martes, diciembre 01, 2009

Don Escritor o el Faulkner de North Beach

Fue la única vez que lo vi. Estaba sentado en la mesa del fondo de Specs, entre el piano y el baúl de cosas perdidas. Su aire faulkneriano captó mi atención. Lo observé desde la barra mientras yo saludaba con el cantinero. Era inevitable, mientras más lo veía más se me parecía al creador de Yoknapatawpha. Ya ni siquiera era su físico tanto como su actitud. Era como Michael Millgate definió alguna vez al escritor sureño: solitario, reservado, con apariencia de fracasado inofensivo. Desde luego, mi gusto por la obra de Faulkner y mi suerte para encontrar dobles en mis viajes (llevo dos Henry Miller, un Oscar Wilde, dos Allen Ginsberg, un Charles Bukowski, una Marguerite Yourcenar, un Cormac McCarthy, un Herman Melville negro y un Pablo Palacio con prominentes orejas kafkianas, entre otros) incrementó mi curiosidad. Me fijé en su bebida y volví a la realidad. Cerveza y no whiskey, me dije, como si ello constatara que no era Faulkner a quien veía, como si por un segundo tal absurdo hubiese sido posible. Lo curioso es que ocupaba la mesa que por mérito nos correspondía a Larry y a mí (en North Beach, el mérito consiste en la frecuencia y uso que se le de a determinada mesa. Por ejemplo, nadie puede negarle la mesa de entrada de Caffe Trieste a Ali Mongo, tampoco la penúltima de Specs, donde casi religiosamente el pintor la convierte en su escritorio y mostrador cada noche. En ese sentido, la mesa junto al piano nos pertenecía a Larry y a mí). Esa noche Larry me pidió que mejorara mi técnica de esquivar buitres puesto que él venía desde Oakland para escuchar al pianista y no los murmullos de cualquier pendejo. Pero enseguida se dio cuenta que teníamos compañía. Oh, no te preocupes -dijo Larry-, él esta con nosotros, lo conozco, es buen tipo y mejor escritor. Y enseguida nos presentó: -Don, ésta es Carla. Carla éste es Don- Y su nombre me sonó incompleto. No sé si en inglés se escribirá así, pero Don en español es el término de respeto que se antepone a un nombre de pila masculino. El pianista comenzó su repertorio de cada miércoles. Don parecía escuchar con la vista. Estaba completamente sumido en el movimiento de manos del músico y de rato en rato levantaba su rostro para beber su cerveza. En uno de esos sorbos le pregunté si alguna vez le habían dicho que se parecía a alguien. -A cualquiera que tenga un bigote, supongo- contestó risueño y casi tímido. -Me refiero a que si su parecido tiene que ver con algún escritor-, repliqué. -Creo que quieres que te diga que tengo algo de Faulkner, me dijo. Sonreí. -Pues sí, me lo han dicho varias personas -continuó-, y para mí es un honor al tratarse de un maestro de la litreratura.
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En adelante compartimos nuestras impresiones sobre las obras de Faulkner. Me contó lo que le causó Barn Burning, primera historia del autor que llegó a sus manos. Y yo de Mientras Agonizo y de su fabuloso monólogo interior. Don es un tipo por demás sencillo y modesto. No de una falsa modestia que es la que me irrita, sino una real. Cuando volteé a mis costados, Ali seguía pintando y Larry moviendo su cabeza mecánicamente como uno de esos perritos de juguete que se colocan en la parte frontal de los autos y que mueven su cuello de acuerdo a la velocidad en que se maneja. Mi estómago empezó a crujir del hambre, así que decidí salir a comer algo. -Volveré en un momento- dije-, y antes de marcharme le pedí Larry y a Don que guardasen mi puesto. Larry contestó en su español agringado y lento: "Tttrrranquila, muchachita. Yo me encargaré de espantar al que trate de ocupar tu silla." Y enseguida soltó esa particular risa estruendosa y desafiante ¡¡¡¡¡JAJAJAJAJAJAJAJA!!!!! Supe entonces que con eso nadie se atrevería si quiera acercarse. Ya en la puerta volteé, y observé que Don también reía, pero era una risa ahogada, casi muda, imperceptible.
