Logroño_España
(Madrid)
El muchacho de Perú me ayuda con la maleta y me acompaña hasta el autobús. Nos despedimos como buenos amigos. Lo veo alejarse. Ahí va él: el peruano, el vecino, el latino, el hermano, el migrante, el autoexiliado, el quien-sabe-cuántos-apodos. El trigueño, el diferente, al que una española blanquísima le dijo en una ocasión: Mira -mientras se tocaba su piel- esto es piel blanca; en tu país serás trigueño, pero aquí eres un negro más. Pienso en todos los que tienen que pasar por lo mismo. En todos los que son vistos con sospecha. Deseo que todo le vaya bien. Finalmente desaparece entre la gente de la estación. Continúo. Hago la fila para ingresar. Delante de mí hay un cura, parece franciscano. Es un cura joven. Se me cruzan imágenes de la película El Crimen del Padre Amaro. Noto que el padre me observa y se pone nervioso. Avanzo por el pasillo hasta encontrar mi asiento. Es el último. Un asiento único, para un solo pasajero, nadie irá a mi lado. Me alegro, pues necesitaré avanzar con los relatos que debo calificar, y de rato en rato mi dosis de poesía. Me doy cuenta que no llevo ninguna chaqueta encima. Pregunto a un señor si en Logroño hace frío. Me dice que es mejor que vaya por algo que me cubra. Así que bajo nuevamente y ya con los motores encendidos abrimos las puertas de los equipajes. Agarré la chaqueta que Déb me prestó, y que nunca alcancé a devolverle porque partió de Illescas con Vicente, muy temprano en la mañana. Alcanzo a ver dos libros entre mi ropa: Guerra de Identidad de Déborah Vúkusic y El demonio te coma las orejas de David González. Ahora sí estoy lista -le digo al conductor-… es hora de partir.
**
-¡Fuck!- digo en voz baja mientras golpeo el foco de mi asiento.
-¿Pasa algo?- me pregunta uno de los que trabaja en la línea.
-Lo mismo de siempre. Cada vez que viajo ocurre algo con el foco de mi asiento, o está quemado o está roto. Lo peor es que muchas veces de todos los pasajeros que a media noche van durmiendo yo suelo ser la única que escribe a esa hora. Y entenderá que quedarme sin iluminación me jode todo el plan.
-Entiendo, veré que puedo hacer.
Antes de que haga algo, volví a dar un golpe en la lamparita, y está se encendió.
-Vaya -dijo el hombre, sorprendido.
-Le dije que tengo experiencia en esto.
-¿Viaja mucho?
-Lo suficiente como para defendérmelas.
-Defendérselas… o sea que sabe de golpes.
-Pues para bien o para mal, mis manos son mis armas.
El bus arrancó y salimos de la estación. De repente todo fue luz. Aún era de tarde y el sol rozaba el horizonte.
-Tendrás una hora más de luz natural- dijo el hombre mientras se acomodaba en el último asiento del lado contrario.
-¿Trabaja aquí?-le pregunté-.
-Soy conductor, me respondió. Se supone que iba a manejar a esta hora, pero cambiamos horarios y yo manejaré de regreso.
El micrófono se encendió y la voz de la azafata me hizo reir, parecía la voz de alguna chica de línea caliente. Tenía un dejo sensualón en su voz. Exhalaba más aire del necesario.
“Gracias por preferir Alsa, clase vip”, susurró la azafata.
-No me quedó más opción, es el único que salía a esta hora.
-Él hombre rió.
“En breve pasaré por sus asientos entregándoles un refrigerio”, continuó la muchacha.
-Al menos comeré algo, pensé. No he probado más que cuatro galletas en todo el día.
Saqué de mi bolso una de las cartas de Pepe, y mis ganas de ya estar en Logroño crecieron:
(...) siento que te conozco como a una vieja amiga de toda la vida. Te he acompañado por todos esos caminos, sintiendo tus mismas experiencias. Comiendo del mismo peyote que tú comiste y bebiendo los cafés y cervezas de esos bares bohemios de San Francisco. Te he visto bailar en tu tierra y he escuchado tu voz.
Quiero que llegue el día de nuestro encuentro. Deseo ser tu alumno, ese que comentabas en un párrafo de tu blog. Cuando decías que habías absorbido todas las enseñanzas de tus viejos amigos, los poetas de FRISCO, y que un día, cuando tú fueras anciana, encontrarías a alguien y le transmitirías tus conocimientos. Yo quiero ser ese alumno. Me encantaría que me hablases de todos esos escritores que no conozco y tú sí, que me recomiendes que leer. (...)
Yo, por mi parte, tratare de que pases unos días agradables, con buena comida, buen vino, teatro, amigos y conversaciones.
Bueno, amiga, ya queda menos
Un beso y un abrazo
pepe
.
Los edificios de Madrid empezaban a quedar atrás. Y nuevamente aparecía la carretera hacia una ciudad desconocida. Letreros y más letreros. Señales y más señales. Pensé en mi familia, en Mark, en los amigos que quedaron lejos. Los veo a todos juntos en forma de media luna. Me gustaría tenerlos así, a todos juntos, verlos al mismo tiempo y en el mismo lugar. Mis ojos permanecen abiertos, suspendidos en la nada. Mis ojos ven ese sueño a través de la ventana. Ya no es Madrid lo que veo, tampoco la carretera. Es la cara de todos los que amo, todos juntos sonriéndome en un sueño imposible.
