miércoles, febrero 03, 2010

De libros, dialectos y desapariciones

Larry me pregunta si es más íntimo escribir en un cuaderno o en un computador. Levanto mi cabeza y veo otras seis agachadas en mi misma posición. Supongo que cualquiera, Larry, mi intimidad es en realidad con la palabra. Larry se marcha liando un cigarro, me queda sólo la nostalgia. Me pregunto cómo sería Caffe Trieste hace cincuenta años sin máquinas aisladoras. Palabra-vista-tacto. Sin máquina no queda otra opción que verse a los ojos. Y mirar siempre es peligroso. Puedes encontrar cosas que creías perdidas. Yo he perdido la oportunidad de hablar con gente en este sitio por pasar escribiendo sobre ellos. Cuántos habrán deseado agarrar mi máquina y lanzarla lejos. Cuántas veces yo misma he querido hacer lo mismo con el iPhone de Mark, esa máquinita a la que siempre miro con recelo. Entiendo que le es útil para buscar, por ejemplo, el origen de palabras, como si con ello acumulara puntaje en algún juego de cowboys.
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Máquinas, máquinas y máquinas. Mark dice que le da pena saber que en unos cuántos años desaparecerá el libro. -Según quién-, pregunto. -Según la realidad-, responde. Basta ver cómo han cerrado muchísimas librerías en San Francisco: Acorn Books, Valencia Books, Colombus Books, Black Oak Books, Carroll Books, Cavalli, Stacey Books, Aardvark Books, Upstairs Downstairs Books y la librería Mc Donalds que parecía una cueva de Aladino, allí los libros estaban ubicados como en mi cuarto, dice, en pilares regados por el suelo, podías encontrar tesoros que ni el mismo dueño sabía que poseía. Lo mismo ha pasado con los cómics y con los periódicos. Es posible que dentro de unos cincuenta años sigan existiendo librerías pero no se seguirá imprimiendo; internet acabará con el papel. Ooooh shettt. Siento en su cara la pena de un bibliófilo resignado. Yo en cambio me niego aceptar el peor escenario. Aunque mínima, creo que la demanda seguirá existiendo. Además, no todo el mundo tiene acceso a internet. Pienso en proyectos alternativos que han surgido en América Latina como las editoriales cartoneras, basadas en papeles reciclados para abaratar costos de grandes títulos.
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Cambia la luz del semáforo. Cruzamos la calle en silencio. Pienso en todo lo que ahora soy y no soy gracias a mis libros. Pienso en que ineviablemente todo tiene un final. Mark me cuenta que en Laredo, Texas, se cerró la única librería que quedaba en la ciudad. Imagino Laredo desolada. Imagino polvo sobre los ojos de sus habitantes. Pero también imagino a la gente en Laredo para quienes esa noticia no significa nada. Y me entristece aun más. También pienso en los libros que constiuyen ciertas personas. Libros vivientes que con su muerte extinguen mundos. Mark me cuenta que en India desaparció un antiguo dialecto con la muerte del último hablante. Bo, se llamaba la mujer. Bo era el libro que poseía una lengua de más de 65.000 años en su interior. Ahora Bo y su tribu es historia. Y no habrá segunda edición.