(fragmento)
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Escribo de noche, pero no sólo veo la tiranía. De ser así, probablemente no tendría el coraje para seguir escribiendo. Veo a la gente dormirse, agitarse, levantarse a beber agua, susurrar sus proyectos o sus miedos, hacer el amor, rezar, cocinar algo mientras el resto de la familia duerme, en Bagdad o Chicago. (Sí, veo también a los invencibles kurdos, 4000 de los cuales fueron gaseados –con la conformidad de los Estados Unidos- por Saddam Hussein.) Veo a los pasteleros trabajando en Teherán y a los pastores, como bandidos, durmiendo entre sus rebaños en Cerdeña; veo a un hombre en el barrio de Friedrichshain de Berlín, sentado en pijama con una botella de cerveza mientras lee a Heidegger con manos proletarias; veo una patera cargada de inmigrantes ilegales frente a las costas españolas; veo a una madre en Mali llamada Aya, que significa “nacida el viernes”, acunando a su hijo; veo las ruinas de Kabul y a un hombre volviendo a su casa, y sé que a pesar del dolor, la ingenuidad de los supervivientes permanece inalterable, la ingenuidad del que rebusca entre despojos y repone energías; y en la incesante astucia de esa ingenuidad hay un valor espiritual, algo como el Espíritu Santo. Estoy convencido de esto, ahora, en la noche, aunque no sepa por qué.¿Dónde estamos?
Nota publicada por el diario El País, de Madrid, el 3 de noviembre del 2002, con traducción de Pilar Vázquez
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