(...) ¿Nos engañaron o engañábanse
ellos, los ancianos de voz queda,
al no legarnos sino la receta
de un fraude? La serenidad tan sólo
un voluntario embotamiento,
nada la cordura sino un saber
sobre secretos muertos, inservibles,en la tiniebla en la que se asomaron
o de la que apartaron la mirada.
Hay, nos parece, a lo sumo un valor
limitado en el saber por experiencia.
Impone su pauta la percepción
y lleva a error, pues es nueva la pauta
a cada instante y cada instante
es una valoración renovada
y sorprendente de cuanto hemos sido.
Sólo no nos engaña lo que, siendo
engañoso, no puede ya dañarnos.
A mitad del camino, y aún más,
por el camino todo, por una selva,
oscura, en un zarzal, junto a una cénega
donde el paso es inseguro y hostigan
monstruos, luces fantásticas y el riesgo
de ser hechizados. No me hable nadie
del saber de los viejos,
sino de su demencia, su temor
a la posesión, a pertenecer,
al otro, o a otros, o a Dios.
El único saber al que podemos
aspirar es el de la humildad, que es infinita.
Todos las casas yacen bajo el mar.
Los que bailaban yacen bajo el cerro.
T. S Eliot. Cuatro cuartetos. Cátedra. Madrid. 2006
Traducción: Esteban Pujal Gisalí