«No te entiendo un pito lo que me decís», me dijo el conductor del autobús, o sea colectivo, o viceversa, mi primera jornada en Buenos Aires. Llevaba todo el día explicándome mal, queriendo decir una cosa y balbuceando otra, dando rodeos involuntariamente cómicos, reaprendiendo el léxico con el que aprendí hablar. «No te entiendo un pito, flaco», me repitió mientras manejaba, o sea conducía, o viceversa, y me entregaba mi correspondiente boleto o billete o pasaporte a ninguna parte. En mi ciudad natal brillaba el sol, que no tiene dialecto y tampoco le importa.
CIUDADES QUE LLORAN por FRANCISCO ROJAS
-
Dicen que si te vas llora Madrid, que ya no sabe el mar de Asturias igual,
que en la parte antigua grita San Jorge desconsolado. Que yo, dicen que yo,
an...
Hace 35 minutos