domingo, mayo 11, 2008

La Madre - Pearl S. Buck

Conocí a Pearl S. Buck tiempo atrás en una libería ambulante. La conocí gracias su portada, la misma que me llamó la atención entre toda esa montaña de libros usados. Era una portada oriental, con la silueta de una mujer y unas letras chinas. Al abrirlo supe que se titulaba "La Madre". Al final del libro pude leer información sobre la autora y su obra. Aunque nacida en EE.UU. en 1892, Buck fue llevada a China cuando contaba pocos meses de edad, y en ese país creció y se educó, hasta que al cumplir diecisiete años, sus padres-misioneros al norte del río Yangtze (en el que murió Li-Po)- la enviaron a culminar sus estudios en su país natal. Escribió más de 85 libros, muchos de los cuales son novelas que ofrecen un amable retrato de China y sus gentes. Su producción literaria abarca géneros como el relato, el teatro, el guión cinematográfico, la poesía, la literatura infantil, la biografía y hasta un libro de cocina. Su estilo sencillo y directo, y su preocupación por los valores fundamentales de la vida humana, tienen su origen en el estudio de la novela china. Destacan las novelas La buena tierra (1931), Viento del este, viento del oeste (1930) y La estirpe del dragón (1942). Entre sus obras posteriores cabe mencionar Los Kennedy (1970) y China tal y como yo la veo (1970). Fue Premio Pulitzer en 1932 y Premio Nobel de Literatura en 1938, la primera mujer en conseguir ambos premios. En 1937 se llevó La buena tierra al cine, consiguío dos premios
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"La Madre"
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En esta fecha no se me ocurre mejor recomendación que esta conmovedora historia, que se va hilando de a poco como esos delicados trajes de seda, en una China que nos resulta tan lejana y en la que, sin embargo, el sentimiento fundamental de la madre... es el mismo.
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(fragmentos)
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Pero si la madre vio u oyó esas cosas, no lo dijo. No; ella sabía que su hijo menor había muerto ya y que de nada serviría la plata. Los reproches eran asimismo inútiles, si algo había de reprochar. Ansiaba llegar a su casa e ir junto a aquella tumba y llorar. En su corazón recordó amargamente que ni siquiera tenía una tumba de sus propios muertos sobre la que llorar, como tenían otras mujeres, y que había de ir a la vieja sepultura de un desconocido para desahogar su corazón. Pero incluso ese dolor pasó y sólo anhelaba llorar y desahogarse.
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(...)
Pronto durmieron todos. Pesada y profundamente durmieron, y si el perro ladraba durante la noche, todos seguirían durmiendo, excepto la madre, pues para ellos sus ladridos eran los sonidos de la noche. Sólo la madre despertaba para escuchar y prestar atención, y si no tenía que levantarse, también ella volvería a dormir.
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Pearl S. Buck, La Madre, Círculo de Lectores, Barcelona, 1964.