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Máquinas, máquinas y máquinas. Mark dice que le da pena saber que en unos cuántos años desaparecerá el libro. -Según quién-, pregunto. -Según la realidad-, responde. Basta ver cómo han cerrado muchísimas librerías en San Francisco: Acorn Books, Valencia Books, Colombus Books, Black Oak Books, Carroll Books, Cavalli, Stacey Books, Aardvark Books, Upstairs Downstairs Books y la librería Mc Donalds que parecía una cueva de Aladino, allí los libros estaban ubicados como en mi cuarto, dice, en pilares regados por el suelo, podías encontrar tesoros que ni el mismo dueño sabía que poseía. Lo mismo ha pasado con los cómics y con los periódicos. Es posible que dentro de unos cincuenta años sigan existiendo librerías pero no se seguirá imprimiendo; internet acabará con el papel. Ooooh shettt. Siento en su cara la pena de un bibliófilo resignado. Yo en cambio me niego aceptar el peor escenario. Aunque mínima, creo que la demanda seguirá existiendo. Además, no todo el mundo tiene acceso a internet. Pienso en proyectos alternativos que han surgido en América Latina como las editoriales cartoneras, basadas en papeles reciclados para abaratar costos de grandes títulos..
Cambia la luz del semáforo. Cruzamos la calle en silencio. Pienso en todo lo que ahora soy y no soy gracias a mis libros. Pienso en que ineviablemente todo tiene un final. Mark me cuenta que en Laredo, Texas, se cerró la única librería que quedaba en la ciudad. Imagino Laredo desolada. Imagino polvo sobre los ojos de sus habitantes. Pero también imagino a la gente en Laredo para quienes esa noticia no significa nada. Y me entristece aun más. También pienso en los libros que constiuyen ciertas personas. Libros vivientes que con su muerte extinguen mundos. Mark me cuenta que en India desaparció un antiguo dialecto con la muerte del último hablante. Bo, se llamaba la mujer. Bo era el libro que poseía una lengua de más de 65.000 años en su interior. Ahora Bo y su tribu es historia. Y no habrá segunda edición.