
Hoy las cosas van muy rápido, las reputaciones se crean velozmente y se desvanecen del mismo modo. No se hace nada estable, pues nada se hace para lo estable.
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¿Cómo quieren que el artista no sienta, bajo la apariencia de difusión del arte, de su enseñanza generalizada, toda la futilidad de la época, la confusión de valores que allí se produce, toda la facilidad que favorece?
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Si concede a su trabajo todo el tiempo y el cuidado que puede darle, lo concede con el sentimiento de que algo de ese trabajo se impondrá al espíritu de quien lo lee; espera que le sea devuelto, mediante una cierta cualidad y cierto período de atención, un poco del esfuerzo que se ha tomado escribiendo su página.
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Confesemos que le pagamos muy mal... No es nuestra culpa, estamos abrumados de libros. Sobre todo estamos asediados por lecturas de interés inmediato y violento. Hay en las hojas de los diarios tal diversidad, tal incoherencia, tal intensidad de noticias (sobre todo en ciertos días) que el tiempo que podemos otorgar sobre veinticuatro horas a la lectura está completamente ocupado, y los espíritus tur- bados, agitados o sobreexcitados.
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El hombre que tiene un empleo, el hombre que gana su vida y que puede consagrar una hora por día a la lectura, la haga en su casa, en el tranvía o en el subte, la hora es devorada por las noticias criminales, necedades incoherentes, chismes y los hechos menos diversos, cuyo desorden y abundancia parecen concebidos para atontar y simplificar groseramente los espíritus.
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Nuestro hombre está perdido para el libro... Esto es fatal y no podemos hacer nada.Todo esto trae como consecuencia una disminución real de la cultura; y, en segundo lugar, una disminución real de la verdadera libertad de espíritu, pues esta libertad exige un desprendimiento, un rechazo de todas esas sensaciones incoherentes o violentas que recibimos de la vida moderna a cada instante.
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Paul Valéry, Antonin Artaud, La libertad del espíritu, Ed. Leviatán. Buenos Aires 2005