***
Luego de leer un buen rato -y por algún detalle que no logro recordar- el hombre del bus y yo empezamos a hablar. Me preguntó algo sobre mis viajes y ya no volví a callar en todo el trayecto. Él no quería que pare. Dijo que sólo por la forma en que lo cuento desearía llegar a Logroño y comprar los libros de toda esa gente de la que le hablo. Que le hubiese gustado viajar por los lugares en los que he andado y experimentar las aventuras que he vivido. Cuando llegué a mi historia con Mark, él me dijo que debe ser un tipo muy especial, que le encantaría también saber de quién se trata. –Pero es que se te iluminan los ojos cada vez que lo mencionas-, me decía. Y era cierto. Saqué el album con nuestras fotos, y otras cuentas en las que estamos con algunos locos y viejos artistas de North Beach. -Hacen buena pareja-, me dijo. Y luego fue él quien me contó sobre su familia, su esposa, su hija, su viaje a Chile, etc. De tanto hablar se nos enfriaron nuestros cafés y yo no había probado bocado de mi sánduche hasta el momento. Llamó a la azafata y le pidió nuevamente dos cafés calientes y otro sánduche.
-Mi sánduche todavía lo tengo-, le dije.
-No te preocupes, guárdalo -me sugirió con un ademán-. Ya lo comerás.

****
Casi al llegar a Logroño empezaron las curvas. Me mareé un poco. No sé si producto de ello empecé a imaginar figuras que nacían de las sombras de las elevaciones al pie de la carretera (¿habían elevaciones al pie de la carretera?). También, por un momento, retrocedí en el tiempo y sentí que estaba en la carretera de Aloag–Santo Domingo, en Ecuador. Una carretera muy irregular, de muchas curvas. Entonces pude recordar algunas escenas de cuanto tenía seis años de edad. Fue genial. Una especie de regresión. De veintitrés a seis años. De Logroño a Santo Domingo, en cuestión de segundos. Y afuera sólo sombras.
-Ya mismo llegamos-, me dijo el hombre. ¿Le espera alguien?
-Sí, Pepe, un amigo. Pero no sé cómo es.
-¿Que no sabe cómo es? ¿Y cómo lo reconocerá?
-Instinto, puro instinto. El hombre sonrió.
-Pues eso quiero verlo-, concluyó.
Una vez que el bus ingresó a la estación, le dije al hombre que nos hemos contado media vida, pero que aun no sabemos nuestros nombres.
-Me llamo Luis-, dijo mientras me extendía su mano
-Yo soy Carla-, y le estreché con la mía. Gracias por su tiempo…y por el sánduche, claro.
-No se preocupe, es más lo que me ha dado usted con sus historias.
Nos despedimos. En seguida bajo del bus. El cura franciscano también se despide con una sonrisa, yo de él. Llueve. Camino por el patio de la estación y con la seguridad que incluso a veces me falta con algunos conocidos, me dirijo hacia Pepe -o el que creo es Pepe-, un tipo de cabello canoso y abrigo negro. La dualidad visual hecha hombre. Ying-yang-tick-tock. Al mismo tiempo veo que él se me acerca. Es Pepe Pereza, no cabe duda. Nos saludamos con un fuerte abrazo. Y en seguida me presenta a Juan Carlos, Juanki, su amigo del alma, su hermano, su compa de piso. Les pido que me esperen un minuto que quiero verificar si no olvido nada en mi asiento. Al regresar les digo: bueno chicos, todo en orden, podemos irnos. Y ya cuando nos dirigimos al auto, Pepe me pregunta: ¿Carla, no traías maleta?
*****
Una vez retirada la maleta. Fuimos a un lugar donde vendían comida. Pepe sabía que yo comía y bebía de todo. Lo malo es cuando no hay, como dice mi madre. Pepe y Juanki se lo tomaron a pecho, pues empezaron a pedir todo tipo de delicias: tigre (no el animal), si mal no recuerdo un revuelto de croqueta (que es en realidad mejillón triturado), pimiento relleno (que es en realidad pimientillo). Y una botella de vino tinto para la bienvenida. Al llegar a casa Pepe me mostró los diferentes cuartos y la que sería mi habitación, que en realidad era la habitación de Pepe, la misma que me cedió para que estuviese cómoda. Le dije que no era necesario, que yo podía acomodarme en la sala. Me dijo que ni en broma. Que ni se me ocurra preocuparme porque hay un colchón en la sala y que él dormirá plácidamente ahí los días que sean necesarios. Acepto y continuamos por la inspección de los rinconcitos de su hogar. Me llaman la atención algunos afiches que decoran las paredes del departamento. “La ducha es dicha” dice en uno de ellos. Pepe me explica que corresponde al grupo de teatro en el que él actuó por muchos años. Hay otro que dice “Autómatas”, otro muy interesante del mexicano Beto Gómez, y por supuesto el cartel de la película en la que Pepe fue protagonista: Nos hacemos falta, dirigida por Juanjo Giménez Peña.
