lunes, diciembre 01, 2008

Próxima parada: Logroño. Pepe Pereza, teatro y buen vino a mi espera

(fragmentos)

Amanece en Illescas y ya no hay risas ni cantos. Es lunes y el reloj vuelve a marcar la vida de casi todos. Camino por callecitas empedradas y veo como la gente se dirige a su trabajo. Llego al hotel. Tomo una ducha y recojo mis cosas. Entro en la cafetería. Sólo quedan los poetas David González y Javier Das, desayunando. Pregunto por Débora para devolverle su chaqueta, pero la recepcionista me dice que ya se ha marchado. Me jode no haberme podido despedir de casi nadie. Ya habrá ocasión –pienso-, como tratando de reanimarme. Es un día soleado y nuevamente me encuentro sola, lista para continuar mi camino. ¿Pero cuál es mi camino? Los planes han cambiado. Se supone que luego de Illescas iría a Toledo y después a Cuenca, a casa de Adolfo. Pero parece que el poeta tiene varios asuntos que resolver así que prefiero no incomodar y me veo en la necesidad de cambiar mi ruta. Decido seguir hacia el norte. Quizá sea el mejor momento para ir a Logroño. Ahí está Pepe, Pepe Pereza, quien ya me había hecho la invitación para visitar su ciudad. Sin embargo, se supone que iría en un par de semanas y no un lunes sin previo aviso. Me preocupa que Pepe no esté en casa y que al llegar yo me encuentre con una ciudad vacía. No conozco a nadie en Logroño, más que a él. Y conocer es un decir pues a pesar de lo bien que me ha caído y lo cercana que me siento, sólo nos hemos comunicado cinco veces. Él sí me conoce mejor. Ha seguido mis pasos a través de mi tierra virtual. Pero en cambio yo, yo ni siquiera le conozco por fotos, ni siquiera tengo la dirección de su casa, pues me dijo que cuando llegara a Logroño, él me esperaría en la estación de autobuses. Toda la información que tengo sobre Pepe es la que él mismo me ha dado hasta el momento, y uno que otro relato suyo publicados en la página de Hankover. Lo siento así, como un viejo amigo que reaparece en el momento justo. Quizá por eso me fío de Pepe, por su forma de escribir, por lo que me cuenta a través de sus relatos. Muchos pensarán que es un riesgo. Pero acaso no fue un riesgo viajar tantas horas por la ruta 66 en la van del viejo Lui. O regresar de Durango a Phoenix en el auto de Sage, sin matrícula ni licencia. O contarle mis sueños de niñita libertaria a un bibliómano con traje de policía. El arte, el amor, la política… todo es riesgo. La vida misma es un gran riesgo. Y yo no pienso ver desde la esquina como se pudren mis huesos.
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Camino por Illescas y la maleta me resulta incómoda. Estoy acostumbrada a viajar sólo con una mochila y a equilibrar el peso sobre mi espalada. Pero esta vez era necesario llevar una maleta tradicional porque sé que la cantidad de libros, discos, películas, que vaya adquiriendo en esta segunda parte de mi ruta será mucho mayor que la anterior. Cruzo un callejón y pregunto por un locutorio para llamar a Pepe. Nadie responde. No sé si es porque hablé muy bajito y las señoras que pasaron ni siquiera me alcanzaron a ver. Coño, sólo falta que esté muerta -digo en voz alta, con ese tono que suena a todo menos a paciencia. Camino ofuscada tratando de decidir -en cuestión de minutos- que rumbo tomar. Así que no me fijo que del otro lado de la calle viene un auto. Una mano me sujeta fuerte del brazo. Es la mano de Mohamed, gracias a él ese auto no me pasó encima. Mohamed es un marroquí de rasgos muy finos. Mohamed es extremadamente serio, pero muy amable. Habla bien el español y carga un par de ojos de detective. Minucioso en cada movimiento. Mohamed no sólo me indicó donde había un locutorio sino que me acompañó hasta dicho lugar, cargando mi maleta. Fuimos conversando durante el corto trayecto, y me contó varias cosas de su trabajo, de su familia, de su tierra. Al llegar, Mohamed se despidió de mí diciendo: me pareces una buena muchacha, si tienes problemas o necesitas quedarte en Illescas antes de seguir tu camino, cuenta conmigo. Enseguida añadió: En casa somos mi mujer, nuestra pequeña niña y yo. Pero algún rincón hemos de arreglar. Yo me quedé sorprendida. No se trataba de ningún baboso con ínfulas de salvador. Mohamed me lo dijo de corazón. Mohamed sabía lo que significa ser extranjero en tierras desconocidas. Mohamed - aunque en situaciones distintas- sabía de largas caminatas, cambios de horarios, malas noches, bolsillos sin fondo y barrigas vacías. Seguramente Mohamed tuvo que sujetarse con fuerza de su propio brazo antes de cruzar calles, carreteras y fronteras. Al llegar al locutorio nos despedimos con un abrazo fraterno. Luego me regaló una sonrisa. Al voltearme para ubicar mi maleta, Mohamed desapareció. Ya no me preocupa si voy a Toledo o a Cuenca en un par de horas. Mohamed me dio tanto sin apenas conocerme. Quizá nunca lo vuelva a ver. Pero me queda su sonrisa, lo más puro que vi aquel día.
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Pepe Pereza. Pe-pe-pe-re-zzza. Un nombre particular. Un no-nombre detrás del cual solo puede habitar un no-hombre. Una especie de personaje. Pero quién es ese personaje del que no existen muchos rastros. Del que no existen casi testimonios que den cuenta de sus pasos. Es un hombre que juega con su nombre y con su apellido. Por lo tanto, un hombre desafiante. Pero desde dónde desafía Pepe, desde donde provoca si casi no se lo ve. ¿Desde las tablas? ¿Desde las letras? ¿Desde que ventana Pepe mira pasar la vida? ¿Desde qué escritorio la reinventa?
Con Pepe Pereza entré en contacto a mi regreso de Estados Unidos. Un mail sencillo pero profundo, fue el inicio de una amistad bellísima entre los dos. La carta (como prefiero llamarla), iniciaba así:

