Estoy a punto de concluir este viaje. Colorado me regala sonidos que me recuerdan a las flautas, rondadores y sampoñas de mi tierra. Todo lo veo naranja; los venados, las flores regadas por las aceras, la montaña sagrada a lo lejos. Durango es el lugar ideal para cerrar esta aventura. Más lecciones de vida. Enseñar y aprender. Me siento feliz, tranquila, fuerte. Todo este tiempo fuera de casa he tenido que pasar todo tipo de pruebas, físicas y espirituales. Todo ha resultado como debía resultar. Con ello no quiero decir que todo salió como estaba planeado, porque mentiría. Ha salido mejor. Y la verdad es que nada de lo que me ha sucedido estaba realmente planeado. Habían trazos, líneas generales, no más. Sabía lo que quería y cual era mi objetivo, y eso era lo más importante. Una de las pruebas a las que temía eran mis propias emociones, que a veces se vuelven un subeybaja y yo la niña subida en él, sin nadie que me ayude a bajar. No traje litio, y tampoco lo he necesitado. He experimentado todo tipo de sensaciones y mundos en seco, como un corte sin anestesia. Frío y calor en el alma de esta viajera que lleva todas las razas en su bolsillo. Y ahora aquí, en este lugar en el que no sólo concocí y compartí con la primera gente sino que fui su invitada de honor. Yo también entré al círculo sagrado para danzar con las mujeres que llevaban plumas y mocasines de colores, blusas bordadas como las wuarmikuna de mi tierra, orgullosas de sentir el peso del arco iris sobre sus espaldas. Yo también comí carne de venado en el ritual de la preparación, luego de la noche que acampamos en el bosque y sudamos en el sauna con olor a sándalo. Yo también recogí la leña para prender el fueguito y calentarme. Yo también comí con un trozo de árbol como cuchara y subí hasta la roca volcánica para pintar mi rostro y camuflarme entre las aves nocturnas. Me siento nuevamente purificada. Sé que regresaré a Quitu con la frente limpia, con la sonrisa verde y con las manos y el corazón más grandes, porque mis dedos han crecido y ya puedo alcanzar aquello que buscaba. El camino continúa.
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La misma noche del recital fui a la residencia de los estudiantes para que una de las muchachas nativas me prestara algo de ropa adecuada para el sauna natural y para el campamento en Lake Capote. Ella me preparó una mochila con todo lo necesario para resistir el frío durante la noche en medio del bosque. Al final me dijo: Te incluí una camiseta de un festival de danza de mi tribu que se realizó hace varios años y un pañuelo con un águila en el centro. Me entregó la mochila y se fue. Luego nos encontramos con Sage, quien me llevó en su auto hasta el lugar indicado. Kathy y Byron irían al siguiente día directamente al pow-wow. Sage me había preparado una especie de burritos con hongos y verduras, y colocó en la cajuela sleepings, cobijas, y una cocineta individual. Allá nos esperaban Itsah y sus amigos. Estábamos listos.
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Nuevamente en la carretera. Era de noche y abrimos el techo del auto. Las estrellas parecieron encenderse ¡Qué cielo! Parecía cuando uno desciende en avión a una ciudad que no conoce y sólo observa miles de luces. Era una noche fría, pero yo iba preparada: falda larga, chompa, guantes, mi pañuelo navajo y la cruz griega que Mark me regaló en Frisco. Tardamos un poco en llegar pues nos perdimos por un momento hasta que finalmente vimos el letrero que daba la bienvenida al lugar. Enseguida vimos pequeñas fogatas. Una señora, su hija y un muchacho nos saludaron. Cuando me vieron me preguntaron si yo venía de Ecuador. Me sorprendí, y les dije que sí, que cómo sabían. Me dijeron que Michael Joseph les había conversado lo que yo hablé en clase y que yo intervendría en el pow wow. Me dieron la bienvenida y siguieron su camino. Pedí permiso a los árboles-protectores para ingresar. Todo ahí se sentía muy fuerte. El olor del pino, los sonidos de los animales, el crujir de la leña, todo. No hizo falta San Pedrito, ni peyote. -El fuego también es medicina -dije-. Tus palabras también son medicina -dijo Sage-. Las palabras, el poder de las palabras. Entonces recordé las palabras de Taruka cuando me dijo que yo podía curar con las palabras. Puse mis manos cerca del fuego y pude ver unas manos viejas y preciosas, como si fueran las manos de una abuela, unas manos fuertes y tiernas. Todos se calentaban con el fuego. Yo me dormí con el arrullo de los árboles que me escoltaban.