Otro detalle que me fascina del depar de Pepe es el comedor, una mesa que no es otra cosa que la caja de un televisor. Pero una caja que para mí se convirtió en una obra de arte, pues está completamente cubierta de dibujos y pintura y poesía. Una especie de lienzo infinito, pues muchas de las cosas que en ella se escribieron quedaron sepultadas por nuevos versos o figuras. Pepe me cuenta que su sobrinita es una de las que más ha disfrutado con este enorme cubo sobre el cual hoy reposan nuestros platos. Por el pasillo se pasea Nico, el otro compañero de piso de Pepe. Es su gato, y lleva el nombre en honor a su querido amigo Nicolás, el poeta dadá, como el mismo se hacía llamar. Nicolás murió hace algunos años, y por las cosas que Pepe me cuenta de él, logra llamar mi atención. Quisiera leer algo de ese loco bueno que fue Nicolás.
Desde esa noche, la casa se volvió más acogedora. Somos más los que invocamos a vivos y a muertos, entre los cafés con leche de soja, el humo del hachís que envuelve a Pepe, el ruido de un computador que aprece un motor descompuesto y la música de portishead o algún blues salvajemente azul. Conversamos hasta casi las cuatro de la madrugada. Anécdotas, Kitu, autores, películas, sueños, desvaríos. Pepe me escucha atento, como si estuviese escuchando algunos secretos revelados –que en parte lo son-. Presiento que me quedaré más tiempo de lo previsto. Afuera no deja de llover.
**
-¿Pasa algo?- me pregunta uno de los que trabaja en la línea.
-Lo mismo de siempre. Cada vez que viajo ocurre algo con el foco de mi asiento, o está quemado o está roto. Lo peor es que muchas veces de todos los pasajeros que a media noche van durmiendo yo suelo ser la única que escribe a esa hora. Y entenderá que quedarme sin iluminación me jode todo el plan.
-Entiendo, veré que puedo hacer.
Antes de que haga algo, volví a dar un golpe en la lamparita, y está se encendió.
-Vaya -dijo el hombre, sorprendido.
-Le dije que tengo experiencia en esto.
-¿Viaja mucho?
-Lo suficiente como para defendérmelas.
-Defendérselas… o sea que sabe de golpes.
-Pues para bien o para mal, mis manos son mis armas.
-¿Trabaja aquí?-le pregunté-.
-Soy conductor, me respondió. Se supone que iba a manejar a esta hora, pero cambiamos horarios y yo manejaré de regreso.
-No me quedó más opción, es el único que salía a esta hora.
-Él hombre rió.
“En breve pasaré por sus asientos entregándoles un refrigerio”, continuó la muchacha.
-Al menos comeré algo, pensé. No he probado más que cuatro galletas en todo el día.
(...) siento que te conozco como a una vieja amiga de toda la vida. Te he acompañado por todos esos caminos, sintiendo tus mismas experiencias. Comiendo del mismo peyote que tú comiste y bebiendo los cafés y cervezas de esos bares bohemios de San Francisco. Te he visto bailar en tu tierra y he escuchado tu voz.
Quiero que llegue el día de nuestro encuentro. Deseo ser tu alumno, ese que comentabas en un párrafo de tu blog. Cuando decías que habías absorbido todas las enseñanzas de tus viejos amigos, los poetas de FRISCO, y que un día, cuando tú fueras anciana, encontrarías a alguien y le transmitirías tus conocimientos. Yo quiero ser ese alumno. Me encantaría que me hablases de todos esos escritores que no conozco y tú sí, que me recomiendes que leer. (...)
Yo, por mi parte, tratare de que pases unos días agradables, con buena comida, buen vino, teatro, amigos y conversaciones.
Bueno, amiga, ya queda menos
Un beso y un abrazo
pepe
Los edificios de Madrid empezaban a quedar atrás. Y nuevamente aparecía la carretera hacia una ciudad desconocida. Letreros y más letreros. Señales y más señales. Pensé en mi familia, en Mark, en los amigos que quedaron lejos. Los veo a todos juntos en forma de media luna. Me gustaría tenerlos así, a todos juntos, verlos al mismo tiempo y en el mismo lugar. Mis ojos permanecen abiertos, suspendidos en la nada. Mis ojos ven ese sueño a través de la ventana. Ya no es Madrid lo que veo, tampoco la carretera. Es la cara de todos los que amo, todos juntos sonriéndome en un sueño imposible.
***
-No te preocupes, guárdalo -me sugirió con un ademán-. Ya lo comerás.
-Sí, Pepe, un amigo. Pero no sé cómo es.
-¿Que no sabe cómo es? ¿Y cómo lo reconocerá?
-Instinto, puro instinto. El hombre sonrió.
-Pues eso quiero verlo-, concluyó.
-Yo soy Carla-, y le estreché con la mía. Gracias por su tiempo…y por el sánduche, claro.
-No se preocupe, es más lo que me ha dado usted con sus historias.
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