
Flotaban sueños de pájaros en la sombra tibia de los árboles; y sueños de murciélagos por todas partes en el cielo, y es que los murciélagos sueñan hasta despiertos. Me emocionan todos aquellos sueños. Se me acercó un perro para mear y advertí que quería hablarme, por así decirlo, luego cambió de opinión y regresó prudentemente junto a su amo. Sentí la soledad en el fondo de mi pecho, allí, con violencia, con terror, con placer; no sé si pueden ustedes comprender todas esas cosas a un tiempo. No había ya nada que me retuviera en la ciudad , con la gente. De no haber pesado tanto, hubiera podido echar a volar como los pájaros. Pero allá donde fuera, tenía que cargar con mi trasero, con mis pechos, con toda aquella carne. Amén del dolor en la espina dorsal, me dolía el pecho, no quería levantarme el vestido para ver como seguían las manchas, y mi nueva mama se estiraba dolorosamente estirándome la piel, como en la pubertad. Me incliné hacia adelante y todo ese dolor desapareció. El vestido aguantaba firme en torno a mí y exhalaba un agradable olor a sudor reciente, a carne viva, a sexo caliente. Me revolqué en mi olor para hacerme compañía. Los pájaros enmudecieron. Noté que caía la noche sobre mi piel.
Marie Darrieussecq, Marranadas, Traducción Javier Albiñana, Ed. Anagrama, Barcelona, 1997.