Con Don Luchito Fabara, librero nómada por más de 40 años
Tras largas jornada de trabajo, todos mis compañeros regresaron a Quito; sólo yo decidí quedarme varios días más en esta provincia que me encanta. Tenía la posibilidad de cruzar la frontera y avanzar hasta esa ruinas incas, al norte de Perú, de las que Mario tanto me había hablado la semana pasada, y al menos quedarme un día más en Macará (Jorge Andrés me había contado que su padre, hace muchos años, había hecho varias cosas en favor de esa ciudad, y que por ello había incluso un busto suyo y una calle que llevaba su nombre), pero tuve que ser realista, y por cuestiones de tiempo, movilización y dinero no iba a lograr hacerlo todo esta vez, así que decidí aprovechar Loja y dejar lo otro para un próximo viaje. Fue una decisión acertada. De no haberme quedado no hubiese encontrado a Don Luchito Fabara, un librero errante del que escribí hace 3 años en este mismo blog, y con el que lamentablemente perdimos contacto. Luchito es todo un personaje, y me dio mucho gusto comprobar que sigue siendo el mismo hombre sencillo y despierto, y que sigue ofreciendo, en su mesita esquinera entre la Lourdes y Sucre, libros excelentes, ediciones buenas y raras de literatura, historia y filosofía. Además sus clientes son personas muy interesantes, y al final de la tarde su kiosko acabó siendo el centro de una buena tertulia entre gente interesante que él me iba presentando conforme iban llegando.
Don Luchito Fabara
Al final terminé ayudando a Don Luchito a vender sus libros, y tuvimos mucho tiempo para conversar acerca de sus historias entre Guayaquil y Cuenca. Don Luchito me cuida, y de rato en rato recoge las cosas que olvido por estar pendiente de los libros. La otra vez regresé a Quito con muchos títulos adquiridos en este mismo punto, hoy me llevo quince, entre los que figuran nombres como William Faulkner, Andrés Caicedo, Thomas Mann, Henrich Böll, Vladimir Nabokov, Naguib Mahfouz, Mijail Bulgakov, etc... más algunos poemarios nacionales y una biografías de Winston Churchill. Otra grata sorpresa fue que entre los libros encontré un poemario de mi querido amigo Jorge Luis Narváez, ese Hombre-Mundo, director del documental ALPACHACA, puente de tierra, y quien fuera mi guía por el Chota e Ibarra. El libro se llama Cantos egoístas y baladas brujas, perteneciente a la Colección: Los Cuadernos de Rimbaud.
Dos de los clientes frecuentes de Don Luchito, Douglas (izq.), me cruzó algunas frases lapidarias de Tagore y algo de música para el camino
Con Don Luchito la tarde me rinde de una forma impresionante, él es del tipo de personas con las que me siento a gusto, me habla de sus anécdotas en el penal, cuando -aún sin ser abogado- ayudaba a sus amigos que por una u otra razón caían en el bote. "Todo se puede vender, mija linda, menos la conciencia" me dice, mientras sigue arreglando la pila de libros. Yo pude haber terminado mi carrera y ser abogado, pero los libros no son cualquier cosa, esto toma tiempo y dedicación, y esto es una herencia, mi preciosa, yo soy heredero del negocio de mi padre, y esto yo no lo dejo hasta el día en que el de arriba me diga, vente Lucho veamos que puedes hacer por acá".
Yo también le cuento a Don Luchito todo lo que ha pasado en mi vida estos tres años, y a ratos confundo escenas de tanta emoción. Siento que él también viaja por todos los sitios de los que le hablo, esos desiertos lejanos que parecen existir sólo en películas de vaqueros o en noticias de migrantes. La sonrisa de Don Luchito en mis ojos baila. Y también compartimos por momentos el silencio. Bebo café y sigo desordenando sus libros, abriendo al azar páginas, como si buscase en ellas pistas o señales que no he perdido, y que, sin embargo, nunca me canso de buscar.
Yo también le cuento a Don Luchito todo lo que ha pasado en mi vida estos tres años, y a ratos confundo escenas de tanta emoción. Siento que él también viaja por todos los sitios de los que le hablo, esos desiertos lejanos que parecen existir sólo en películas de vaqueros o en noticias de migrantes. La sonrisa de Don Luchito en mis ojos baila. Y también compartimos por momentos el silencio. Bebo café y sigo desordenando sus libros, abriendo al azar páginas, como si buscase en ellas pistas o señales que no he perdido, y que, sin embargo, nunca me canso de buscar.