miércoles, diciembre 09, 2009

Apuntes (anacrónicos) sobre la Feria del Libro en Quito

Con el libro Qué risa, todos lloraban del ecuatoriano Huilo Ruales
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Creo que ha sido la única Feria en al que no he comprado nada. Adquirí únicamente dos libros pero estos me fueron obsequiados por sus propios autores: Qué risa, todos lloraban de Huilo Ruales Hualca y Piel de Navaja del pintor Wilson Paccha (hablaré de los dos con más calma algún momento). Y pare de contar. La razón: ya era hora de que frene. En el último tiempo he adquirido tantos libros que ya no puedo seguir gastando (no cuentan los "prestados de por vida y sin previo aviso"), o por lo menos ahora que mis condiciones no me lo permiten. Tierra por la que pasaba, tierra por la que mi maleta regresaba más pesada. Y del último viaje ni hablar, regresé con un buen cargamento de libros que Mark me regaló, libros preciosos, difíciles -por no decir imposibles- de conseguir en otros lados o en español. Así que por ese lado no me dolió.
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Pero bueno, quería al menos comentar algunas impresiones sobre la Feria, y en vista de que ya ha pasado una semana de lo que se acabó, lo que daré son algunas impresiones generales y muy personales del evento.
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Asistí sola y me enteré a último momento del itinerario completo ya que la difusión por parte de los organizadores fue escasa. Me interesaron mucho algunas conferencias y mesas de discusión, pero como eran simultáneas escogí las siguientes:
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Diáspora ecuatoriana (¿El desarraigo geográfico afecta la escritura? ¿Cómo se escribe Ecuador desde la distancia?) con los escritores Huilo Ruales, Ramiro Oviedo, Mario Campaña, Jorge Izquierdo y Esteban Mayorga.
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La gran literatura argentina desde distintas generaciones y géneros con Luisa Valenzuela, Juan Forn, Pedro Mairal y Fabián Casas.
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El oficio de escribir, tres grandes narradores de México, Colombia y Argentina nos contaron sobre su oficio, cómo lo abordan y qué temáticas les interesan. Juan Forn, Naief Yehya y Julio Paredes.
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La intervención de Patrick Deville (Francia, 1957), escritor trota-mundos, gran conocedor de América Latina, quien ha publicado varias novelas traducidas al español en Anagrama y Seix-Barral. Director de la Casa de los Escritores Extranjeros y los Traductores de San Nazaire y la revista Meet.
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El legado de Jorgenrique Adoum desde la crítica, la poesía y la amistad. Distintas generaciones exploraron su relación con la obra poética de Adoum, intervinieron Andrés Villalba, Laura Hidalgo, Raúl Pérez Torres y Julio Pazos.
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Desde luego también me interesaron los recitales de poesía. No puedo hablar de todos porque sólo pude asistir a los primeros (habían actividades simultáneas y no pude desdoblarme). Pero me quedó una sensación de que faltó algo. Algunos poetas no me dijeron absolutamente nada con sus poemas. Y otros sí que salvaron las lecturas: Iván Oñate, Juan José Rodríguez, César Carrión, Jorge Martillo y uno pocos más. Repito: no sé cómo habrán estado el resto de poetas, por lo que mi opinión se vuelve muy subjetiva. Me hubiera gustado escuchar a un colectivo llamado Sexo Idiota, me pareció que eran poetas jóvenes, pero no estuve. La sala asignada para poesía fue la capilla del antiguo hospital. Poetas leyendo frente al altar como profetas del verbo y de la carne. Me pareció interesante ese contraste. I liked it.
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Lo bueno: el Ministerio de Cultura repartió libros gratis durante todo la Feria, incluyendo un registro sonoro de la poesía de Jorgenrique Adoum.
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Lo malo: se acabó la Feria y regresé con las manos vacías pues había que presentar la cédula de identidad y yo tengo la mala costumbre de no cargar documentos conmigo.
