domingo, noviembre 20, 2011

Welcome to Tijuana - Uberto Stabile

  
"Llegué a ayer a Tijuana procedente de México DF, este hermoso, terrible e inmenso territorio del norte de la república mexicana es ya como una parte de mí, capaz de seducirme mas allá de su violenta necrológica, llena de interrogantes las grandes certezas y da respuesta inesperada a muchas otras cuestiones que del otro lado del mar, apenas tienen cabida. Llego para participar en el FELINO (Festival de Literatura del Noroeste).

El avión sobrevoló los estados de Aguascalientes y Zacatecas, y todo el desierto de Sonora hasta adentrarse en lo mas profundo del Mar de Cortés y caer inmediatamente sobre el aeropuerto de Tijuana, ya en la Baja California, rodeado de campos de baseball que anuncian las proximidad de las hamburguesas y los refrescos de cola.

Creo que ya integré el albur mexicano en mi propia lectura de las senales, después de aterrizar una correctísima azafata nos da la bienvenida a Tijuana: "por su seguridad es conveniente que permanezcan sentados en sus asientos". Tal vez no debería bajar del avión?

Esta mañana me levanté a las 5. Debo cruzar la línea. Voy sólo y a pie y me advirtieron que hay mucha cola. Desayuno unos huevos rancheros con frijoles y café americano y me pongo en ruta. Tomo un taxi hasta la línea, por la radio dan las previsiones, a las 8 de la mañana ya hay unas mil personas de cola, alrededor de dos horas para pasar. Llego y me sumo a esa triste hilera de mexicanos que deben justificar diariamente su necesidad de pasar la frontera, al otro lado de la cual, estudian, trabajan, tienen sus familiares y sobre todo tienen el futuro que en su país les niegan para vendérselo al doble de su precio solo por cruzar. En la fila no hay gringos, y si los hay son mexicanos que han obtenido la nacionalidad. Mas bien es gente humilde, estudiantes, personas mayores, otras van al médico, a los descomunales centros comerciales de San Ysidro o Chula Vista, o simplemente cruzan para sentirse mas seguros que en sus propias casas.

La fila se hace interminable. Hay gente vendiendo y pidiendo por todas partes. Y se vende todo lo que puedas imaginar: prensa, avena, café, elotes, tacos, burritos, paletas, cachuchas, quesadillas,...y se anuncia lo que se puede comprar o encontrar, carteles para vender visados, certificados, visas, invitaciones a saltarte la fila por cinco dólares o para encontrar desaparecidos sin esperanza. Un ejército de sillas de rueda y los tullidos jinetes se distribuyen estratégicamente alrededor de la descomunal fila de personas; uno canta corridos mexicanos con una guitarra, otro con pianola canciones de Roberto Carlos, otro vende pañuelos de papel y chicles, otros simplemente piden. No hay descanso, la fila permanecerá así todo el día. Y de nuevo casi sin tregua al nuevo amanecer la fila, como el dinosaurio de Monterroso, seguirá allí.

Un poco mas adelante observo la habilidad de un mexicano para no hacer la fila. Se trata de llegar a la cabecera de esta, que en su principio se mueve con mas agilidad, se agacha como si se estuviera atando un zapato y deja que uno de los tramos de unas 20 personas pase antes de levantarse como si perteneciera al grupo que acaba de pasar y se integra en la fila. Pero no soy el único que se percata y desde la misma fila le llueven improperios que ceden ante la inmediatez del paso a los EEUU.

Avanzamos lentamente, a nuestro paso se suceden cabinas de cambio, cámaras de policía, carteles con avisos intimidatorios de policía, perros policía que pasan de la mano de sus dueños policías y olfatean todo cuanto creen o entienden sospechoso: las bolsas con las tortillas, las maletas llenas de ropa, los instrumentos musicales, las mochilas de los estudiantes, los carritos de los niños, los zapatos, los pantalones, la misma fe en un mundo sin fronteras.

En el paso de aduana de nuevo los registros, las preguntas, las miradas desafiantes, son ellos ahora los que parecen policías perro. Me dejan pasar sin dejar de observar, no muchos europeos la cruzan a pie. De otro lado ya conozco la maniobra. Cambiar dinero, subir al tranvía y bajarme en H Strett. El tranvía que lleva hasta San Diego cruza barriadas periféricas de casitas prefabricadas, barrios enteros de remolques convertidos en casa, donde se hacinan los inmigrantes que huyen del miedo y de las balas y alzan agradecidos la bandera de las barras y estrellas a la puerta de sus humildes moradas. Desde el trolley, como le llaman, se divisan las colina de Tijuana, atestadas de casas que parecer querer saltar como si fuesen auténticos espaldas mojadas, y por medio la caprichosa y serpenteante valla que los divide del paraíso, construida para mas inquina con la chatarra de los vehículos militares procedentes de la guerra de Irak.

Dentro del vagón el paisaje no es menos sorprendente. Todos hablan español o spanglish. El tranvía va lleno de estudiantes mexicanos que estudian en Colegios y Universidades de EEUU, de mujeres que van a limpiar a EEUU, de personas que van comprar a las grandes superficies de los EEUU. Frente a mi solo un gringo borracho que sostiene un vaso de plástico de pepsicola y una anciana asiática que devora sin compasión su bolsa llena de patatas con ketchup de MacDonald's...

Me bajo en H Street para tomar allí el bus, el 709 con dirección al Southwesterm College, una universidad publica donde voy a presentar el documental y el libro "Tan lejos de Dios". Atravesamos toda ChulaVista, con sus casitas de madera y sus jardines con las correspondientes banderas norteamericanas. En las calles apenas hay papeleras por la sencilla razón que apenas hay transeúntes, estamos en el reino de los autos. Nos rebasa un descapotable rojo conducido por un negro que lleva la música a todo volumen y tras de el un anciano en una enorme Harley Davisson pisándole los talones, como retándole. A mi lado un joven lee una revista dedicada a las armas de fuego y las guerras mas recientes, con todo lujo de detalles y fotografías estilo Hollywood, se titula Time: The perfect killer y parece una exaltación del hombre bélico.  

Llego a mi parada, el Southwesterm College: "jale del cordón para solicitar parada". Fin. Estoy en el Departamento de Lenguas esperando al poeta y profesor Francisco Bustos. Acaba de llegar. Vamos con ellos."

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Gracias por compartirme ese fragmento de tu diario, Uberto. Que tus ojos sigan alumbrando.