuda a escribir algún mensaje para sus amiguitas de intrernet. Ahí donde lo ven, Ali tiene mucho pegue con las muchachas. Desde luego también hay aquellas que se acercan infundidas por la ternura del menudito artista asiático, y una vez que preguntan por el precio de alguna pintura, Ali no escucha bien y responde con un "I´m horny" (estoy listo), dejándolas estupefactas.

En su mesa de trabajo. Caffe Trieste

Frágil. Sostenga con cuidado (foto by Mark Álvarez)

Salimos del Trieste y, a pocos metros, en plena calle Grant, se encuentra el Hunan Hotel. Subímos por las escaleras (el edificio es antiguo y no tiene ascensor) y nos encontramos con un par de conocidos que también viven aquí: un artista cuyo nombre no recuerdo pero siempre me saluda, y el judío bohemio, que salía apurado con uno de sus libros antiguos y que aprovechando me preguntó por Mark ya que de vez en cuando se juntan para estudiar. Finalmente llegamos. Habitación 33. Y -a diferencia de la fotografía del perro rabioso en la puerta de Larry- Ali Mongo tiene unos símbolos tántricos debajo de su nombre. Abre la puerta y enseguida escucho la música de fondo. No puedo creerlo, se trata de El chulla quiteño, una especie de himno de mi ciudad. Yo soy el chullita quiteño / la vida me paso cantando / no hay mujeres en el mundo / como las de mi canción... La música es instrumental, pero es inevitable no cantar. ¿Cómo diablos llegó ese cassete a manos de Ali? Simple. Ali visitó varias veces Ecuador a finales de los 70 durante su travesía por América Latina. Entre las canciones que siguieron habían san juanes, capischcas y pasillos. Ali me pregunta si quiero cerveza o vino, me inclino por el segundo, así que de inmediato trae una botella de Sonoma y una copa. Es cara -advierte refiriéndose a la copa-, quizá lo único caro en esta habitación. Yo me río porque lo mismo hizo Larry cuando me invitó. Ali dice que me ponga cómoda. Pero la verdad es que ya lo estoy. Aunque el lugar no de para moverse mucho por los escasos metros que tiene el cuarto, ocupados casi en su totalidad por una cama litera, una cocina y un escritorio rodeado de plantas. Doy un trago largo a mi copa. Alzo el volúmen. Me relajo. Ali saca los primeros ingredientes. Me siento en casa.

Vista del Hotel Hunan (edificio blanco) foto by Mark ÁlvarezMúsica de los Andes

Ali ofreciéndome vino


Ali se pone en marcha y a la vez me cuenta de su vida (es imposible contarla completa aquí, de corrido). Ali saca los ingredientes: cebolla, ajo, gengibre, frijoles, pescado, verduras y la sal orgánica que su amigo le trajo de Oaxaca. Ali saca el mortero y yo le ayudo a machucar mientras él condimenta la cebolla con cerveza.


Ali Mongo mezcla los alimentos con la misma facilidad con que mezcla los colores sobre el óleo. Se mueve de un lado a otro en un mínimo espacio. Corta, pica, muele, fríe, revuelve, sirve. Salen los primeros platos. Ya con la vista me siento satisfecha, pero es bueno sentirlo en la boca, masticarlo, digerirlo y disfrutarlo. Así que empiezo por un plato que es muy parecido al cucavi de Otavalo, una especie de revuelto con muchos granos. Delicioso. Me fijo que Ali no come nada. ¿Y tú -pregunto- no piensas ni siquiera probar? -. El buen chef se llena con el olfato y la vista, responde. "Así ha de ser -replico-, pero como yo no lo soy... al ataque....


Sabrá Dios cuántas cosas comí y las tremendas mezclas que me mandé. Pero según Ali no hay problema porque se trata de comida orgánica, comida real, comida saludable. Ali me dice que su secreto de buena digestión es precisamente comer bastante pero una sola vez al día, en la mañana. Y el resto de horas lo único que necesita es cerveza y coñac. "Si no fuera por el coñac estaría muerto", dice orgulloso. Y me recomienda que para mi danza el efecto que va hacer es el de levedad. El coñac despeja -dice-, y eleva. Ali dice que nunca ha utilizado microondas, ni quiere ni necesita. Y mientras me habla de putas (tema que merece un capitulo aparte, pues si alguien tiene historias con prostitutas de todo el mundo... ese es Ali Mongo), saca más pescado y vegetales. Siento que estoy llegando al límite, ya no hay espacio para nada más. Pero Ali insiste. Y mientras como, él se sienta un momento y enciende lo que creo es un porro. Lo que se fuma es hachís, y no sé porque se me vino aquel episodio en Logroño, cuando me sentí muy llena y Pepe empezó a fumar.... esa sensación de llenura me vino tan fuerte por el olor que me sentí muy mal. Le pregunté si como postre tendría alguna fruta, pero no se de dónde me entendió que si podía preparar sushi (es lo único que no me gusta). El punto es que ni si quiera espero a que termina la frase y sacó los ingredientes para prepararlo.
más...
y más...
y más...
y más

y más...

y más comida

Come poco y cena más poco, que la salud de todo el cuerpo se fragua en la oficina del estómago, decía Miguel De Cervantes Saavedra, pues por ahora mi oficina se cierra por colapso temporal. Sin duda, todo estuvo muy bueno, pero el mejor alimento fueron sus confesiones. Tiempo de marcharme. Agradezco a Ali por todo: la comida, el vino, la música, la compañía. Él ya está entonado y su inglés se vuelve más difuso de lo normal. Me despido y me alejo escuchando palabras sueltas de una historia que aún no termina: painting, food, pussy, money, captain, painting, food, pussy, money, captain... Desde el pasillo volteo y Ali Mongo ya no es Ali Mongo. Ali Mongo es el señor Miyagi. Un señor Miyagi embriagado de vida que canta mantras mundanos hasta que yo desaparezca.