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El consuelo: repartición de vino gratis al final de las presentaciones de libros.... y para ello no necesité mi cédula. ;)
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La Feria valió también para encontrarme con gente que no había visto desde hace un buen tiempo. Fernando, Rocío, Natalia... y también conocer a un par de personas que me sacaron más de una sonrisa. Hablo del pintor Wilson Paccha de quien conocía parte de su obra pero jamás lo habia visto personalmente. Wilson es otro tipo que me cayó muy bien, relajado y sin poses. Ya llegó medio entonado y generosamente nos participó de su aguita loca. Me regaló dos libros de sus pinturas. Una edición que me gustó mucho. Paccha tiene su marca, su ojo que hierve, su pulso irreversible.
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Iba a asistir a la conferencia del chileno Oscar Hahn, pero opté por el conversatorio y lectura de Huilo Ruales y Ramiro Oviedo en el Cafélibro, al que lástimosamente -por el mismo problema de difusión- no asistió mucha gente, salvo familiares y amigos de los escritores y unos contados solitarios en los que me incluyo. Me da pena por los que se lo perdieron sin saberlo. Y me alegro por mí. Disfruté de sus lecturas y la entrevista informal que se hicieron mutuamente, sobretodo de Huilo lleno de humor inteligente y pensamiento afilado.
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Cuando acabó el conversatorio me acerqué a Huilo para saludarlo, y debo decir que si antes ya me caía bien, únicamente conociendo parte de su obra que me parece impecable, ahora mucho más. Un tipo de mirada amplia, sin poses ni estupideces, me dio su contacto y mientras hablábamos alguien le dijo que ya guardarían los libros. él me preguntó si yo ya adquirí un ejemplor de su última novela, a lo que respondí: Puede sonar un poco cínico, pero me hubiera gustado ser su amiga para que lo regalara, porque en este momento no tengo más que para el pasaje de regreso. Enseguida él mismo fue a buscar un ejemplar y me lo dio. Buena onda. Claro que tampoco es que perdió pues el libro corresponde de la Colección escritores Nómadas de la Editorial Sur, y forma parte de un proyecto de distribución gratuita del Ministerio de Relaciones Exteriores para dar a conocer la obra de escritores que viven fuera de Ecuador (otro que incluyen la lista son Diego Gortaire, Alfredo Noriega, Ramiro Oviedo e Israel Pérez).
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Al final, me encontré con Rubén Jurado, un pana que no veía hace tiempo. Muy buena vibra. Resultó ser el hijo de René Jurado, escritor y editor del mismo Ruales. Ellos se iban al Este Café, Rubén me invitó a acompañarlos, hubiese querido hacerlo, pero al siguiente día tenía presentación con mi grupo de danza, así que tuve que seguir mi camino.
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Todos nos depedimos en la puerta del Cafélibro, incluyendo Gonzalo, el dueño del lugar quien se portó muy amable conmigo y con quien también intercambiamos una par de palabras, y al final me dijo que vuelva cuando quiera que esa era mi casa. 5 minutos después estaba sola en la vereda semioscura. Todos se habían ya marchado y Gonzalo volvió a entrar al local. La que era mi "flamante casa" cerró las puertas y preferí no asomarme porque el siguiente evento ya era pagado... y pa que alargar el cuento.
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La noche estaba preciosa, neblinosa como me gusta. Me fumé un tabaco, me senté en la vereda del poste y arranqué con la novela, la misma que empieza con una cita de Eloy Tizón de la Velocidad de los jardines: "Sólo es posible matar lo que nos refleja. Lo que en cierto modo nos duplica". De rato en rato pasaba algún peatón que volteaba y me miraba así, toda acurrucadita bajo la luz del poste y echando risas de rato en rato.
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Sentada en la vereda mi estómago crujía cada vez más. Cerré el libro y eché a andar. Caminé un buen rato por donde dictaba la niebla. Huilo y Wilson son dos bueno artistas y mejores personas, pensaba, y conocerlos fue lo mejor de la Feria. Derrepente me di cuenta que la niebla ya no dictaba, y que hace rato me había confundido en ella. Mucho mejor. Hacía noches que no me sentía tan bien.