domingo, diciembre 18, 2011

Rocinante y los viajes con Charley


 photos by Mark Alvarez.
John Steinbeck National Center. Salinas, Ca. oct. 2011

A los cincuenta y ocho años de edad, poco antes de recibir el Premio Nobel de Literatura y recién recuperado de un ictus, John Steinbeck (Salinas, California, 1902 – Nueva York, 1968) se impuso todo un desafío: recorrer los Estados Unidos al volante de una furgoneta, con la única compañía de su viejo perro “Charley”, y del cual surgió el libro "Travels with Charley. In search of America". De todos los objetos, artefactos, reliquias que Mark y yo encontramos en el Museo, ambos coincidimos que nuestra favorita era precisamente esa furgoneta, a la que el Steinbeck llamó: Rocinante, como el caballo de Don Quijote. 

A continuación comparto un fragmento del libro, donde el autor narra cómo surgió la idea de este medio de transporte que llegó a ser su hogar por algún tiempo. 




"En cierta ocasión anduve viajando en una vieja furgoneta de una panadería, un cacharro de dos puertas con un colchón en el suelo. Paraba donde paraba la gente o se reunía, oía y miraba y sentía, y me formé así una imagen de mi país cuya fidelidad sólo estaba empañada por mis propias limitaciones.

Sucedió pues que decidí volver a mirar, decidí intentar redescubrir este país enorme. No podía sino explicar, al escribir, las pequeñas verdades diagnósticas que son los fundamentos de la verdad mayor. En los veinticinco años que habían transcurrido, mi nombre se había hecho razonablemente famoso. Y mi experiencia me había dicho que la gente cambia cuando ha oído hablar de ti, favorablemente o no; se convierten, por timidez o por las otras cualidades que inspira la publicidad, en algo que no son en circunstancias ordinarias. Debido a eso, el viaje me obligaba a dejar en mi casa mi nombre y mi identidad. Tenía que ser ojos y oídos peripatéticos, una especie de placa de gelatina en movimiento. No podría firmar en los registros de los hoteles, ver a gente que conocía, entrevistar a otros, ni siquiera hacer preguntas inquisitivas. Además, dos o más personas perturban el complejo ecológico de un área. Tenía que ir solo y tenía que ser reservado, una especie de tortuga despreocupada con la casa a cuestas.



Teniendo en cuenta todo esto, escribí a la oficina central de una gran empresa que fabrica camiones. Expliqué lo que me proponía y cuáles eran mis necesidades. Quería una furgoneta de tres cuartos de tonelada, capaz de ir a cualquier parte soportando condiciones posiblemente rigurosas, y en esa furgoneta quería una casita incorporada como el camarote de un barco pequeño. Un remolque resulta engorroso para maniobrar en pistas de montaña, es imposible y a menudo ilegal aparcar con él y está sometido a diversas limitaciones. A su debido tiempo, llegaron especificaciones detalladas de un vehículo resistente, rápido y cómodo, con techo de caravana (una casita con una cama doble, una cocina de cuatro fuegos, estufa, nevera y luces, todo ello de butano, un retrete químico, espacio de armario, espacio de almacenaje, ventanas con mosquiteros para los insectos), exactamente lo que yo quería. 


Me la entregaron en el verano en la casita que tengo para pescar en Sag Harbor, en el extremo de Long Island. Aunque no quería empezar entes del Día del Trabajo, cuando la nación vuelve a sentarse en la vida normal, quería acostumbrarme a mi concha de tortuga, equiparla y aprender a manejarla. Llegó en agosto, una cosa bella, potente y sin embargo ágil. Era casi tan fácil de manejar como un turismo normal. Y debido a que el viaje que había planeado había provocado algunos comentarios satíricos entre mis amigos, le llamé Rocinante, que era, como recordaréis, el nombre del caballo de Don Quijote.


Como no hice de mi proyecto ningún secreto, surgieron una serie de discusiones entre mis amigos y asesores. (Cuando se proyecta un viaje surgen enjambres de asesores.) Se me dijo que como mi fotografía estaba todo lo difundida que mi editor había sido capaz de conseguir, me resultaría imposible andar por ahí sin que me reconocieran. Dejadme que os diga por adelantado que en unos dieciséis mil kilómetros, y a lo largo de treinta y cuatro estados, no fui reconocido ni una sola vez. Creo que la gente sólo identifica las cosas en contexto. Ni siquiera los que podrían haberme reconocido en el marco que me corresponde teóricamente me identificaron en ninguna ocasión en Rocinante.

Se me advirtió que el nombre de Rocinante pintado en un lado de la camioneta con caligrafía española del siglo XVI provocaría curiosidad e investigaciones en algunos lugares. No sé cuánta gente reconoció el nombre, pero desde luego nadie hizo ni una sola pregunta sobre él."


John Steinbeck, Viajes con Charley, Barcelona, Península, 1998, pp. 11-29. 
Traducción de José Manuel Álvarez Flórez.