domingo, abril 19, 2009

Bibliófila y hedonista

"También para los libros hay nómadas y sedentarios"
Juan Villoro.
.
Olerlos, tocarlos, mirarlos, leerlos. Comprados, encontrados, prestados, regalados, robados. Ediciones nuevas, viejas, raras, facsímiles. Sobre mi peinadora, en la biblioteca, junto a mi cama -y sobre ella-. Juntarlos por categorías. Clásicos y contemporáneos. La de historia; la de comunicación; la de fotografía; la de política; la de temas ancestrales; la de filósofía (Demócrito, Nietzche, Platón, Heiddeger, Hanna Arendt, Heráclito, Bataille, Hegel, Lacan, etc.). Y, por supuesto, mi favorita: la de literatura. Prosa y poesía. Colocados de manera cómplice según afinidad de pluma, pensamiento y estilo. Como si pudiera juntarlos en la barra de algún bar o en la mesa de algún Café escondido (uno: Fante, Celine, Miller, Bukowski, Raúl Nuñez, Fonseca, Carver, Shepard, Cheever, Chandler, etc, etc, etc. Otro: Sarah Kane, Alejandra Pizarnik, Anne Sexton, Olga Orozco, Silvia Plath, Cecilia Meirelles, Clarice Lispector, Marguerite Duras, Pearl S. Buck, Djuna Barnes, etc, etc, etc. Otro: Kerouac, Ginsberg, Burroughs, Kauffman, Corso, Diane Di Prima, Ferlinghetti, Neeli Chercovski, Jack Hirschman, etc, etc, etc. Otro: Juan Rulfo, Cabrera Infante, Vallejo, Borges, Bioy Casares, Cortazar, Onetti, Puig, Sábato, Bolaño, etc, etc, etc. Otro (algunos ecuatorianos): Pablo Palacio, Miguel Donoso, Eliécer Cárdenas, Jorge Velasco Mackenzi, Juan Montalvo, Jorge Enrique Adoum, Iván Oñate, Euler Granda, etc, etc, etc. Otro: Los diarios de Anais Nin, el diario y correspondencias de Paul Bowles, el diario de viajes de Virginia Woolf, las cartas de amor entre Maiakosvski y Lili Brik, y las epístolas entre Brenda Venus y Henry Miller, y de éste último con Lawrence Durrell. Otro: Potocki, Orwell, Bradbury, etc. Otro: Brecht, Artaud, Hans Magnum Enzesberger.

Creo que mis libros son lo único que realmente permanece en orden en mi habitación
(... bueno, a mi manera)

Otras veces me gusta juntarlos a los que de alguna forma son antagónicos: un Faulkner junto a un Hemingway, un García Márquez junto a un Vargas Llosa, La Biblia cerca de Hankover (y los diferentes hijos de Satanás) -a manera de provocación-. Entre mi altarcito, van asomando otros fetiches: postales, cartas, piedras, plumas, boinas, botellas (llenas y vacías), cruces, marcapáginas, piezas de ajedrez, hojas secas, fotografías, e incluso los guiones que Pepe Pereza me regaló. Y me gusta acomodar recuerdos junto a los diferentes títulos. En la esquina, por ejemplo, sobre Meridiano de Sangre de Cormac McCarthy, resposa una de las plumas que me regalaron los nativos de Nuevo México. Junto a la Anatomía de la Melancolía de Robert Burton yace esa extraña cruz de maderita que me regaló Mark aquella noche en la que veló y acompañó mi profundo dolor en el vientre, dándome un efectivo remedio: tres tragos seguidos de coñac para amortiguarlo. Junto a Habitación desnuda de Uberto Stabile, se acomoda otro libro que también él me regaló, en cuyas páginas constan algunas confesiones de la pintora mexicana Frida Khalo. Y entre las páginas de uno de los libros de Truman Capote, en un capítulo dedicado a Nueva York, está incrustada una mis fotos sacadas en la Gran Manzana (una de las pocas que logré salvar luego de que ese jodido virus le cayeara mi ex computador), y a sus costados: Lorca, Withman y Auster. Hesse, Calasso, Barrico y Kundera escoltan una de mis fotos más sinceras: aquella sin nada de maquillaje, mostrando mis hombros y cuello desnudos, con la boina de Mark y pintada un negrísimo bigote al estilo Salvador Dalí.
Ah, cuántas historias se tejen entre mis libros, mis fieles amantes, mis maestros de papel. ¡Cuánto placer me causan! No son tantos como quisiera, faltan muchos, desde luego, muchísimos. Y no son todos los que deberían estar, pero los que están tienen su lugar más que merecido. Y son bellos, bellísimos, siempre dispuestos a hacerme compañía.