jueves, diciembre 31, 2009

2009

photo by Mark Álvarez, SF 2009
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Un año más. Un año menos. Inicio. Final. Ritual. Ilusión. Me rige más el calendario andino que el gregoriano. Me rige la chakana, la luna, los trece meses. Pero es inevitable no voltear la mirada hacia atrás. Y verlo todo en movimiento. Heráclito invitándome a nadar en su río con una mirada lasciva. El 2009 ha sido tremendo. Inolvidable, intenso, relevante, anecdótico, mágico, categórico, revelador. Un año que empecé con varias dudas y que hoy acabo con mayores certezas, lo que en tiempos de incertidumbre es un logro. Un año en el que sentí más miedo que nunca y del que ahora salgo fortalecida. Mucho contacto con la tierra, mucho contacto con gente que cruzó otras puertas, muchas enseñanzas de mis maestros muertos, los que me hablan a través de la tinta, a los que siempre vuelvo. Brindo por todo lo vivido. Mucha danza con Tullpucuna y por ende con mi madre. Por nuestro premio de danza tradicional en Llano Chico. El sawari raymi (matrimonio indígena) en Otavalo y la escuela libertaria en Cahuasquí. Memo y su gran familia en Pomasqui. Don Chugchurillo y Doña Marina, huairapungo, el chaguarmishque y sus historias de sublevación en las haciendas junto a mama Tránsito Amaguaña. Por la invitación de Taruka a la yumbada de Cotocollao. Por los mates, la comida en la mano, los pingullos y el sentido más profundo de esa tradición preciosa. Por la lucha del pueblo Kitu Kara y la defensa del agua. Por la subida al Condor Cocha con el Javi, el Cristian y el niño que nos hablaba de hadas y duendes. Por mi regreso a San Francisco, a mi otra casa, a mis locos, a Mark, mi compañero, mi amigo, el hombre que amo. Un año que nos valió para seguir cada vez más juntos. Por nuestras noches en Caffe Trieste, Mario´s, Specs, Vesuvio, Tosca, City Lights, Pulcinella, E tutto qua, Volare y más. Por las veces que despertamos a los espíritus de Ginsberg y otros beatnicks en los rincones de North Beach. Por el blues, por el jazz, por el country y las rancheras a las 4 y 30 de la mañana. Porque el filósofo me llegó a escribir poemas y hasta un blues. Porque en este año hicimos paz con los abismos. Por nuestras frases, por nuestros complementos, por nuestros aullidos. Brindo incluso por el cumpleaños más blue de mi vida en medio de pirótécnicos y una fiesta patria que no era mía. Porque puede ver el principio del mural de Vranace justamente esa noche. Porque me compró una pastita y un Benedectino para celebrarlo.Brindo por el Festival de Poesía y el sonido de otras lenguas despertando mis sentidos. Por tener a Mark entre el público. Por las visiones de Antonieta y sus muertos en Colombia. Por la publicación de mi primer poemario. Belongings/ Pertenencias. Por verlo casi incrédula en el poetry room de City Lights Bookstore. P Por la traducción de Jack Hirschman, la portada de Aggie Falk y las palabras de Alejandro Murguía y Neeli Cherkovski en la contratapa. Por la chingona de Ámbar Past y sus poemas de leña incendiaria. Por mi presentación en teatros, parques galerías. Por todo mi clan de viejos de Caffe Trieste. Por los poemas que me escribieron Jack y Neeli y que incluyeron en sus nuevos libros. Por los desquiciados, los viciosos y las putas que me confiaron sus historias. Por el viaje a San José, Temacuizquini, el son jarocho y los cien danzantes aztecas.Por el viaje a Las Vegas, Sin City, María, Xuanito, y los muchachos de Mecha. Por las jotas, las vestidas y el concurso de baile en una cantina. Irina y su nombre de arena. Por Nguyen Qui Duc y el olor de Vietnam. Por las palabras certeras de Héctor desde Quito o Montevideo. Por empuñar un whisky en la distancia. Por las traducciones de algunos de mis textos al italiano. Por la traducción de mi poema al hebreo y su lectura en una calle de Israel. Un año en el que las cartas de poquísimos amigos fueron en ocasiones mi única compañía (por difícil que parezca). Por los recitales