domingo, mayo 15, 2011

Cuando perdimos el último bus en el Gran Cañón



Y sí, nadie nos avisó del cambio de hora entre Nevada y Arizona. O no lo escuchamos. O no quisimos escuchar. El punto es que mi tío y mi padre -que son estrictos con la puntualidad- se preocuparon muchísimo, y esta vez con razón, puesto que uno de los guardias nos informó que ya no habría ningún tipo de transporte en adelante para regresar a Las Vegas. Para entonces el sol comenzaba a ocultarse y el viento soplaba cada vez con más intensidad. Para ser sinceros ni mi tía, ni mi madre ni yo, estabámos lamentándonos tanto, ya que estábamos fascinadas con el último tramo que habíamos recorrido, y, aunque nos preocupamos (ya que habíamos quedado en regresar por la noche para encontrarnos con mi hermana), yo fui de la idea que en último caso jalaríamos dedo, lo que se conoce como 'autostop'. Pero el guardia dijo que eso era casi imposible, ya que no estábamos ni cerca de una carretera convencional sino en uno de los tramos del Gran Cañón, más claro: nadie pararía a rescatarnos. Es cierto, todo se descuadraría, pero a fin de cuentas yo ya estaba acostumbrada a este tipo de cosas, y por experiencia... cada vez que pasaba algo así nuevas aventuras venían. 

cuando todavía no tomaba conciencia de que estábamos en medio de la nada sin poder regresar


Treinta minutos después ya no pensaba la mismo. El viento no sólo soplaba fuerte sino que me estaba congelando, y claro, se me había olvidado aquello de las temperaturas extremas en el desierto. Mi chaqueta sabrá Dios donde la olvidé y sólo me mantenía con un top sin mangas y una minúscula falda. Deseaba meterme en algún lado, pero nuevamente, todo era desierto. Lo que me salvó fue una de esas cobijas que suelen dar en el avión, yo había 'conservado' la cobijita roja del vuelo que nos trajo desde Quito.  En adelante, no puedo quejarme, fue toda una secuencia de suceso, el guatemalteco que nos ayudó inicialmente preguntando si alguien de los que trabajaba en el Parque Nacional nos podía dar un aventón, aunque al final no hubo nadie. 

El hombre guatemalteco que nos ayudó a preguntar si alguien saldría a la carretera

Más tarde, Brad, otro de los guardias, nos dijo que él nos adelantaría hasta cierto tramo, que el vivía en un pueblo cercano y que si deseábamos podríamos buscar ayuda allí hasta el siguiente día, o bien podía llevarnos a un rancho donde uno de los vaqueros a lo mejor nos daba posada. Y así fue, bueno en realidad nos ofrecieron su ayuda, pero teníamos que regresar a Las Vegas como sea, ya que mi hermana nos estaría esperando para ir al teatro. Más adelante, los teléfonos de mis tíos murieron (nosotros no teníamos celular) y Brad logró comunicarse con Cuauhtémoc, un trabajador mexicano del área de Guano Point. Pasó algún tiempo hasta que llegaran por nosotros, estábamos preocupados porque sabíamos que a lo mejor querrían aprovecharse de que por ahí no había una sola alma para querer sacarnos algún dinero de forma abusiva para ir a Las Vegas, y como no estábamos de ninguna manera en esas condiciones, no nos quedaba más que apelar al buen corazón del tal Cuauhtémoc, pasaban los minutos y las horas y ya mi familia reía por no llorar, teníamos hambre y nada se avizoraba cerca y yo un par de veces tuve que orinar entre cactus. La luna parecía hasta más llena que de costumbre, y no era muy fácil ver las estrellas, pues todo era oscuro y el cielo parecía cada más próximo sobre nuestras cabezas. 

más cuervos

mi tía (atrás), mi madre y mi prima, riendo de todo lo surreal que se tornó nuestra aventura al Gran Cañón

Brad, uno de los guardias que regresaba de Guano Point, nos dio un aventón a mí y a mi familia hasta alguna carretera en la que pudiésemos conseguir nueva ayuda

 en el desierto el atardecer es eterno