En un antiguo taller, los juguetes cobran vida cuando su creador abandona el lugar. No le hacen falta trucos ni efectos especiales para conferir vida a esa naturaleza muerta. Es la cámara quien extrae el movimiento y la emoción de unas muñecas rotas o de un contador de luz. Siniestro film que anticipa, sin duda, los bodegones fúnebres de otros ilustres cortometrajistas: Los hermanos Quay.
CIUDADES QUE LLORAN por FRANCISCO ROJAS
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Dicen que si te vas llora Madrid, que ya no sabe el mar de Asturias igual,
que en la parte antigua grita San Jorge desconsolado. Que yo, dicen que yo,
an...
Hace 5 horas