en Machachi y Guayaquil. Porque el río Guayas era un asunto pendiente. Por esa linda mañana en que compartimos música y versos en el taller del pintor Miguel Ugarte con doña Lidia y Carlos Luis. Por la asfixia que me dan ciertos lugares. Por la melancolía de no poder estar en otros. Por la fe de los incrédulos. Por la reivindicación del autoexilio. Por haber conocido a Huilo Ruales y a Wilson Paccha. Por los libros que Beñat me envió desde Bilbao sin olvidar su promesa. Por las pérdidas de mi diario y sus respectivos hallazgos. Por los regalos extraños y únicos: la calavera de coyote, la medalla que cargó el dalai lama, las botellas con mensajes secretos. Libros, libros y más libros. Música, música y más música. Por la gente valiosa que he descubierto gracias a mi blog. Por los que dejan su huella y por los que me leen en silencio. Por los que han reproducido algún fragmento mío en sus respectivas casas virtuales. Por la valentía del Caballero de la Triste Figura. Por el reciente viaje a San Andrés Isla en Colombia. Por el reggae, el caribe y los piratas. Por el Capitán Maurice y su compañía al pie de la calle hasta que salga el sol por el Atlántico. Por los amigos que este año me demostraron su lealtad a pesar de la distancia: Uberto Stabile, Pepe Pereza, Joanki, Vicente Muñoz Álvarez, Alfonso Rabanal, Viktor Gómez, Alicia Martíez, Patxi Irurzun, Pablo G. Bao, Luis Miguel Rabanal, El Kebran. Y otros más a los que aprecio a pesar del silencio, los trajinares, o la inconstancia mutua... sé que cuento con ellos. Un año que como ola gigante dejó al descubierto sobre la arena a quienes han seguido en mi camino, sin haber sido sólo espuma. Por la vida de mis padres, porque los amo y entiendo que también en su infinito amor pueden acribillarme con palabras. Porque he tratado de asimilar sus duros cuestionamientos. Brindo por mi hermana, hermoso angel de cera. Por las cartas que aún no he respondido pero que he releído cuantas veces hayan sido necesarias. Muchas gratificaciones, muchos reencuentros, muchos brindis. Pero también mucho desencanto, mucha decepción, mucha impotencia, mucho coraje. Muchas muertes. Palabras como puñales. Heridas causadas por algunos miembros de mi propia tribu, en Kitu. Un año en el que se me ha pedido seguir el camino del "éxito" según lo socialmente acordado. Y no lo he hecho. Un año en el que me he negado a tomar decisiones en función de otros. Un año en que las demandas de la sociedad moralmente correcta e hipócritamente feliz me han acosado. Por los consejos de Dostoievsky y Octavio Paz. Por el párrafo de este último: "El amor es elección. Libre elección, acaso, de nuestra fatalidad, súbito descubrimiento de la parte más secreta y fatal de nuestro ser. Pero la elección amorosa es imposible en nuestra sociedad. Ya Bretón decía en uno de sus libros más hermosos —El loco amor— que dos prohibiciones impedían, desde su nacimiento, la elección amorosa: la interdicción social y la idea cristiana del pecado. Para realizarse, el amor necesita quebrantar la ley del mundo. En nuestro tiempo el amor es escándalo y desorden, transgresión: el de dos astros que rompen la fatalidad de sus órbitas y se encuentran en la mitad del espacio. La concepción romántica del amor, que implica ruptura y catástrofe, es la única que conocemos porque todo en la sociedad impide que el amor sea libre elección." Párrafo que actuó como espada protectora. Por un año con menos dioses. Con menos máscaras. Con más retos. Un año en el que he tomado más conciencia de mi cuerpo y de mi mente. De mi espacio. Un año más. Un año menos. Inicio. Final. Ritual. Ilusión. Como le dije a un amigo: Se me vienen cosas muy duras de asumir y enfrentar, pero no puedo fallar a mi jaguara, tengo argumentos. Se vuelan cabezas cuando se es honesto en la lucha. Veo pedazos de cuerpos en mi camino. Al menos poesía no me faltará. Por eso hoy danzo sobre sobre la muerte y el olvido. Avanzo, me impulso, vuelo. Mientras el Tiempo me sigue esculpiendo.