
Paul Bowles es otro de los míos. El escritor, compositor y viajero estadounidense sí que sabía la diferencia entre ser turista y ser viajero. Llegué a él gracias a Andrew Salomé, una especie de ángel que se cruzó en mi camino el primer día que llegué a Albuquerque (Nuevo México ), nos hicimos buenos amigos en aquella parte de mi ruta y fue él quien me llevó en su auto hasta Santa Fe, para luego avanzar hasta el pueblo de Taos. Una vez que llegamos, Andrew regresó enseguida a Albuquerque, pues se había escapado de su trabajo sólo para avanzarme hasta dicho lugar. Si bien al comienzo yo quería ir a Santa Fe, terminé pasando más tiempo en Taos. Me encantó. Me recordaba a Mindo, un pueblito que queda a una hora y media de Quitu, aproximadamente, lleno de vegetación, cascadas y una biodiversidad impresionante, con una energía que sólo se puede sentir permaneciendo en el lugar.
Ya en Taos me instalé en la hostal más barata del pueblo y con el nombre más extraño: the abominable snowmansion, pero la más preciosa. Una especie de granja. Tepees como habitaciones, productos orgánicos, hamacas, etc. Moona era la dueña. Moona fue otro ángel, ella me atendió cuando enfermé, preparándome alimento e infusiones medicinales con las hierbas que ella misma cultivaba. Conectamos muy bien con ella y su familia, y a partir del segundo día ella decidió que yo podía quedarme el tiempo que quisiese sin pagar nada. El lugar era una especie de paraíso, las tardes eran silenciosas, con un cielo intensamente anaranjado y a pocos metros de la tumba del escritor D.H. Lawrence. Moona fue además el puente entre los nativos taos que concocí, pues ella era quien cultivaba y preparaba el peyote. Fue ella quien me invitó a la ceremonia en un lugar apartadísimo de cuya entrada sólo recuerdo grandes territorios de árboles y montañas. Parecía otro mundo. Pero ese es otro capítulo. El punto es que Andrew tenía razón cuando dijo: sé que vas a Santa Fe, pero sé también que por tiempo y dinero no podrás avanzar a un pueblo que quiero que conozcas, se llama Taos, y siento que allá te pasarán cosas buenas, encontrarás la gente que estás buscando para entregar los encargos y mensajes de tu tierra. Te llevaré a Taos, y me quedaré tranquilo, porque sé que es allá a donde debes llegar.
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No se equivocó.
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Antes de que Andrew emprendiera su camino de vuelta a Albuquerque, me regaló dos poemas escritos en una especie de pergamino, sellado con una especie de advertencia: Without being seen/ feellings in paper/ meet a strage end (Sin ser vistos/ los sentimientos en el papel, cumplen un extraño final), y un libro que para mí es como un tesoro: un libro de Paul Bowles, titulado Collected Stories 1936-1976, que incluye relatos, poemas, ensayos, algunas traducciones y partes de su diario, con una brillante intoducción de Gore Vidal. El libro está en inglés y lleva una dedicatoria de Andrew.
Él me decía que yo le recordaba de alguna forma a Bowles y me habló del Cielo Protector (1949), que era la primera novela del escritor neoyorquino, la misma que fue llevada con éxito al cine en 1991 por el director Bernardo Bertolluci. Recuerdo que también me habló -mientras viajábamos por uno de los pueblos fantasmas que cruzaban la histórica Ruta 66- sobre la amistad de Bowles con la generación gay y la generación beat, sin llegar a pertenecer a ninguna de las dos, pero estrechando fuertes nexos con escritores como Tenesse Williams, Truman Capote, William Burroughs, Allen Ginsberg, Gregory Corso o Djuna Barnes, entre muchos otros. Desde luego, en ese entonces yo no tenía ni idea de todo lo que me iba a suceder al llegar a San Francisco, pero mi nexo con Bowles se hizo más fuerte con mis ganas de cruzar medio país hasta la bahía este. Cuando llegué a Frisco, Bowles, de alguna manera, también fue parte de todo ese círculo del que yo me sentía parte, de ese círculo de vivos y muertos. Bowles fue amigo de Djuna Barnes, igual que mi querido Jack Hirschman, por eso, una vez más pude escuchar de la boca de Jack, todas esas historias que para mí eran otra forma de viajar.