"Hola Carla:
Permíteme que me presente. Soy pepe pereza, quizá has leído algún relato mío en el blog hankover o en el de crónicas para decorar un vacío.
Ante todo decirte que soy un admirador tuyo. Soy un hombre bastante solitario que no me gusta salir de casa, por eso, el seguir tus viajes a través de tu blog ha sido para mí una gran experiencia y quiero agradecértelo: GRACIAS. Gracias por sacarme de mí aburrido mundo y llevarme de tu brazo por esas tierras de dios. Gracias por presentarme a toda esa gente maravillosa, artistas que comprendo muy bien (yo he sido actor durante más de veinte años y ahora trato de hacerme escritor) Mientras lo consigo, trabajo de tramoyista en un teatro. Respecto a esto hay una cosa que me preocupa. Veo que las obras que se representan son cada vez más inocuas, y sin embargo el público las aplaude con entusiasmo. Por el contrario obras que si son comprometidas y sólidas, la gente las desprecia y apenas acuden al teatro. Según David González la culpa la tiene el gobierno que solo subvenciona a artistas sin interés alguno para que los espectadores no pensemos. Empiezo a creer que tiene razón. Y digo esto porque en esta sociedad necesitamos a personas como tú. Con tu arte. Me pareces una persona excelente, con mucha inteligencia, talento y valentía. Si un día me enamoro, me gustaría que fuese de una mujer como tú. Si algún día tengo una hija, me encantaría que fuera como tú… Y lo digo con el corazón.
Espero seguir en contacto contigo.

Un besazo y un abrazo
Pepe pereza"

Este mail me dejó quieta por un buen rato. Me parecía una carta preciosa, sincera y directa. En ningún momento sentí ningún tipo de coquetería burda -que es lo que muchos burdos tratarían- sino una muestra de afecto, tal como yo lo siento hacia quienes me han permitido viajar a través de sus letras, además de un profundo respeto. Así que quise de alguna manera retribuir esa cercanía, y fue él, Pepe, a la primera persona a quien le comuniqué sobre mi viaje a España. A partir de ese momento decidí que seríamos amigos, muy buenos amigos.
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No se diga más. Logroño es mi próximo destino. Tengo tres motivos básicos: Pepe Pereza, el teatro y el buen vino. Hasta hoy en mi ruta he convivido con poetas, periodistas, pintores, fotógrafos, pero ningún actor. Bueno, en San Francisco tuve la oportunidad de conocer a uno: Jonathan Bender, quien se hospedó por un par de semanas en casa de los Hirschman.

