
Hoy es el cumpleaños de mi padre (ya habrán notado que últimamente he tenido varias fechas que
recordar) y puedo decir que el hecho de que esté vivo es suficiente motivo para que el día de hoy pueda sonreír. Digo esto porque debo confesar que no me encuentro bien anímicamente, pero no puedo dejar de escribir algo sobre él. Mi padre es un hombre del que he tenido la suerte de aprender continuamente, inagotablemente; nutrirme con las más emocionantes historias sobre aquellos años en los que yo no pude estar. La fiebre de los 60, el ímpetu de los 70, los sacrificios, los riesgos, la sin medida de los sueños, los desencantos posteriores. Nunca me canso de escuchar sus historias de cuando se fue lejos en busca de "libertad", y que llegando a EE.UU. se instaló en San Francisco y quemó su pasaporte al sentirse ciudadano del mundo... y claro, luego se dio cuenta de que la "cosa" era interesante, pero que como hippie no llegaría a cambiar nada. Entonces aparecen sus historias ya más maduras, de aquellos tiempos de ideales, de concretar planes, de compañeros muertos, de literatura prohibida escondida bajo las tablas de su casa, de exilios, de esperanza. Nunca me canso de cantar con él alguna canción de Silvio Rodríguez, de Facundo Cabral, de Víctor Jara, o de disfrutar juntos un documental de
Los Beatles o cantar
Noches de Moscú en un ruso que lo aprendió en la Universidad Central. Hoy cumple 59 años mi padre, y sonrío al comprobar que él sigue caminando firme frente a mí, con el ejemplo de una persona honesta, recta, limpia de toda maldad... Qué lindo poder disfrutarlo, carajo. Desde luego, el tiempo no pasa en vano, el trabajo, las ocupaciones nos vuelven seres cada vez más reacios a la palabra, tan ensimismados a ratos, pero siempre con la mirada llena de ternura para ésta, su hija, en la que a veces él se refleja (creo que por eso tiene miedo a veces, porque sabe que soy una rayada que lucha por sus convicciones). Mi padre vive, vive, vive... y yo sigo soñando junto a él.