"El cielo protector" (fragmento)
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Aun en sus breves períodos de vida sedentaria, [...] le bastaba ver un mapa para ponerse a estudiarlo apasionadamente, y entonces, en la mayoría de los casos, empezaba a proyectar un nuevo viaje imposible pero que a veces llegaban a realizar. No se consideraba un turista; él era un viajero. Explicaba que la diferencia residía, en parte, en el tiempo. Mientras el turista se apresura por lo general a regresar a su casa al cabo de algunos meses o semanas, el viajero, que no pertenece más a un lugar que al siguiente, se desplaza con lentitud durante años de un punto a otro de la tierra. [...] otra importante diferencia entre el turista y el viajero es que el primero acepta su propia civilización sin cuestionarla; no así el viajero, que la compara con las otras y rechaza los aspectos que no le gustan..
Ya en Taos me instalé en la hostal más barata del pueblo y con el nombre más extraño: the abominable snowmansion, pero la más preciosa. Una especie de granja. Tepees como habitaciones, productos orgánicos, hamacas, etc. Moona era la dueña. Moona fue otro ángel, ella me atendió cuando enfermé, preparándome alimento e infusiones medicinales con las hierbas que ella misma cultivaba. Conectamos muy bien con ella y su familia, y a partir del segundo día ella decidió que yo podía quedarme el tiempo que quisiese sin pagar nada. El lugar era una especie de paraíso, las tardes eran silenciosas, con un cielo intensamente anaranjado y a pocos metros de la tumba del escritor D.H. Lawrence. Moona fue además el puente entre los nativos taos que concocí, pues ella era quien cultivaba y preparaba el peyote. Fue ella quien me invitó a la ceremonia en un lugar apartadísimo de cuya entrada sólo recuerdo grandes territorios de árboles y montañas. Parecía otro mundo. Pero ese es otro capítulo. El punto es que Andrew tenía razón cuando dijo: sé que vas a Santa Fe, pero sé también que por tiempo y dinero no podrás avanzar a un pueblo que quiero que conozcas, se llama Taos, y siento que allá te pasarán cosas buenas, encontrarás la gente que estás buscando para entregar los encargos y mensajes de tu tierra. Te llevaré a Taos, y me quedaré tranquilo, porque sé que es allá a donde debes llegar.
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No se equivocó.
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Antes de que Andrew emprendiera su camino de vuelta a Albuquerque, me regaló dos poemas escritos en una especie de pergamino, sellado con una especie de advertencia: Without being seen/ feellings in paper/ meet a strage end (Sin ser vistos/ los sentimientos en el papel, cumplen un extraño final), y un libro que para mí es como un tesoro: un libro de Paul Bowles, titulado Collected Stories 1936-1976, que incluye relatos, poemas, ensayos, algunas traducciones y partes de su diario, con una brillante intoducción de Gore Vidal. El libro está en inglés y lleva una dedicatoria de Andrew.
Él me decía que yo le recordaba de alguna forma a Bowles y me habló del Cielo Protector (1949), que era la primera novela del escritor neoyorquino, la misma que fue llevada con éxito al cine en 1991 por el director Bernardo Bertolluci. Recuerdo que también me habló -mientras viajábamos por uno de los pueblos fantasmas que cruzaban la histórica Ruta 66- sobre la amistad de Bowles con la generación gay y la generación beat, sin llegar a pertenecer a ninguna de las dos, pero estrechando fuertes nexos con escritores como Tenesse Williams, Truman Capote, William Burroughs, Allen Ginsberg, Gregory Corso o Djuna Barnes, entre muchos otros. Desde luego, en ese entonces yo no tenía ni idea de todo lo que me iba a suceder al llegar a San Francisco, pero mi nexo con Bowles se hizo más fuerte con mis ganas de cruzar medio país hasta la bahía este. Cuando llegué a Frisco, Bowles, de alguna manera, también fue parte de todo ese círculo del que yo me sentía parte, de ese círculo de vivos y muertos. Bowles fue amigo de Djuna Barnes, igual que mi querido Jack Hirschman, por eso, una vez más pude escuchar de la boca de Jack, todas esas historias que para mí eran otra forma de viajar.
"El cielo protector" (fragmento)
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Aun en sus breves períodos de vida sedentaria, [...] le bastaba ver un mapa para ponerse a estudiarlo apasionadamente, y entonces, en la mayoría de los casos, empezaba a proyectar un nuevo viaje imposible pero que a veces llegaban a realizar. No se consideraba un turista; él era un viajero. Explicaba que la diferencia residía, en parte, en el tiempo. Mientras el turista se apresura por lo general a regresar a su casa al cabo de algunos meses o semanas, el viajero, que no pertenece más a un lugar que al siguiente, se desplaza con lentitud durante años de un punto a otro de la tierra. [...] otra importante diferencia entre el turista y el viajero es que el primero acepta su propia civilización sin cuestionarla; no así el viajero, que la compara con las otras y rechaza los aspectos que no le gustan..
PAUL BOWLES