Otro libro que Mark se apuntó fue el de Lydia Lunch. Estábamos como siempre, en la City Lights Bookstore casi a media noche. Dos bibliómanos disfrutando de uno de sus fetiches, para luego seguir nuestra visita al Vesuvio y saludar a Jack Hat del otro lado de la barra. Ya entre los estantes, Mark se quedaba en la sección de Historia y Filósofía, regresándome a ver de rato en rato para susurrar: los griegos ya lo dijeron todo. Y yo en la esquina, bajo ese cartel que decía Death to the State, tomando el libro de Lydia Lunch: Paradoxia. Diario de una depreradora. ¿Qué haces? -preguntó Mark- Estoy transcribiendo esta frase con la que empieza Lydia a manera de indicación. Algo así como: todos los nombres escritos son reales, no se intentará proteger sus identidades, pues todos ellos son jodidamente culpables. Me quedé leyendo un buen rato, pero ya iban a cerrar. Esa noche Mark se llevó más logos a casa, pero me regaló el diario de esa depreradora donde la lógica tiene otro tipo de reglas.
Duele dejar la ciudad en la que pude aullar en luna llena, desnuda. Duele dejar mis versos regados en las mesas del Caffe Trieste para que algún solitario los recoja. Cuánto tiempo pasará hasta que vuelva a ver los ojos de los locos que nunca aprendieron ni aprenderán a conformarse en el gran circo. Ellos saben que hay algo más al otro lado del túnel, una luz. Pero yo -domadora de instintos- debo partir una vez más y seguir buscando esa luz a mi ritmo. Llegué a San Francisco para quedarme tres, cuatro, cinco días... y acabé viviendo un mes, un mes intenso. Un día como una semana, una semana como un mes, un mes como un año (¿cuántos años viví en San Francisco?). Por eso decidí postergar mi ruta y quedarme para volver a respirar tranquila. Y nuevamente cuando se acercaba la hora de partir: el puñetazo en el vientre, la respiración cortada, el vértigo. Y volví a postergar mi ruta. Y Frisco me recompensó con nuevas experiencias. Esta ciudad es como un hombre desafiándome. Puedo escuchar las voces que salen de Washington Square, de Columbus, de Vallejo, de Chinatown, todas me repiten al mismo tiempo: Si te vas te lo pierdes. Por eso me quedé. Ahora nos necesitamos, porque llegué a renovar sus calles con mis pies de barro, con mis atuendos típicos, con mi voz rasgada y cantinera. Niña con alma añeja. No me gustan las religiones, pero sí los ritos. El arte y el amor tienen rituales cuyos templos son el cuerpo y los lugares sin dueño. La lluvia es el agua bendita y el cielo hace su propio bautizo al cambiarnos el nombre cada noche. Hoy te llamarás jaguar -me dijo-. Yo respondí: Amén... que así sea.
Sirviendo cerveza etiopiana antes del recital de Jack en Mission St.
Jack es un amigo que me duele dejar, porque con él cada segundo es valiosísimo. Lo extrañaré bailando y cantando, lo extrañaré con sus tirantes y su People Tribune en la mano, con su vaso de vodka confesándome sus secretos y la de sus amigos. Me queda claro que Allen Ginsberg era el más generoso de todos y que un trozo de corazón se le quedó en Latinoamérica, entre los cantos de las ceremonias sagradas. Y que la mujer a la que más amó Jack Kerouac -quizá la única- fue su madre. Aggie siempre me dice que Gregory Corso le parecía detestable, que era un hijodeputa con la mayoría de mujeres que conocía y que para variar los dos nacieron un 16 de marzo. Jack Hirschman me cuenta que una vez, cuando Corso ya estaba viejo, lo entrevistaron en una radio y entre las llamadas del público llamó una muchacha que le dijo al poeta: Hola, Gregory Corso, soy tu hija. A lo que Corso respondió: Come on, you wanna fuck! Ese era Corso. Yo también podría detestarlo, pero no puedo. Siento que incluso le tengo cariño. Hubiese deseado conocerlo, quizá nos habríamos mandado a la mierda muchas veces, pero estoy segura de que hubiésemos llegado a ser buenos amigos. Jack lo quiso mucho. Él defiende a su amigo y me dice que en el fondo Corso era el más dulce de los beat, el típico gamín indefenso. Disfruté cada vez que Jack imitaba a Corso con la voz gangosa y cuando se ponía celoso de Ginsberg y Hirschman. Sabes, Carla, al principio no nos caíamos bien. A Gregory no le gustaba que yo converse a solas con Allen por más de quince minutos. Pero con el tiempo llegamos a ser grandes amigos. Jack le hizo un poema precioso cuando Gregory murió. Yo me aprendí el poema y lo repetía en voz alta cuando caminaba con Jack por la Broadway camino a casa. La gente me miraba raro y Jack se reía. A Bob Kaufman pude conocerlo mejor gracias a Neeli Chercovski, uno de mis mejores amigos en Frisco. Neeli fue compañero de cuarto de ese negro que disparaba versos y siempre acertaba. Elegía a Bob Kaufman, fue uno de los libros que Neeli me regaló. Lo escribió como tributo a Kaufman pero también fue un pretexto para hablar de los cafés, de las calles, de las plazas que hasta hoy siguen siendo refugio de artistas.
