Camino por Dorrego hasta el costado del
cementerio de la Chacarita. Paredón y después, paredón. Putas de
cinco pesos, travestis de los que me ofrecen una chupada contra un
árbol o adentro, en alguna de las tumbas. Ellos tienen el acceso
libre, se le sacuden a los cuidadores y los dejan pasar para que
laburen entre los muertos. Nadie te puede joder ahí, debe ser el
único lugar donde nadie te puede joder. Sonisa en la cara. Soy
gentil con las putas y con los travestis. Casas a los costados. Un
Mercedes me interrumpe el paso al salir del garage de su casa. La que
acompaña al que maneja me miras un instante con desolación. Como
voy caminando soy negro. Y si soy negro soy chorro. Estos barrios
fueron obreros pero ahora están de moda. Viven turistas, políticos
artistas, la crema de la crema. Musiquitos que vienen a estudiar
desde el interior y que odian a sus padres gendarmes excepto a la
hora de contar los billetes que reciben por el alquiler de las
picanas. Bailarines de tango que empezaron de grandes, gente de
teatro vocacional, poetas que titulan sus libros de edición de
autor como “Poemario I”, “Poemario II”, Poemario la concha de
tu madre. Como si hubieran llegado del futuro y escribieran copiando
desde los cuarenta y siete tomos de sus obras completas.
(De La ley de la ferocidad. Alfaguara. Buenos Aires 2007)