Hace
treinta y cinco años que trabajo con papel viejo y ésta es mi love story. Hace
treinta y cinco años que prenso libros y papel viejo, treinta y cinco años que
me embadurno con letras, hasta el punto de parecer una enciclopedia, una más
entre las muchas de las cuales, durante todo este tiempo, habré comprimido
alrededor de treinta toneladas, soy una jarra llena de agua viva y agua muerta,
basta que me incline un poco para que me rebosen los más bellos pensamientos,
soy culto a pesar de mí mismo y ya no sé qué ideas son mías, surgidas
propiamente de mí y cuáles he adquirido leyendo y es que durante estos treinta
y cinco años me he amalgamado con el mundo que me rodea porque yo, cuando leo
de hecho no leo, sino que tomo una frase bella en el pico y la chupo como un
caramelo, la sorbo como una copita de licor, la saboreo hasta que, como el
alcohol, se disuelve en mí, la saboreo durante tanto tiempo que acaba no sólo
penetrando mi cerebro y mi corazón, sino que circula por mis venas hasta las raíces
mismas de los vasos sanguíneos.
De
esta manera, a pesar de mi mismo, me he vuelto sabio y ahora me doy cuenta de
que mi cerebro es un fajo de pensamientos prensados en la prensa mecánica, mi
cabeza calva es la nuez de Cenicienta, y sé bien que los tiempos en los que el
pensamiento estaba inscrito en la memoria humana tenían que ser mucho más
hermosos; si en aquel tiempo alguien hubiese querido prensar libros, tendría
que haber prensado cabezas humanas, pero tampoco eso habría servido de nada,
,porque los verdaderos pensamientos provienen del exterior, van junto al hombre
como su fiambrera de fideos y por eso todos los inquisidores del mundo queman
los libros en vano, porque cuando un libro comunica algo válido, su ritmo
silencioso persiste incluso mientras lo devoran las llamas, y es que un
verdadero libro siempre indica algún camino nuevo que conduce más allá de si
mismo.
Bohumil Hrabal. Una soledad demasiado ruidosa.