Te
queda todo por aprender, todo lo que no se aprende: la soledad, la
indiferencia, la paciencia, el silencio. Debes desacostumbrarte de
todo.
Georges
Perec
(3
de julio de 2014)
Mañana
cumpliré 29. Entraré por esa puerta invisible con un par de
falencias menos (más liviana, que ya es bastante) y con 4 o 5
certezas (las suficientes para seguir caminando, construyendo y
construyéndome). Mañana seré más vieja, y sólo quienes juegan a
dibujar la forma del vértigo en todo lo que hacen se acercarán un
poco más a mis ideas, al porqué de todo esto que me habita desde
hace miles de años.
Sol
y lluvia al mismo tiempo; debajo de ellos, camino. Dos pájaros
vuelan juntos: saltan, giran, dan piruetas. Decido seguirlos hasta
que —curiosamente— llegan a la puerta de mi edificio. Son estos
los regalos que me interesan. ¿Quién se acuerda tan temprano de mí?
Mijail
propone que escuchemos The Doors sin saber que un día como hoy, hace
43 años, murió Jim Morrison; por eso encuentro maravillosa la
coincidencia. Suena ‘Riders on the storm’ mientras el cielo de
Quito se desata. Mi manera de homenajear a mis muertos es
escuchándolos o leyéndolos; en el caso de Morrison son ambas. Abro
el poemario Señores
y nuevas criaturas,
una edición pequeñita que reúne poemas que Morrison escribió
entre 1968 y 1969, y que el poeta Uberto Stabile me regaló hace
cinco años, en Punta Umbría, al sur de España. Entre los
subrayados encuentro frases como esta: “Llegará tal vez un tiempo
en que asistiremos a un teatro meteorológico para recordar la
sensación de la lluvia”. La sentencia es escalofriante (y no muy
lejana, según los tiempos que vivimos). Sin embargo, al leerla, ya
no provoca en mí esa sensación devastadora. Creo, por el contrario,
que presenciaré la última lluvia de la faz de la tierra, algún
día, bajo cualquier forma; asistiendo a su sonido con la misma
devoción que el primer hombre.
“El
Sombrero empezó a beber lentamente. Dijo, chupándose un pulgar y
dirigiéndose a Miguel:
— Mi
reloj marca las once treinta. ¿Qué hora tienes tú?
— Estás
mal —dijo Miguel— Son recién las once.
El
Sombrerero miró su reloj y palideció:
— ¡Catástrofe!
¡Yo también tengo las once! ¿De la mañana o de la noche? Los
relojes enloquecieron... Están marcando el tiempo hacia atrás...
¿Será una falla tecnológica o... en vez de envejecer estamos
rejuveneciendo?"
(Lewis Carroll.
Alicia en el país de las maravillas. 1865)
***
(4
de julio de 2014)
Hace
exactamente un año desperté con el profundo deseo de hacer un voto
de silencio. Mijail y yo nos encontrábamos en Mechuque, una de las
Islas Chauque, al sur de Chile.
Apartada,
embrujada y maravillosa, Mechuque fue un lugar clave en nuestra
travesía. Era invierno y el pueblo quedaba —caminando— a casi
una hora del lugar en el que nos alojábamos: una casita de
madera entre la frondosa vegetación y el agua. La propietaria era la
abuela de M., pero tanto ella como el resto de la familia no
volverían hasta verano.
Era
invierno, insisto, y nos decían que no era época de viaje, pero ni
el tiempo ni el clima nos detuvo. No teníamos luz eléctrica y nos
alimentábamos únicamente con las previsiones que su abuela había
dejado al interior de baúles y alacenas. No teníamos reloj ni
teléfonos (seguimos sin tenerlos), por lo que básicamente nos
guiábamos por la luz del sol, las sombras y, al caer la noche, los
astros.
