Antes de convertirme en un oso para camuflar el peso de las maletas
Finalmente pasaron mis maletas con el peso justo, y en el ajetreo me corté el dedo con un metal y empecé a sangrar. No es nada -dije-. ¿No es nada?-me preguntó la muchacha de la ventanilla-, pero si no paras de sangrar . Era gracioso que en todo el viaje no me haya pasado nada realmente alarmante en cuanto accidentes y que tomando el avión para ir a casa mi dedo no parara de sangrar. Pedí un curita, y al principio no fue suficiente. El muchacho de migración trajo alcohol y me desinfectó. ¿De dónde eres?. De Quitu, Ecuador -respondí-. Mientras esperaba, me preguntó sobre mi viaje y yo le conté algunas cosas. Luego dijo: ¿Y depués de lo que has conocido aquí, piensas seguir viviendo allá? Yo respondí: Este viaje ha sido una de las mejores experiencias de mi vida. Y con ella no he hecho más que reafirmar mi amor por mi tierra. Si con todo lo que me ha pasado, con todo lo que he visto, con todo lo que he conocido, quiero regresar a mi país... debe ser por algo, no crees?. Volveré pronto acá, estoy segura. Seguiré dejando mis pasos en la otra dimensión de este país esquizofrénico. Volveré. Pero Ecuador es mi base. Finalmente tomé el avión que me llevó a L.A.
Ya en el aereopuerto de Los Ángeles me saqué todo el peso de encima y volví respirar libre. Nuevamente saqué el libro de Vicente Muñoz Álvarez, ese Merodeador que tantas veces me acompañó en mi ruta. Vicente debió marearse con tanta vuelta que di. Y por eso la foto con la que empiezo este post va para él. La mirada perversa y pura de esta mujer andina subida en un bus de Los Ángeles muy cerca de San Pedro, donde descansa el viejo Buk. Y donde paradójicamente no había publicado la siguiente foto, que fue la que me tomé el primer día que llegué a Estados Unidos. La foto en la tumba de Charles Bukowski. La tumba por la que se me fue una tarde entera buscando el "don`t try" y los guantes de boxeador. Recuerdo esa tarde como si fuese hoy. Era un día soleado y no habían tiendas cercanas para comprarle una cerveza al viejo. Llegué casi sin nada, y le puse sobre su tumba mi parche de resistencia y el libro de RESACA/HANKOVER. Me senté frente a él y le dije: Estos son mis poemas, espero que te gusten, pero sino te tocará aguantarme hasta que termine de leerte, sin decir nada. En efecto, no dijo nada, pero creo que le gustaron porque el viento empezó a acariciarme las trenzas suavemente. Quien diría mi querido Hank, dos meses después vuelvo a L.A. para contarte que conocí a uno de tus mejores amigos, a tu biógrafo, a tu ciudad -por la que todavía ronda la señora Muerte- y a Linda King, tu compañera. Neeli me dijo que te gustaba beber en los cementerios. Yo, por mi parte, siempre he querido dar un recital en uno de estos. Y ahora estamos aquí, compartiendo mis versos frente a la Isla Bonita. Ya sé a que te refieres con don`t try, si no lo haces bien, si no lo escribes con las víceras, con el cerebro, con el corazón, si no te tiemblan las manos y el cuerpo después de escribirlo... mejor no lo intentes.

En fin, esta foto va para V. y para los otros 36 drugos. Sé que muchos de ellos vibraron con mis crónicas y relatos on the road. Lo poco que he podido mostrar dado el tiempo sobre carreteras, aereopuertos, reservas indígenas, recitales, tepees, bosques, desiertos, tumbas, cafés, librerías, bares, universidades, ríos, subterráneos, etc, etc, etc... Pero todo, como siempre he dicho, lo sigo acumulando en mi cuaderno de viaje. Espero algún día poder compartirlo integramente. Gracias a todos quienes han seguido mis nomadeos desde cualquier rincón del mundo. Todavía quedan muchas fotos, relatos, poemas que surgieron en algún momento acordándome de esas personas que me acompañan de alguna manera.
Abro una vez más El Merodeador, como dialogando con Vicente a través del papel y la tinta, y me encuentro con esta frase al final de uno de sus relatos: Nada más podíamos pedirle al mundo. Y tiene razón.