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... Pero resulta que Kathy compró el pasaje del autobus y me dijo que son veiente horas para llegar a Durango, de las cuales buena parte me tocaba esperar en una ciudad: Albuquerque. ¡¡¡Albuquerque!!! no lo podía creer, otra vez recorrería la histórica Rute 66 y posiblemente me encontraría con uno de los drugos. Me puse de inmediato en contacto con Vicente. Me presenté por e-mail y le hablé de Uberto, de Vicente Muñoz Álvarez, de David, de Patxi, etc., y desde luego, le expliqué que JAB me había dado su mail dada mi visita a New Mexico. Le conté que me tocaría esperar muchas horas en su ciudad y que talvez podríamos tomar un café y conversar hasta que mi bus nuevamente arranque.
Vicente respondió en seguida. Fue amable. Me alivió que no haya tenido ningún plan para el siguiente día, pues no le avisé con mucha antelación. La carretera como siempre: fabulosa. Salí muy temprano en la mañana. Pude disfrutar de todo el paisaje con los colores rojos y naranjas propios del verano. En el trayecto hablé un par de veces con Mark y podía imaginar como estaba mi gente en San Francisco. Escribí mucho las primeras diez horas, intercaladas con lecturas y de rato en rato unos snacks mexicanos. Ya a la noche llegué sin problema a la estación de Greyhound. Eran como las ocho y quince. Me di cuenta que no conocía físicamente a Vicente, pero tenía confianza en que nos reconoceríamos. Había leído un par de cosas suyas a través de su blog y también Hijo de Satanás, su poema antologado en HANKOVER.
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Luego de esperar unos minutos, ahí estaba. Me preguntó si era Carla. Creo que se dio cuenta de que era yo por mi atuendo: pañuelo, wuango y alpargatas. Al darle el abrazo sentí que abrazaba buena parte de poetas que están al otro lado del océano. Fuimos a cenar en un restaurante brasileño. Vicente me cayó muy bien, es buen tipo. Es muy tranquilo y me gusta su capacidad de escuchar con una atención única. Yo le hacía reir con mis historias y mis saltos abruptos de un tema a otro. Hablamos de muchas cosas: literatura, viajes, autoexilios... Le conté de como inició mi viaje, le hablé de mi tesis, de Faulkner y el whisky, de su tierra, de la mía, en fin. Él debía conducir así que bebí una caipiriña por los dos. Cuando nos dimos cuenta el restaurante ya estaba cerrando y prácticamente nos echaban. Recordé que en Albuquerque, entre semana, son pocos los lugares abiertos pasada la media noche. Así que decidimos ir a algún barcillo para seguir conversando, pero lo mismo pasó en el segundo lugar. Ni siquiera dejaron que acabaramos nuestro vino. Me pareció muy extraña esa regla. A partir de las doce ya no puedes ingerir más licor. Y si aún queda algún resto de alcohol en tu copa, el mesero te la retirará impidiendo que la acabes. Le dije a Vicente: ya van dos lugares de los que nos echan.. y eso que no hemos hecho nada. Él sonrió. Me levanté y guardé el libro Selected Poems de Anne Sexton y mi cuaderno verde, que en más de una ocasión nos dio trabajo pues pensé que lo perdí. Y perderlo sería como mutilar alguna parte de mi cuerpo. En ese cuadernito llevo historias, poemas, relatos, contactos y desvaríos.
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Fuimos en busca de un tercer lugar para tomar una copa y conversar tranquilamente. Pero antes me ayudó a resolver el problema de mi mochila ya que esta se había roto a mi llegada (ya era hora, la pobre ha aguantado de todo). Finalmente entramos a un bar en el que se podía permanecer en la terraza, y en el medio nosotros, hablando de posmodernidad, de espejos, de dobles morales, etc. Pido un mojito y el muchacho que atiende me pide la identificación. Ya estoy acostumbrada en los lugares nuevos. Vicente mira la fotografía de mi ID.
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-¿Eres tú?.. no te pareces.
-Claro que soy yo -respondo-, pero estoy con el cabello suelto. Mi cabello es chureado.
-No pareces, es que aquí te ves muy normal.
-¿Normal?
-Sí. ¿Pero es que tú no eres normal?
-¡Joder! -digo, imitando su acento.
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Los dos reímos.
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Lo que para cualquier otra mujer hubiese resultado una ofensa, a mí me pareció un cumplido. Vaya que era un hijo de Satanás, por eso me sentí muy cercana. Sabía que en unas horas más debía seguir mi camino. Yo no quería irme todavía. Una muchacha se acercó y me pidió sacarme una foto, yo me reí. Es que eres exótica, dijo Vicente. Quizá es que no tengo máscaras -respondí-. JAB no se equivocó. Me alegra haber conversado por horas con Vicente. Me alegra haberlo incluído en mi camino. Espero volver a encontrarlo en Ecuador, España o Albuquerque. Me despido entregándole un pequeño presente traído de mi tierra. Él se lo merece, tampoco le gustan las máscaras. Tres de la mañana. Se cierran las puertas del bus. Es hora de avanzar.