Con el actor y director de teatro Jonathan Bender luego de la función
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Llegó desde Nueva York y presentó su obra “In the Belly of the Whale” en el San Francisco Fringe Festival, al que asistimos Jack, Aggie, Chava, Neeli, Shery y yo. La obra era de humor, tenía nueve personajes y un sólo actor: Jonathan. La historia giraba alrededor de lo que significa hoy en día ser judío y las diferentes relaciones interpersonales. Los personajes incluían un rabbi, un activista social ateo, y un sobreviviente del holocausto junto a su nieto.
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Resultó divertido ya que Jack y Neeli son de ascendencia judía, pero ambos son las ovejas negras de la familia. No sólo que los dos son ateos, sino que el uno es comunista y el otro es gay. Por eso Jack solía decirme: Carla, linda, nosotros para los ortodoxos somos los judíos malos, pero para los artistas y la gente de izquierda somos los judíos buenos.
Con mi querido Jack Hirschman y Neeli Cherkovski

Y era cierto. No se diga luego de que conocí al judío bohemio la misma noche en que conocí a Mark. Nada tenía que ver el panorama de los judíos de la calle 47 de Nueva York, en la que hace algunos años trabajé (aunque mi jefe era iraní), una calle repleta de joyas y diamantes y de algunas mafias. Esos judíos no hacían más que dedicarse exclusivamente a su religión, a su negocio y a maldecir de rato en rato a los palestinos y a quienes se cruzaban en el buen obrar de George W. Bush. Ay, tiempos aquellos en los que me lanzaba cada mañana a provocar. Salía del metro y entraba por la 47 con mis minifaldas y mi bufanda palestina, la que me regaló Tashi el día que marchamos en el aniversario de la Intifada, junto a la gente del Medio Oriente en Brooklyn, y un botón contra Bush. Entonces comenzaban los cuestionamientos y yo defendía mi posición en un inglés todavía en proceso. Creo que eso fue lo que me impulsó a mejorar el idioma, pues en adelante no sólo llegaron los debates con los judíos de la 47 sino que pude entrevistar a toda la gente de Irak, Beirut, Turquía, etc., que pude conocer en la costa Oeste.
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Pepe tiene una formación en teatro, y de hecho el teatro es otro de los espacios a los que siempre he acudido para entender otro tipo de lenguajes, o quizá el mismo pero de una manera más desdobladora –si cabe el término-. En teatro he encontrado grandes poetas como el mismo Antonin Artoud, Federico García Lorca, Bertolt Brecht o mi queridísima Sarah Kane. Eso es algo que también me llama a compartir tiempo con Pepe. En ocasiones posteriores, él mismo se presentó (y a petición mía, pues como él mismo me dijo, es muy tímido:
(…)
"Intentaré contarte cosas de mí, es lo justo, aunque mi timidez ponga algún reparo. Desde bien joven, supe que quería ser actor. A los dieciséis años entré en una compañía de teatro independiente y durante cuatro años recorrimos los pueblos que circundan mi ciudad, Logroño, actuando en míseros escenarios. Más tarde unos amigos y yo fundamos una compañía de teatro profesional que duró varios años (los mejores de mi vida). Tuve que desplazarme a Barcelona para terminar mis estudios de arte dramático, ya que en mi ciudad cerraron la escuela de teatro. En Barcelona conocí a gente muy interesante, casi todos artistas. A los dos años regrese a Logroño (echaba mucho de menos a mi familia y amigos) y retomamos la compañía de cómicos que habíamos formado años atrás. Luego me llamaron para protagonizar una película. Fue muy premiada por festivales de todo el mundo, pero cuando la estrenaron en las salas comerciales, apenas duró dos días. Decepcionado, decidí dejar la actuación y me puse a trabajar de tramoyista en el teatro Bretón de los Herreros. Me quito el “mono” de los escenarios escribiendo relatos y vivencias personales que voy acumulando en forma de libros sin publicar. Y ese es un breve resumen de mi vida. Según nos vayamos conociendo me extenderé más en algunos pasajes. Tiempo habrá.

¿Dices que vienes a España? ¿Por cuánto tiempo?
Que sepas que en Logroño tienes tu casa para el tiempo que quieras. Te apunto mi dirección y mi número de teléfono.