Duele dejar las historias de Vrunece, el místico. Al que sólo se lo encuentra por las noches con mil historias en su maletín. Ahora entiendo por qué Mark me lo quería presentar. Vrunece tiene anécdotas que casi nunca se escuchan. Vino alguna vez de Egipto, pero sus ancestros también son de Grecia. Es pintor y sabe las danzas secretas de las civilizaciones perdidas. A estado en situaciones extremas atravezando tierras inhóspitas. A estado con monjes y sabios. Él me enseñó como nadie la diferencia entre ovejas, cabras y pastores. Y de entrada me dijo tú eres the jungle princess, y me hizo unos ejercicios para medir donde estaba enfocada mi energía. El resultado fue el que me temía. En lo emocional. Y la cuestión es sincronizar lo mental, lo emocional y lo sexual al mismo tiempo. Vrunece solía tener consigo las cosas que menos te imaginabas. Anillos que pertenecían a maestros importantes, los huesos de su madre en una de sus medallas, fotografías de hace muchísimos años, etc. Me regaló una pluma de papagayo, propio de la amazonía ecuatoriana y le dijo a Mark: esta mujer vale mucho, tiene mucha energía, y se parece a mi madre, una mujer bella, inteligente y fuerte. Su madre tuvo que hacerse policía para sacar adelnate a sus hijos. Mark me regresa a ver. Ni lo pienses, le digo.
Con Vrunece en Tosca
Vrunece me enseñó la form correcta de beber un Bénédictine, un licor muy antiguo, proveniente de Francia, de Normandia pero este no es hecho de manzanas como el Calvados, sino que esta hecho de 27 hierbas secretas. Fue creado en 1510 por el monje Benedictino: Dom Bernardo Vincelli, de la abadia de Fécamp. Se dice que las 27 hierbas o plantas provienen de las 4 esquinas del mundo pero no se dice cuales son las plantas usadas en su elaboración. La receta original había sido perdida durante la revolución francesa en 1791, fue hasta 1863 cuando es descubierta nuevamente por Alexandre The Great, diez años después sería tan popular que se producían 150 000 botellas al año. Las botellas de Benedictine traen las siglas DOM que significan Deio Optimo Maximos (God most great most high). También me regala una especie de medalla con la imagen de una virgen, está medio oxidada pero la historia que viene con ella es impesionante. También me regaló la última foto del Che vivo, yo que tengo muchísimas fotos de él no la había visto esa nunca. Está en la selva con dos compañeros, la foto está en sepia. Él inscribe algo en el borde superior y me la dedica. Fue la última vez que lo vi.
Antes del ritual del Bénédictine
David, el rabino, es conocido como el judío bohemío. Él fue el tipo que acompañaba a Mark la primera vez que lo vi fuera del Trieste. Su look es genial: barbas largas, sombrero, ropas coloridas como las de un hippie. Nos caímos muy bien de entrada, y hablamos y hablamos y hablamos. Llegaba del burning man, en Nevada. Arte por todo lado, muñecos que representaban todo lo peor de la sociedad norteamericana quemándose. Todo el mundo cmenzó a irse y yo me quedé con ellos. Fuimos a E Tutto Qua y luego, antes de seguir a Tosca, el rabi nos invitó a su casa, que está en el corazón de North Beach. Un cuartito de un metro y medio por dos, pero todo lo que hay dentro es libros, libros viejos, todos ellos en hebreo. Lo primero que hice fue olerlos. El rabino estaba muy emocionado que sacó un poco de hierba y lo ofreció a su maestro que estaba en una fotografía en blanco y negro colgada de lo poco de pared que se veía.
Con David, el judío bohemio en su cuarto-casa-biblioteca-estudio
Con Lyon
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Tantas, tantas historias... estos son apenas fragmentos de todas las memorias que estoy escribiendo. Se me quedan en la lista muchos personajes más. Amigos que me enseñaron grandes lecciones. Dejo las últimas escenas en Frisco, mi despedida coincidió con el tributo al jazzero BJ papa en el Caffe Trieste. Jamás olvidaré ese día. Los amigos de siempre y otros que se unieron a la lista. Mis últimas conversaciones con el Lyon, Carl T.,George, Spects, Bruce, Lee, Momo, Shery, Jhon, y el amigo de Bob Dylan que me invitó a un programa de radio para leer poesía y hablar sobre mi documental, y con el que terminamos cantando. Y por supuesto esa foto histórica como dice Aggie: la foto en la que estoy con Jack y Mark. El saxofón sigue zumbando en mis oídos.
Jazzero en el tributo de BJ Papa en Caffe Trieste (en la foto pequeña: BJ papa)
Música de principios del otro siglo
Con el buen George, pronto presentará su libro Wild Broccoli
Con Michael, the street poet
Con Jack y Laura Zanetti
Bob Dylan`s friend
Linda King ... compañera de Bukowski dejándome su huella
Con Spects, el dueño de uno de los refugios de artistas
Spects, yo, Laura y Mark
Jack Hirschman, Carla Badillo, Mark Álvarez
Quiero encontrar a todos cuando regrese...