El
día de mi cumpleaños bebimos chicha de manzana y por la noche
Mijail preparó una pizza con los ingredientes que encontró en las
bolsas etiquetadas, la horneó encima de la chimenea. El remate: un
concierto íntimo y la lectura de Tierra
de los Hombres de
Antoine de Sanit-Exúpery. Eramos felices a nuestra manera. Incluso
nos dimos el lujo de crear un Laboratorio Alquímico cuyos registros,
por ahora, reservo. No obstante, deseaba mucho —aquel día—
avanzar hasta Quicaví, tierra de brujos y epicentro de la mitología
chilota. No se pudo: un árbol cayó esa mañana tras una fuerte
lluvia y no habían lanchas que partieran a ningún sitio.
Ni
mi voto de silencio ni ese pequeño viaje fueron posibles, pero sólo
hasta hoy entiendo que fue mejor así. Aquella noche estuve lejos de
todos, excepto del hombre que esta mañana vuelve a escoltar mi
sueño, desde el suyo.
En
efecto: Mijail es parte de esas cuatro o cinco certezas con las que
ahora cuento.
(5
de julio de 2014)
En
estos días que he tenido tiempo para volver a mí (y a las cosas que
hacen parte de mi universo más íntimo) he descubierto una serie de
nombres, libros y pistas sin otro motivo más que el placer; lo cual
significa un logro, o mejor aún: un regalo personal, porque si bien
ese era el orden natural de mi vida, ahora —debido al limitado
tiempo en el periódico—, ese orden ha sido alterado, provocando a
su vez otro orden (uno conscientemente circunstancial). Nada como el
placer se escribir sobre algo que nadie me ha pedido. Por eso decidí
hacer un alto para dedicarle mi fin de semana —única y
exclusivamente— al ocio creativo; para mí: otro tipo de silencio.
(6
de julio de 2014)
Por
la tarde nos juntamos con mis padres y mi hermana. Mientras ellos
hablan, yo regreso de su mano a la infancia. Abro algunos álbumes de
fotos y observo, con alegría, que el tiempo no ha borrado mi mirada
inicial: sigo viendo la raíz de los pájaros.
***
(Bonus
track atemporal)
Cuando
digo no conozco
digo
en el fondo no
recuerdo
la
sorpresa es el choque entre el gen y la historia
reclamo
mi individualidad a través del espejo
pero
bajo mi piel sigue latiendo el miedo de todos
Qué
misterio es este que encierra mi cuerpo
pedazo
de mundo, caverna del primer hombre
mi
verdad es la repetición de un sinnúmero de errores
remolino
entre tanta mole de sangre y huesos
Muevo
palabras como si fuesen ladrillos
no
para levantar muros sino para derribarlos
Benditos
los que intentamos construir un lenguaje sin límites
los
que de antemano sabemos que nunca podremos
benditos
los que a pesar de ello seguimos insistiendo
en
la noble labor de traducir el infinito
bendito
el infinito manifestado en el canto de las aves nocturnas
y
en los insondables lugares que no han sido descubiertos
bendita
la soledad de Robert Walser
y
bendito sobre todo el milagro de la resurrección
por
el que mis muertos bailan sobre estos versos
Qué
misterio es este que esconde mi mente
pedazo
de mundo, caverna del primer hombre
la
justicia como todo es cuestión de tiempo
por
eso ahora sufro los estragos de la conciencia
reclamo
mi individualidad a través de un espejo
pero
lo cierto es que no soy Nadie
en
el universo de lo imprescindible
Quisiera
despertar de este poema
aparecer
en la inmensidad del primer día
en
la primera mañana de la historia
señalar
el sol sin saber su nombre
mirarlo
de frente hasta quedarme ciega
Estoy
ciega
mi
imaginación es infinita
corro
bajo un círculo de fuego
arden
mis pupilas
duele
la belleza
este
es el origen
ahora
lo recuerdo.
(publicado originalmente en el Vagón 204, Revista Cartón Piedra. Diario El Telégrafo)