Pepe Pereza
xxxxxxxxxxxxx
Teléfono: Fijo xxxxxxx
Móvil:xxxxxxxxxxx

Mañana estaré alerta para leer tu blog y saber de tu viaje. Quiero que sepas que me has hecho muy feliz, y desde este mismo instante ya eres mi amiga, aunque este sentimiento de amistad ya lo sentía desde el primer día que leí tu blog.

Un besazo y un fuerte abrazo de tu amigo
pepe"

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¡Mierda! - grité-. ¡No contesta nadie! El señor del locutorio me miró preocupado y en seguida me dijo: Chuta, está en problemas, señorita. Ese chuta me resulto tan cercano, que no había duda de que se trataba de un ecuatoriano. Le conté mi situación, era la quinta vez que llamaba al móvil de Pepe, pero no contestaba. Seguro estaba en el teatro y apagó su móvil. Ya no quedaba mucho tiempo, debía regresar a Madrid y tomar un bus hacia Logroño. Manuel, el ecuatoriano que atendía en el locutorio me prestó su teléfono y decidí llamar a Uberto. En cuestión de segundos Uberto me devolvió la calma. Decidimos que en efecto viajaría a Logroño, y que hasta tanto él trataría de avisarle a Pepe por teléfono. Uberto y Pepe no se conocían. Pero a estas alturas me imagino que ya habrán hablado. Han pasado dos horas y no sé nada de Ubero ni de Pepe. Sólo sé que voy en este bus camino a Madrid. Allí me tocará hacer un cambio hasta llegar a la Avenida América, a la estación de buses. Me temo que no alcanzaré el próximo autobús. Lo que significa que me tocará tomar el de las 17h30. Clase Vip, como 15 euros más sobre el valor normal. No hay otra opción. Tengo hambre y sed y ganas de echar una siesta. Pero llevo conmigo la maleta y mis tripas saben que están prohibidos los caprichos. Saco unas galletas, parte de las provisiones que me quedan, y las devoro en cuestión de segundos. Aún debo esperar una hora más. Me siento a esperar. A mi lado un hombre solo mira a la gente que pasa. ¿El hombre llega o se va? Otra vez esta manía de fijarme en todo. No hay mirada, respiración, manos, gestos, que deje escapar. Me fijo en todo, aunque la mayoría de gente siga pensando que soy despistada. Aunque pocos entiendan que a veces me abstraigo de ciertas cosas para poder adentrarme en otras, quizá más importantes que las que normalmente parecen ser.
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El tipo que estaba a mi lado resultó ser peruano. Lo reconocí por su acento. Crucé palabras con él porque necesitaba saber dónde vendían tarjetas para llamar en algún teléfono público. Me dijo que en cualquier local de la estación. Tuve que cargar nuevamente de arriba abajo con la maleta, y al final no conseguí nada. Así que regresé a mi asiento. Me preguntó si era urgente. Le expliqué que ya había comprado el pasaje a Logroño, pero que el único problema era que la persona que me recibiría allá no sabía que llegaría hoy. Me dijo que si gustaba podía ocupar su móvil. Pero entre su ofrecimiento y mi llamada nos pusimos a conversar de muchas cosas, sobretodo de migración y de racismo. Me contó su experiencia y la de varios de sus amigos. Me conversó sobretodo de uno en particular, de un marroquí del que conserva una foto en su teléfono y cuya historia es estremecedora. -Uno ya se acostumbra a qué lo vean raro, como sospechoso, como diferente- me dice, con un aire de resignación. -Aquí por ejemplo-, continúa, la palabra trigueño no existe. Algunos somos de plano negros. Todo lo que me va contando lo registro en mi cabeza. Seguro tendré tiempo en el autobús para pasarlas a mi diario. Finalmente me comuniqué con Uberto y con Pepe. Todo estaba resuelto. –Entonces nos vemos esta noche en la estación ¿Pero cómo te reconoceré, Pepe?-, le pregunté antes de colgar. -No te preocupes, Carla, ya verás que nos encontraremos, ya verás.
Colgamos.
Me quedo pensando en la última frase de Pepe. Sonrío. Qué pregunta más estúpida la mía. Desde cuándo me preocupo por no encontrarme con aquellos a quienes reconocería aunque estuviese ciega. Los amigos tienen un código común y llevan un radar sobre sus cabezas. Por eso, aunque estén lejos, saben acompañar nuestros pasos. Por eso nos es tan fácil volver a ellos, aunque hayan pasado eternidades debajo de nuestros brazos.