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Cuando todos se despertaron fueron en seguida a desayunar. Pero a diferencia de lo que sería el banquete por la noche, la comida era ya preparada y algo ligera. Así que Sage decidió cocinar avena con leche y fruta. La mañana estaba helada, y yo encontré una pequeña mesa de madera. Me senté a escribir por un largo rato. Sage al frente hacía sus ejercicios de Yoga, parecía un bailarín en cámara lenta. Los demás fueron a ver a los caballos. Cuando la comida estuvo lista, improvisamos unas cucharas con unas ramas de árbol. El desayuno me supo a gloria. Me di cuenta de cómo -en términos generales- los humanos nos hemos vuelto cómodos, y en ese proceso hemos perdido tanta pero tanta sabiduría. Ver el agua hervirse en esa pequeña cocineta de combate y reventarse la avena en medio de las burbujas fue la meditación con la que empecé mi día.
Escribir sobre la madera húmeda
Sage preparando avena con leche y frutas
Una rama como cuchara... el bosque en la punta de mi lengua
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El campamento de la buena medicina: Espíritu de la montaña (Cava- nuahh) se realiza a inicios de otoño en el Lago Capote, al este de las Chimney Rock. El evento empieza con un sweat lodge, una especie de sauna natural, y al siguiente día, desde muy temprano, se llevan a cabo varias actividades. A las 5 de la tarde empieza la cena y a las 7 el gran pow-wow, en el que adentro de una carpa se ubican por grupos familias o amigos de diferentes tribus para tocar su música con tambores y entonar poderosos cantos mientras hombres, mujeres y niños bailan las danzas de sus comunidades.


Este campamento en particular lo organiza Michael Joseph, quien me invitó a intervenir en el pow-wow. Michael es miembro de Colville Confederate Tribes of Washington State. Tiene sangre okanogan, sinkayuse y cayuse. Además es alumno de Kathy y se graduará el próximo diciembre en arte y ciencias en American Indian Studies, en Fort Lewis College. Michael además trabaja en la reservación Ute como facilitador en un Centro de adicciones.
Espíritu de la montaña
Lake Capote
Michael Joseph
En la tarde armamos el lugar donde se cocinaría la carne de venado. Nunca antes la había comido. Para los nativos ese es el alimento del guerrero. Me enseñaron cómo se arma el asadero y el por qué de cada detalle. Más tarde empezó el acto solemne. Jamás olvidaré todos esos rostros, las voces, los trajes. Hasta me parece un sueño. Me senté junto a Kathy, Byron y Sage y les comenté que estaba loca por bailar. A continuación vinieron bailes de todo tipo, sólo mujeres, sólo hombres, niños, danzas elegantes (ellas incluyen uno de mis pasos favoritos que consiste en imitar a un águila). Entre danza y danza un moderador intervenía y daba mensajes y agradecimientos. Lo particular de este pow-wow es que en él no se ingieren bebidas alcóholicas. Es la música la que embriaga y la danza la que permite entrar en esa especie de catarsis, producto de la repetición de los movimientos del cuerpo. Yo también entré al círculo a bailar. Pensé en mi madre, en lo feliz que sería ella compartiendo esta danza. Yo fui sus piernas en ese momento. Sé que lo sintió.

El ritual del alimento. Carne de venado
Byron y Kathy, tremendos seres humanos
Itsah
Los tambores dejaron de sonar y fue el mismo Michael quien mencionó mi nombre. Invitamos a la compañera Carla Badillo Coronado, una mujer jaguar que viene desde la mitad del mundo a compartir con nosotros los mensajes de su gente y de su tierra. Sé que dijo más cosas pero eso fue lo que se me quedó grabado mientras yo me acercaba por el círculo, con dirección a la izquierda. En mitad del camino me quité los zapatos, sentí la tierra helada y avancé hacia donde Michael me esperaba con un micrófono. Ahí pude reencontrarme en todos esos ojos que me miraban atentos. Empecé saludando en quichua, luego en español y luego en inglés. No sé cuanto tiempo exacto hablé, pero creo que alcancé a decir muchas cosas que necesitaba compartir en un lugar así. Aproveché para hablarles nuevamente de mi tierra, de mi cultura, de mis ancestros. Felicité la labor de Michael y compartí la experiencia de los Yumbos. Me acordé en ese instante de Taruka, de Manuel, de Rocío, y de los niños que se educan en la escuelita en la que tengo pendiente una visita. Les hablé que también ellos están tratando de dejar la cultura del alcohol en sus celebraciones. Hablé de nuestras bebidas como la chicha de jora, de arroz, de yuca mascada. Y también del licor que vino con los conquistadores y el cual fue uno de los instrumentos para abusar de los runas, violar a sus mujeres y saquear sus tierras. Les agradecí con un yupaichani mashikuna. y me regresé a mi sitio. La danza continuó, y casi al concluir. Michael volvió a llamarme, esta vez para entregarme en nombre de los presentes un par de obsequios, que ahora atesoro en mi mochila y en mi corazón.
Agradecer, compartir, despertar
Michael Joseph agradeciendo mi asistencia y entregándome los obsequios.
Yupaichani mashi Michael, yupaichani Cava Nuahh. Ayatt Sin Caseal.