
Un día como hoy nació el poeta y dramaturgo español Federico García Lorca (Granada, 1898-1936). Aquel que en los años de residencia estudiantil, en Madrid, hizo amistad con el pintor Salvador Dalí, el cineasta Luis Buñuel y el también poeta Rafael Alberti, entre otros. Aquel que viajó a Nueva York y Cuba en 1929. Aquel que fue detenido en 1936 en España, tras el levantamiento militar de la Guerra Civil Española, por su afinidad al Frente Popular y por ser abiertamente homosexual. Aquel que fue ejecutado y enterrado en una fosa común.
Recuerdo que cuando llegué Nueva York, lo primero que quería era recorrer los lugares que menciona Lorca en su libro Poeta en Nueva York, y así lo hice. Anduve por el bello barrio negro de Harlem, por el Brooklyn Bridge, Columbia University, Battery Place, y desde luego me senté al pie del Hudson -a las cinco en punto de la tarde- para escuchar al poeta pronunciar: Y tú, bello Walth Whitman, duerme a orillas del Hudson/con la barba hacia el polo y las manos abiertas.
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La ilustración que acompaña este post lo realizó el propio Lorca, y se titula Retrato de una dama española sentada (1929). Corresponde a la portada de un libro que compré hace tiempo justamente por contener Romancero Gitano (1924-1927), Poeta en Nueva York (1929-1930) y Llanto por Ignacio Sánchez Mejías (1935), acompañados de las ilustraciones del poeta.
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Comparto uno de los poemas que más me gusta: New York, Oficina y denuncia. Lo acompaña una fotografía en la que Lorca tenía mi edad: 22... aunque aparenta mucho menos.
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Oficina y denuncia
A Fernando Vela
Debajo de las multiplicaciones
hay una gota de sangre de pato.
Debajo de las divisiones
hay una gota de sangre de marinero.
Debajo de las sumas, un río de sangre tierna;
un río que viene cantando
por los dormitorios de los arrabales,
y es plata, cemento o brisa
en el alba mentida de New York.
Existen las montañas, lo sé.
Y los anteojos para la sabiduría, lo sé.
Pero yo no he venido a ver el cielo.
Yo he venido para ver la turbia sangre.
La sangre que lleva las máquinas a las cataratas
y el espíritu a la lengua de la cobra.
Todos los días se matan en New York
cuatro millones de patos,
cinco millones de cerdos,
dos mil palomas para el gusto de los agonizantes,
un millón de vacas,
un millón de corderos
y dos millones de gallos,
que dejan los cielos hechos añicos.
Más vale sollozar afilando la navaja
o asesinar a los perros en las alucinantes cacerías,
que resistir en la madrugada
los interminables trenes de leche,
los interminables trenes de sangre
y los trenes de rosas maniatadas
por los comerciantes de perfumes.
Los patos y las palomas,
y los cerdos y los corderos
ponen sus gotas de sangre
debajo de las multiplicaciones,
y los terribles alaridos de las vacas estrujadas
llenan de dolor el valle
donde el Hudson se emborracha con aceite.
Yo denuncio a toda la gente
que ignora la otra mitad,
la mitad irredimible
que levanta sus montes de cemento
donde laten los corazones
de los animalitos que se olvidan
y donde caeremos todos
en la ultima fiesta de los taladros.
Os escupo en la cara.
La otra mitad me escucha
devorando, orinando, volando,en su pureza
como los niños de las porterías que llevan frágiles palitos
devorando, orinando, volando,en su pureza
como los niños de las porterías que llevan frágiles palitos
a los huecos donde se oxidan
las antenas de los insectos.
No es el infierno, es la calle.
Nos es la muerte, es la tienda de frutas.
Hay un mundo de ríos quebrados y distancia inacesibles
en la patita de ese gato quebrada por el automóvil,
y yo oigo el canto de la lombriz en el corazón de muchas niñas.
Oxido, fermento, tierra estremecida.
Tierra tú mismo que nadas por los números de la oficina.
¿Qué voy a hacer? Ordenar los paisajes?
¿Ordenar los amores que luego son fotografías,
que luego son pedazos de madera y bocanadas de sangre?
No, no; yo denuncio.
Yo denuncio la conjura
de estas desiertas oficinas
que no radían las agonías,
que borran los programas de la selva,
y me ofrezco a ser comido por las vacas estrujadas
cuando sus gritos llenan el valle
donde el Hudson se emborracha con aceite.
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Federico García Lorca, Romancero Gitano, Poeta en Nueva York, Llanto por Ignacio Sánchez Mejías, Ed. óptima, Barcelona, 2001.