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Volví más tarde de lo pensado, pero volví. Les conté que aproveché para pasar por mi cuarto y agarrar un abrigo, y que al regreso me encontré con Mark justo al frente, y que aún se encontraba resolviendo un pleito entre Momo y el doorman de Vesuvio. Apenas me senté y John, el cantinero, me sirvió otra cerveza cortesía de la casa. Arrancó el tercer set de música. Volteé y todo seguía en orden. Ali pintaba como un poseso y Larry movía su cabeza de lado a lado. Retomamos la conversación con Don, quien me preguntó algunas cosas sobre mi vida, especialmente sobre mi historia con Mark. -Hacen buena pareja, sin duda -me dijo-. Y le conté sobre nosotros con la misma pasión de siempre. Don se mostró fascinado y al final me dijo que Mark es un buen tipo y que yo le parecía una mujer extraordinaria (yo sólo pienso en que me gustaría grabar todas estas percepciones para cuando llegue la hora del juicio final). Luego me pidió que le leyese algún poema o relato mío. Acepté, pero a cambio le pedí lo mismo. Leí El Oscuro Sueño Filósofico. Y luego él leyó un poema que según me cuenta casi nadie conocía, pues lo que escribe es principalmente narrativa. Don me dijo que yo le recordaba al poema de John Keats "Oda a una Urna Griega" escrita en 1819, especialmente los dos últimos versos donde dice: "Beauty is truth, truth beauty," - that is all/Ye know on earth, and all ye need to know.' (la belleza es verdad, la verdad belleza; eso es todo cuanto sabes y necesitas saber").
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-Ahora es tu turno-, le dije. Cuéntame sobre tus amores. Bastó que dijera eso para que Don multiplicara su cara de frustado inofensivo. Parecía como si le hubiese sacado el corcho que asfixiaba su corazón desde hace mucho tiempo. -Estoy solo -respondió- y eso, como el aire faulkneriano, también llevo como insignia. Al principio lanzó frases sueltas y muy distantes unas de otras. Hasta que tomó confianza y nombró a Pola, que a leguas era la mujer de su vida. Confesó haberse enamorado tres veces a lo largo de sus existencia. La primera en su adolescencia. La segunda, con una balarina de folk. Y finalmente Pola con quien se casó. Ella tenía 20 y él 23. Duraron 18 años. Tuvieron dos hijos. Pola se hizo pintora. Y Don se dedicó a la escritura, me refiero como vocación, porque aparte de ello tuvo que hacer un sinúmero de oficios que le sirvieron para mantener su hogar. Bueno, lo de mantener fue temporal, porque a la larga se separaron para siempre. Hubo una larga lista de factores que desencadenaron en una relación enfermiza. Además de lo excesivamente celosa que se volvió Pola, ella empezó a gastar más de lo que a diario ingresaba, se volvió una vil derrochadora y de aquella pintora de la que él se enamoró no quedaba más que su caricatura. Se fueron distanciando. Ella pasaba largas temporadas en Nueva York donde tenía familia y varios círculos sociales (su abuelo fue el que construyó el monumento del Rockefeller Center en la gran manzana). Y Don cada vez más solitario. De rato en rato, Don le daba un sorbo a su cerveza como echando aceite sobre las tuercas de su memoria. Me explicó que en adelante llegaron muchas mujeres a su vida, pero nadie como Pola. El cantinero anunció que el bar estaba por cerrar. Volteé y constaté que todo seguía en orden, pero más lento. Ali dormía sobre sus pinturas escoltado por tres copas de coñac, Larry movía su cabeza de lado a lado ya sin música y Don me hablaba de belleza, soledad y verdad, es decir de poesía. "Beauty is truth, truth beauty", repetía Don con su voz cansada y lejana, tan imposible y real como Yoknapatawpha.