Todo es tan bien concebido que por momentos uno llega a olvidar que todas estas esculturas grecorromanas no son más que réplicas. Pura ficción. Y hasta siente que aquello a lo que está fotografiando son los verdaderos vestigios de toda una cultura, los rastros de una civilización. Si bien disimular deja intacto el principio de lo real: la diferencia es siempre clara, sólo está encubierta; la simulación amenaza la diferencia entre 'lo verdadero' y 'lo falso', entre 'lo real' y 'lo imaginario'.
El filósofo francés Jean Baudrillard, en su libro "Cultura y simulacro", sostiene que "Disneylandia es un modelo perfecto de todos los órdenes de simulacros entremezclados". Y es cierto. Su explicación radicaba en que "en principio es un juego de ilusiones y de fantasmas: los Piratas, la Frontera, el Mundo Futuro, etcétera. Suele creerse que este mundo imaginario es la causa del éxito de Disneylandia, pero lo que atrae a las multitudes es, sin duda y sobre todo, el microcosmos social, el goce religioso, en miniatura, de la América real, la perfecta escenificación de los propios placeres y contrariedades. Uno aparca fuera, hace cola estando dentro y es completamente abandonado al salir. La única fantasmagoría en este mundo imaginario proviene de la ternura y calor que las masas emanan (...)" Pero si el análisis de Baudrillard era preciso y acertado, no menos era la sentencia que Mark me hizo hace tiempo: "Las Vegas es el Disneylandia para adultos". Era cierto. Yo misma estaba allí, comprobando en persona su sentencia. Era aberrante y sin embargo lo disfrutaba. Estaba envuelta en la adrenalina de lo hiperreal, seducida por una ciudad que lo permitía todo, o mejor aún: por un imperio fragmentado enclavado al interior de un casino que está dentro de un hotel que está dentro de una ciudad que está dentro de un desierto.
El filósofo francés Jean Baudrillard, en su libro "Cultura y simulacro", sostiene que "Disneylandia es un modelo perfecto de todos los órdenes de simulacros entremezclados". Y es cierto. Su explicación radicaba en que "en principio es un juego de ilusiones y de fantasmas: los Piratas, la Frontera, el Mundo Futuro, etcétera. Suele creerse que este mundo imaginario es la causa del éxito de Disneylandia, pero lo que atrae a las multitudes es, sin duda y sobre todo, el microcosmos social, el goce religioso, en miniatura, de la América real, la perfecta escenificación de los propios placeres y contrariedades. Uno aparca fuera, hace cola estando dentro y es completamente abandonado al salir. La única fantasmagoría en este mundo imaginario proviene de la ternura y calor que las masas emanan (...)" Pero si el análisis de Baudrillard era preciso y acertado, no menos era la sentencia que Mark me hizo hace tiempo: "Las Vegas es el Disneylandia para adultos". Era cierto. Yo misma estaba allí, comprobando en persona su sentencia. Era aberrante y sin embargo lo disfrutaba. Estaba envuelta en la adrenalina de lo hiperreal, seducida por una ciudad que lo permitía todo, o mejor aún: por un imperio fragmentado enclavado al interior de un casino que está dentro de un hotel que está dentro de una ciudad que está dentro de un desierto.
El Caesars Palace ("Palacio de los Césares") es quizá el más imponente de los hoteles & casinos de Las Vegas. Su tema principal es el Imperio Romano, cuenta con 3.349 habitaciones distribuídas en cinco torres: "Augusto", "Centurión", "Romana", "Palacio" y "Foro". Inaugurado en 1966 por Jay Sarno, su nombre evoca la grandeza del líder romano Julio César. Desde la entrada es fácil encontrar, como ya lo he dicho, todo tipo de decoración y réplicas grecorromanas: la Victoria de Samotracia, el Augusto de Prima Porta, el Coliseo, el Panteón, pórticos de templos clásicos, además de una réplica de David de Miguel Ángel, un Perseo decimonónico, y varias esculturas dispuestas en nichos abiertos en los muros de la entrada principal, como la Venus de Milo, la Venere Itálica de Antonio Canova y Hebe de B. Thorvaldsen. Y sin embargo a pocos pasos están las tiendas llenas de souvenirs, y los turistas las compran como evidencias de que estuvieron en... Roma?... en Las Vegas? .... en un teatro?...
Avanzo por el pasillo central y finalmente salgo. La noche es amplia. Alzo la mirada al cielo, que no es ficcticio, y pienso que la brisa es generosa en cualquier lado. Tanto la brisa como las estrellas que apenas se distinguen, opacadas por los neones del strip, no son simuladas. Paso por las fontanas y trato de alcanzar a mi familia que, como siempre, se me ha adelantado. El agua me salpica y yo opto por mimetizarme en uno de los caballos del César.