viernes, julio 04, 2014

Apuntes sobre el tiempo



Te queda todo por aprender, todo lo que no se aprende: la soledad, la indiferencia, la paciencia, el silencio. Debes desacostumbrarte de todo.
Georges Perec

(3 de julio de 2014)

Mañana cumpliré 29. Entraré por esa puerta invisible con un par de falencias menos (más liviana, que ya es bastante) y con 4 o 5 certezas (las suficientes para seguir caminando, construyendo y construyéndome). Mañana seré más vieja, y sólo quienes juegan a dibujar la forma del vértigo en todo lo que hacen se acercarán un poco más a mis ideas, al porqué de todo esto que me habita desde hace miles de años.


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Sol y lluvia al mismo tiempo; debajo de ellos, camino. Dos pájaros vuelan juntos: saltan, giran, dan piruetas. Decido seguirlos hasta que —curiosamente— llegan a la puerta de mi edificio. Son estos los regalos que me interesan. ¿Quién se acuerda tan temprano de mí?

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Mijail propone que escuchemos The Doors sin saber que un día como hoy, hace 43 años, murió Jim Morrison; por eso encuentro maravillosa la coincidencia. Suena ‘Riders on the storm’ mientras el cielo de Quito se desata. Mi manera de homenajear a mis muertos es escuchándolos o leyéndolos; en el caso de Morrison son ambas. Abro el poemario Señores y nuevas criaturas, una edición pequeñita que reúne poemas que Morrison escribió entre 1968 y 1969, y que el poeta Uberto Stabile me regaló hace cinco años, en Punta Umbría, al sur de España. Entre los subrayados encuentro frases como esta: “Llegará tal vez un tiempo en que asistiremos a un teatro meteorológico para recordar la sensación de la lluvia”. La sentencia es escalofriante (y no muy lejana, según los tiempos que vivimos). Sin embargo, al leerla, ya no provoca en mí esa sensación devastadora. Creo, por el contrario, que presenciaré la última lluvia de la faz de la tierra, algún día, bajo cualquier forma; asistiendo a su sonido con la misma devoción que el primer hombre.



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“El Sombrero empezó a beber lentamente. Dijo, chupándose un pulgar y dirigiéndose a Miguel:
— Mi reloj marca las once treinta. ¿Qué hora tienes tú?
— Estás mal —dijo Miguel—  Son recién las once.
El Sombrerero miró su reloj y palideció:
— ¡Catástrofe! ¡Yo también tengo las once! ¿De la mañana o de la noche? Los relojes enloquecieron... Están marcando el tiempo hacia atrás... ¿Será una falla tecnológica o... en vez de envejecer estamos rejuveneciendo?"


(Lewis Carroll. Alicia en el país de las maravillas. 1865)

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(4 de julio de 2014)

Hace exactamente un año desperté con el profundo deseo de hacer un voto de silencio. Mijail y yo nos encontrábamos en Mechuque, una de las Islas Chauque, al sur de Chile.
Apartada, embrujada y maravillosa, Mechuque fue un lugar clave en nuestra travesía. Era invierno y el pueblo quedaba —caminando— a casi una hora del lugar en el  que nos alojábamos: una casita de madera entre la frondosa vegetación y el agua. La propietaria era la abuela de M., pero tanto ella como el resto de la familia no volverían hasta verano.
Era invierno, insisto, y nos decían que no era época de viaje, pero ni el tiempo ni el clima nos detuvo. No teníamos luz eléctrica y nos alimentábamos únicamente con las previsiones que su abuela había dejado al interior de baúles y alacenas. No teníamos reloj ni teléfonos (seguimos sin tenerlos), por lo que básicamente nos guiábamos por la luz del sol, las sombras y, al caer la noche, los astros.
El día de mi cumpleaños bebimos chicha de manzana y por la noche Mijail preparó una pizza con los ingredientes que encontró en las bolsas etiquetadas, la horneó encima de la chimenea. El remate: un concierto íntimo y la lectura de Tierra de los Hombres de Antoine de Sanit-Exúpery. Eramos felices a nuestra manera. Incluso nos dimos el lujo de crear un Laboratorio Alquímico cuyos registros, por ahora, reservo. No obstante, deseaba mucho —aquel día— avanzar hasta Quicaví, tierra de brujos y epicentro de la mitología chilota. No se pudo: un árbol cayó esa mañana tras una fuerte lluvia y no habían lanchas que partieran a ningún sitio.
Ni mi voto de silencio ni ese pequeño viaje fueron posibles, pero sólo hasta hoy entiendo que fue mejor así. Aquella noche estuve lejos de todos, excepto del hombre que esta mañana vuelve a escoltar mi sueño, desde el suyo.
En efecto: Mijail es parte de esas cuatro o cinco certezas con las que ahora cuento.

(5 de julio de 2014)

En estos días que he tenido tiempo para volver a mí (y a las cosas que hacen parte de mi universo más íntimo) he descubierto una serie de nombres, libros y pistas sin otro motivo más que el placer; lo cual significa un logro, o mejor aún: un regalo personal, porque si bien ese era el orden natural de mi vida, ahora —debido al limitado tiempo en el periódico—, ese orden ha sido alterado, provocando a su vez otro orden (uno conscientemente circunstancial). Nada como el placer se escribir sobre algo que nadie me ha pedido. Por eso decidí hacer un alto para dedicarle mi fin de semana —única y exclusivamente— al ocio creativo; para mí: otro tipo de silencio.

(6 de julio de 2014)

Por la tarde nos juntamos con mis padres y mi hermana. Mientras ellos hablan, yo regreso de su mano a la infancia. Abro algunos álbumes de fotos y observo, con alegría, que el tiempo no ha borrado mi mirada inicial: sigo viendo la raíz de los pájaros.

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(Bonus track atemporal)

Cuando digo no conozco
digo en el fondo no recuerdo
la sorpresa es el choque entre el gen y la historia
reclamo mi individualidad a través del espejo
pero bajo mi piel sigue latiendo el miedo de todos

Qué misterio es este que encierra mi cuerpo
pedazo de mundo, caverna del primer hombre
mi verdad es la repetición de un sinnúmero de errores
remolino entre tanta mole de sangre y huesos

Muevo palabras como si fuesen ladrillos
no para levantar muros sino para derribarlos

Benditos los que intentamos construir un lenguaje sin límites
los que de antemano sabemos que nunca podremos
benditos los que a pesar de ello seguimos insistiendo
en la noble labor de traducir el infinito
bendito el infinito manifestado en el canto de las aves nocturnas
y en los insondables lugares que no han sido descubiertos
bendita la soledad de Robert Walser
y bendito sobre todo el milagro de la resurrección
por el que mis muertos bailan sobre estos versos

Qué misterio es este que esconde mi mente
pedazo de mundo, caverna del primer hombre
la justicia como todo es cuestión de tiempo
por eso ahora sufro los estragos de la conciencia
reclamo mi individualidad a través de un espejo
pero lo cierto es que no soy Nadie
en el universo de lo imprescindible

Quisiera despertar de este poema
aparecer en la inmensidad del primer día
en la primera mañana de la historia
señalar el sol sin saber su nombre
mirarlo de frente hasta quedarme ciega

Estoy ciega
mi imaginación es infinita
corro bajo un círculo de fuego
arden mis pupilas
duele la belleza
este es el origen

ahora lo recuerdo.


(publicado originalmente en el Vagón 204, Revista Cartón Piedra. Diario El Telégrafo)